jueves, 29 de enero de 2015

Las sanaciones más necesarias y al alcance de todos



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
1 de febrero de 2015
Cuarto Domingo del Tiempo Común

Lecturas:
Deuteronomio 18, 15-20 / Salmo  94, 1-2. 6-9 Ojalá hoy escuchen la voz del Señor / I Corintios 7, 32-35

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   1, 21-28
    Jesús entró en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
    Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».
    Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
    Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
Palabra del Señor.

MEDITACION
El Señor ha anunciado que, siempre que sea necesario, nos enviará un profeta: «pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que Yo le ordene» (1L), para «que ustedes vivan sin inquietudes» (2L). Lo podremos identificar en que actuará semejante a Jesús: hablando con autoridad y expulsando el mal (Ev). Es normal que ante esto sintamos agradecimiento reverencial y «Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó» (Sal).
Conozco muchas personas –y al parecer cada vez hay más- que dicen manejar algún método para sanar el cuerpo o el alma de otros.
Siempre he sentido atracción por aquellos que de verdad lo logran, por eso observo con admiración lo que hacen. Y no estoy pensando en milagros, sino en quienes son capaces de acercar el corazón a los dolores de otros con el bálsamo de la comprensión, porque eso es muy rehabilitador.
Sin embargo ni ellos se sienten ni nadie los definiría como sanadores.
Pienso, por ejemplo en tres personas que he tenido la oportunidad de conocer: un matrimonio y otra hermana individual que no conoce a los otros. Todos ellos tienen un don asombroso, que es hacer sentir queridos a los adultos mayores, como se les dice hoy a los ancianos, especialmente quienes están afectados por enfermedades que les impiden relacionarse normalmente con sus familias o han sido relegados a los asilos. Eso, el sentirse queridos, el poder contar sus cosas (aunque sea reiteradamente) y la compañía, son un gran alivio para la “enfermedad” de la vejez, como parecemos verla en nuestra sociedad y nuestro tiempo.
También sé de otra persona que aprendió y utiliza una técnica de relajación que ella acompaña con oración, las que, a alguien muy cercana a mí, le ha aliviado dolores del alma intensos y antiguos.
Por otro lado, también he tenido la experiencia de conocer gente que, para decirlo suavemente, tiene más entusiasmo que real habilidad.
En suma, creo que es posible que el buen Padre Dios, entre muchos dones, haya otorgado a algunos el poder de expulsar los demonios impuros de la tristeza, la soledad, la depresión… que afectan las vidas de sus hermanos.
Y, por cierto, no creo que cualquiera, por más ganas que tenga o “maestros” le hayan dicho que eran capaces, realmente puedan hacer algo maravilloso por los demás. Al menos no algo extraordinario.
Sí, ellos y cualquiera de nosotros, pueden intentar hacer lo mejor posible y por la mayor cantidad de tiempo, lo que indica el Apóstol:

«Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres» (Rm 12,15-17).
Es decir, poner en práctica los sentimientos humanos con los que todos hemos sido dotados por nuestro Creador. Y, de esa manera, hacer un real y efectivo aporte para sanar a una humanidad enferma de individualismo y soledad.

Que actuemos frente a los hermanos necesitados de comprensión y cariño, es decir todos tus hijos, Señor, como quien tiene poder –el poder que viene de ti- de curar esos males, unos de otros. Así sea.

Llenándonos de gozo por la manera nueva de enseñar y la autoridad que tiene el Señor de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.

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