25 de diciembre de 2012
LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Lecturas:
Isaías 52,
7-10 / Salmo 97, 1-6 Los confines
de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios./ Hebreos 1, 1-6
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-5. 9-14
Al principio existía la Palabra, y la Palabra
estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la
Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz
de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir
a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho
por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la
recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les
dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra
de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por
Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor.
MEDITACION
¡Al fin! Termina la larga espera y
celebramos hoy el hermoso acontecimiento que es que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», cuando se produjo
el tremendo milagro del Dios Todopoderoso asumiendo completa y profundamente
nuestra humanidad, sin ahorrarse ninguno de nuestros dolores y pesares, para
enseñarnos a darles sentido desde la entrega al otro, «porque el Señor consuela a su Pueblo» (1L).
También mediante esta intervención en
nuestra historia, el Señor radicaliza la pedagogía que desde tiempos
inmemoriales venía haciendo a la humanidad, ya que «después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de
los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo
final, Dios nos habló por medio de su Hijo» (2L). Esa Palabra final es
el amor activo, luz radiante que disipa las tinieblas de la opresiones que nos
imponemos y las que toleramos, torciendo el destino de felicidad, gracia y
verdad, que Él ha soñado para nosotros.
Tanto es así que, cuando rompemos
nuestras cadenas y ayudamos a liberar a los hermanos, revestidos de su poder,
los demás reconocen «la gloria que recibe
del Padre» y que «El Señor manifestó su victoria, reveló su
justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en
favor del pueblo de Israel» (Sal).
Queremos tener un corazón valiente y
generoso, Señor, para hacernos agentes activos de la liberación, como
engendrados por ti: liberándonos de lo que nos impide permitir que se haga
siempre tu voluntad y trabajando solidariamente por la liberación de nuestros
hermanos, tus otros hijos. Así sea.
Expectantes
ante la llegada del Dios de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.
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