17 de Julio de 2015
Viernes de la Décimo Quinta Semana Durante el Año
Lecturas:
Éxodo 11, 10-12, 14
/ Salmo 115, 12-13. 15-16.
17-18 ¡Invocaré el nombre del Señor!
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 12, 1-8
Jesús atravesaba unos
sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron
a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le
dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado».
Pero Él les respondió: «¿No
han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo
entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba
permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la
Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin
incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que
aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que
significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los
inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Los seres humanos siempre hemos tenido –y, al parecer siempre tendremos-
la tendencia a sacrificar personas a nuestros dioses…
Claro, ya hay consenso universal en que no es civilizado degollar a
alguien ante una estatua. Pero…
Al dios dinero le sacrificamos seres constantemente, atropellando sus
derechos y cerrando los ojos a las injusticias, por ejemplo.
Por otro lado, ponemos a los dioses y hasta a Dios Padre como norma
inquebrantable, aún por sobre su dignidad: privilegiamos nuestra concepción de
la divinidad (de lo que creemos que es importante para Él, de lo que nos parece
que es la forma de honrarlo y respetarlo) por sobre lo que sientan las
personas, erigiéndonos en jueces implacables e injustos sobre las acciones de
los demás.
Jesús en esto, como en muchas otras cosas, tiene una concepción más
libre y libertaria: el sábado era el Día del Señor, el más sagrado, pero él lo
entendía como un servicio para la humanidad (un día de descanso, en tiempos en
que se trabajaba sin parar toda la semana), no como una regla que esclavizara.
Por eso recuerda la Palabra de Dios: «quiero
misericordia y no sacrificios» (cf Os 6,6).
Que
aprendamos a santificar tu día, Señor, y todos los días en tu nombre, haciendo
el bien a quienes más amas: las mujeres y hombres de nuestro mundo, nuestros
hermanos, tus hijos. Así sea.
Intentando
liberarnos de todo lo que nos impide aceptar el llamado del Señor a ser
misioneros de su Paz, su Amor y su Alegría,
Miguel
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