miércoles, 9 de abril de 2025

¿Por qué sucedió lo que sucedió en Semana Santa?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

13 de Abril de 2025                                                  

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Lucas 22, 7. 14—23, 56

 

Evangelio de la Bendición de Ramos

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     19, 28-40


    Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?", respondan: "El Señor lo necesita"».
    Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?»
    Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita».
    Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.
    Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían:
    «¡Bendito sea el Rey que viene
    en nombre del Señor!
    ¡Paz en el cielo
    y gloria en las alturas!»
    Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:
    «Maestro, reprende a tus discípulos».
    Pero él respondió:
    «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Jesús, «el Rey que viene en nombre del Señor» (1Ev), consciente de que, para eso, «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (1L), dedicó de esa manera su vida a cumplir la Palabra: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), hasta el punto de sufrir la persecución de los poderosos de su tiempo, de manera tal que, pese a «que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios […] Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2L), de una manera tan impresionante que desde entonces, cualquiera podría reaccionar como el centurión, quien «alabó a Dios, exclamando: “Realmente este hombre era un justo”» (2Ev). Y, si quien lo siente así es un creyente, hará los cambios en su vida que estos hechos le inspiren.

Dejar que se cumpla la voluntad de Dios.

La celebración que se conmemora este día que nos ocupa tiene dos partes: la procesión de los ramos y la Eucaristía, las que debiesen estar unidas por un mensaje unívoco. Es que tendemos a quedarnos con la entrada triunfal, independizándola de los acontecimientos del jueves y viernes santos. Pero forman un conjunto. No sólo los sucesos son un todo, sino que ese conjunto apunta a una sola cosa: entender cuál fue el contexto de lo que derivó en la Pasión, Muerte y finalmente la Resurrección de Jesús que celebramos en Semana Santa.

Para lo anterior, tengamos presente que durante la misión de Jesús lo vemos esforzándose por alejarse de la imagen triunfalista del Mesías. Oculta sus milagros (Mc 1,42-44, entre muchos otros), porque esa fama de curador mágico opaca su tarea de anunciar la Buena Noticia, de la que aquellas acciones son más bien signos (Jn 2,1-11). Incluso, en una ocasión, después de uno de éstos, «sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15). Más aún, se dedicó a anunciar muchas veces que el final de esto que parecía tan glorioso para sus discípulos, es el rechazo y la muerte violenta por parte de las autoridades de su pueblo (Mt 16,21).

Queda claro que no le creen o no le toman el peso real a sus palabras, porque nunca dejan de valorarlo como un invencible inmortal (Lc 5,26; Mt 27,54).

Graficando lo anterior, el evangelio de la liturgia de Ramos para este día, nos muestra que, como nos había contado antes el autor, «cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén» (Lc 9,51). En este viaje, probablemente, habiendo escuchado las opiniones de sus acompañantes, entendía que ellos, y algunos otros, esperaban que este fuera el momento glorioso que su país esperaba: «Yo alzaré mi mano hacia las naciones e izaré mi estandarte hacia los pueblos […] ellos traerán a tus hijos en su regazo y tus hijas serán llevadas a hombros» (Is 49,22-23). Entonces, les permite organizar la entrada de una manera que pareciera victoriosa, pero lo hace tratando de corregir la mirada: en vez de entrar en un caballo imponente, como un gran rey, lo hace en un humilde asno. Sin embargo, como un nuevo signo de las perspectivas opuestas, a pesar de esto, «los discípulos, llenos de alegría, […] decían: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor!”».

Para romper definitivamente esa concepción fue necesaria la cruz. Esta haría que la fe de los discípulos se replanteara: si lo han matado, Dios no estaba con él (Mt 27,46). «Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel» (Lc 24,21)… pero el hecho de haber sido sometido a ese tipo de muerte abominada por Dios (Dt 21,22-23) termina de aniquilar la creencia errónea.


Por su parte, Jesús será consecuente hasta el final, un testigo fiel (Ap 1,5) de la voluntad del Padre que no se cumple en lo espectacular (Mt 4,6-7) sino en el servicio (Mt 20,28) y el tierno amor por los demás hasta los últimos momentos: «Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos”» (Lc 23,28).

Concluyendo: es necesario recordar que la señal del cristiano es la cruz. Si a nuestro Maestro lo crucificaron, sus seguidores también deberíamos correr parecida suerte (Mt 23,34)... Sin embargo, no, a nosotros no nos pasa nada semejante. ¿A qué se debe esto? A que estamos lejos de su camino, su verdad y su vida (Jn 14,6). Por ejemplo: no consideramos a todos iguales, no preferimos a los pequeños, no evitamos la atracción del poder y del dinero… Jesús, por otro lado, era peligroso para los que dominaban su sociedad, debido a que esas actitudes ponen en duda las bases egoístas que necesitan para sostener sus privilegios.

No nos parecemos a nuestro guía y modelo, lamentablemente. Semana Santa (y toda la vida) es un buen momento para darnos cuenta de esto e intentar corregir el rumbo.

 

«Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados» (Sal 25). Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, poner más atención y corazón a lo vivido por Jesús, quien debiese ser nuestro ejemplo y guía,

Miguel.

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