miércoles, 24 de diciembre de 2025

Una familia con muchos modelos para nosotros

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

28 de Diciembre de 2025                                              

La Sagrada Familia de Jesús, María y José

 

Lecturas de la Misa:

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17 / Salmo 127, 1-5 ¡Felices los que temen al Señor y siguen sus caminos! / Colosenses 3, 12-21

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     2, 13-15. 19-23


Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».
José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas:
«Será llamado Nazareno».
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

La Biblia, en su antigua sabiduría, invita a ser familias felices, utilizando imágenes fácilmente comprensibles cuando se escribieron estos textos: «El que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro» (1L), si se hace así «Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien» (Sal). Para todo lo anterior, «Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección» (2L). Pero el Evangelio pone una cuota de realismo en este ideal: las familias también tenemos dificultades y, con la ayuda de Dios, sabremos superarlas y tener relaciones más plenas en ellas.

Un padre, una madre y un niño que viven según Dios.

Sería miope entender que lo se celebra este día, la Sagrada Familia, busca resaltar una composición exactamente igual a la de la de Nazaret: padre, madre, hijo. Aunque algunos efectivamente lo hacen así.

Conociendo las enseñanzas de Jesús, podemos comprenderla de otra manera.

Recordemos, por ejemplo: «El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35). Esto significa que para él su familia no se define por la biología, sino por las conductas que se acercan a realizar lo que Dios quiere. Y eso hacían sus padres.

Veamos a José, por ejemplo. Él «era un hombre justo» (Mt 1,19). ¿Qué se entiende en la Biblia por esto? Es quien «no oprime a nadie […] devuelve la prenda al deudor y no quita nada por la fuerza; […] da su pan al hambriento y viste al desnudo; […] no presta con usura ni cobra intereses…» (Ez 18,7-8).

A la vez, porque se lo pide Dios, es alguien capaz de cambiar de planes y de opinión, al no rechazar a María, como había decidido, debido al embarazo de ella previo a comenzar su vida marital (Mt 1,24). También aceptó ser guiado por «el Ángel del Señor» para tomar decisiones radicales respecto al lugar de residencia de su familia, como se nos cuenta hoy.

Por su parte, la madre es una persona que sabe reconocer la presencia de Dios en su vida: «Mi alma canta la grandeza del Señor […] el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!» (Lc 1,46-49).

Pero también es capaz de agradecer su intervención en la historia humana: «dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,51-53).

Su actitud ante esto es tener disposición, actitud de oración, para poder escuchar lo que Dios tiene que decirle (Lc 1,26-38), «conservaba estas cosas en su corazón» (Lc 2,51) y termina exhortando: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5), refiriéndose, por cierto, a Jesús.

¿Y del Niño, qué aprendemos? A dejarnos cuidar y a depender. Él, que era Dios, se deja atender, por dos criaturas y «vivía sujeto a ellos» (Lc 2,51). Además de todo lo que aprendemos de su vida adulta y sus palabras, que es el contenido de nuestras meditaciones durante todo el año.


Concluimos, por lo tanto, en que por cuidar de los suyos, José estuvo dispuesto a cambiar sus ideas, a ser dócil a lo que escuchó de Dios, por conducto del ángel, a abandonarse en el fondo en las manos de Dios.

En que María es modelo de humildad, de aceptar las cosas como vienen, quien no se queja por la incomodidad de un viaje, por tener que dar a luz en un sitio inapropiado, no le reclama a José, ni le echa la culpa por unas contrariedades que sabe que no dependen de él.

Y que Jesús, quien es un apasionado de que se realice la voluntad del Padre (Jn 4,34), durante toda su vida la hizo carne de tal manera que se dice de él que «pasó haciendo el bien» (Hch 2,5), mostrando que «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28).

La Sagrada Familia, entonces, es un modelo no por su conformación, sino por lo que es más importante para Dios: el amor entre ellos y hacia los demás, como reflejo al amor al Padre. Ellos se amaban entre sí, pero claramente amaban al Señor y eso lo manifestaban buscando y amando su voluntad.

 

Señor, que el ejemplo perfecto de unidad, amor y fe de la Sagrada Familia nos inspire y nos impulse a darle más contenido fraterno y solidario a nuestra vida, como reflejo de que somos parte de quienes consideras parte de tu familia, porque tratamos de hacer la voluntad del Padre. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener como modelo de amor a Dios y los demás el de la familia de Nazaret, de todos juntos y el de cada uno por su parte,

Miguel.

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Para que sea efectivo que se encuentre «Dios con nosotros»

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

21 de Diciembre de 2025                                              

Domingo de la Cuarta Semana del Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 7, 10-14 / Salmo 23, 1-6 Va a entrar el Señor, el rey de la gloria / Romanos 1, 1-7

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     1, 18-24


Jesucristo fue engendrado así:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

¿Cómo «son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob» (Sal)? Son como María y José, que se ponen a su disposición «para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado» (Ev). ¿Necesitas un impulso para ser parte de esto?. Entonces, «pide para ti un signo de parte del Señor» (1L). Y se te  anunciará «la Buena Noticia de Dios […] acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador por su resurrección de entre los muertos» (2L). Tras esa poderosa señal, ¿cuál será tu respuesta?

Que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo y nosotros aportemos a que sea así.

Para que Dios encontrara su lugar entre nosotros fue necesario que hubiese mujeres y hombres que estuviesen dispuestos a seguir sus inspiraciones.

Hoy se nos habla de dos de ellos.

Antes, sepamos o recordemos que el matrimonio judío de aquel tiempo constaba de dos partes: el contrato y la boda, algo semejante a nuestros matrimonios en versión civil y religiosa. Para efectos jurídicos lo importante era el contrato, como lo es entre nosotros la ceremonia civil.

Lo que se celebraba en la boda, unos días después del primer evento, era la acogida de la esposa en casa del novio. En ese momento comenzaba la convivencia entre los esposos.

Pues bien, nos cuenta Mateo que María, «cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo». Esta parte de la historia la conocemos por el evangelio de Lucas (1,26-38), quien nos cuenta que el ángel Gabriel (traducción: Dios es mi fortaleza) se presentó ante la joven con un hermoso saludo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» y le contó que tendría, en condiciones excepcionales, un hijo que «será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre», a lo que la niña termina accediendo, sin comprender bien las consecuencias que esto le traería.

El primer efecto de esto será la natural inquietud de José, a quien debe haberle contado, porque le atañía todo lo que estaba sucediendo. Pero, sigue el evangelista, como él «era un hombre justo», que debía actuar según las leyes de su pueblo, correspondía repudiarla como adúltera ante su comunidad. Sin embargo, también era un hombre bueno, por lo que «no quería denunciarla públicamente», debido a que aquello era castigado hasta con la muerte, según sus costumbres. Su opción, en consecuencia, fue «abandonarla en secreto». Que esto quedase entre ellos, para, así, provocar el menor daño posible.

Ante esta situación, como ocurre en otros pasajes bíblicos, Dios se comunica con él en medio de sus sueños, por intermedio de su Ángel y le hace saber que él puede ser parte del plan divino, teniendo en cuenta que «lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo» (es decir, del poder, la fuerza, la energía del mismo Dios) y que era necesario que un «hijo de David» un descendiente del gran rey, estirpe desde la que debía provenir el Mesías, como era él, fuese quien lo adoptase. Y, como era la


tradición, tendría la responsabilidad de ponerle un nombre, el cual debía ser «Jesús (traducción: “Dios salva”), porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». Su decisión, posterior a eso, fue, hacer lo que entendió que correspondía, según la información que recibió: «llevó a María a su casa». Se concretó el matrimonio y la nueva familia.

Para que esta historia de amor que celebraremos en Navidad fuese posible, es decir, para que sea efectivo que, por medio de ese niño, se encuentre «Dios con nosotros», hubo una mujer que se puso a disposición de su voluntad: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38) y un hombre que, en cuanto fue posible, «hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado».

Porque Dios, ni aun sabiendo que es lo mejor para nosotros, no hace nada en contra de nuestra voluntad.

Ojalá también sepamos descubrir su voluntad compasivamente misericordiosa que sólo quiere humanizar más nuestra vida y la de todos. Y que nos atrevamos a poner de nuestra parte para que ésta se haga realidad.

 

Señor, danos la gracia de asemejarnos a las actitudes de fe, humildad y acogida de la voluntad del Buen Padre Dios que tuvieron María y José; que sepamos también confiarle nuestras vidas y tareas diarias, para que, como ellos, podamos servirle fielmente y ser reflejos de su amor por todos sus hijos, nuestros hermanos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber encontrar la forma de hacernos receptivos a la voluntad del Padre para nosotros y quienes nos rodean,

Miguel.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Cuando lo que se ve y se oye son buenos frutos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

14 de Diciembre de 2025                                              

Domingo de la Tercera Semana del Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 35, 1-6. 10 / Salmo 145, 6-10 Señor, ven a salvarnos / Santiago 5, 7-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     11, 2-11


Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo:
«¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino".
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él».
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

Hoy y siempre, en medio de las dificultades de la vida, debemos recordar: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!» (1L), y también: «tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor» (2L). Esto para que, sin importar cuán débiles nos sintamos, sepamos que «El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos» (Sal). Eso es «lo que ustedes oyen y ven» (Ev), si tenemos los sentidos de la fe despiertos y lo que debiésemos anunciar si tenemos los ojos y los oídos del corazón atentos y fieles.

Mejorar cada vez más su producción.

Nuestros tiempos se caracterizan por destacar y promover la productividad, de tipo material, principalmente. En algunas empresas, por ejemplo, existen bonos de producción para quienes alcanzan las metas que la institución determina.

Pero, éste es un concepto que cruza culturalmente nuestra sociedad, influyendo en nuestra forma de pensar. Es así que entre nosotros no es bien visto el ocio; no ser permanentemente productivos.

De algún modo, la Biblia incentiva a algo semejante, pero no para obtener beneficio económico propio, sino para crecer en cercanía a la voluntad de Dios, o sea, en mejor humanidad.

Juan Bautista, al comienzo de los evangelios, exhorta: «Produzcan el fruto de una sincera conversión» (Mt 3,8), animando a que los cambios que se pretenda hacer para ajustar la vida a las enseñanzas divinas, se demuestren con obras. Es decir, que, desde el criterio de la Biblia, es necesario comprender que la fe necesita ser “productiva”, dando frutos que manifiesten de manera concreta y eficaz lo que se cree.

Un profeta del Antiguo Testamento alaba a quienes así lo hacen, fiándose de Dios: «¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto» (Jer 17,7-8).

Jesús, por su parte, utiliza la siguiente imagen para graficar la unidad que se produce entre él y quienes creen: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos» (Jn 15,5.8). Es decir que sus seguidores, quienes nos decimos cristianos, unidos como estamos a él, tenemos esa capacidad. En otro momento dirá: «Por sus frutos los reconocerán» (Mt 7,16).

Pues bien, cuando los discípulos del Bautista le consultan al Maestro acerca de su misión como Mesías, su respuesta es mostrar los frutos de «el que ha de venir», el Mesías. Les dice que éstos son, ni más ni menos, «lo que ustedes oyen y ven»; sólo cosas buenas: «los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan…». Por lo tanto, sus frutos, los que él produce, son mucha «vida en abundancia» (Jn 10,10), en plenitud de humanidad.

Este tipo de frutos produce alegría, por eso se puede entender que él vino, para que, con su forma de actuar, ocurra que «la Buena Noticia es anunciada a los pobres», a los muchos sencillos que lo necesitan.

Y esta tarea es encomendada a sus seguidores cuando se despide de nuestra tierra: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15).

Teniendo presente el ejemplo y las enseñanzas de nuestro Maestro, entonces, debemos recordar, junto con las anteriores, estas palabras suyas: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero […] Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros» (Jn 15,16-17).


La Buena Noticia, la noticia feliz, del Dios lleno de misericordia compasiva que quiere que todos se sientan amados por Él, a través del amor que seamos capaces de darles quienes nos sabemos sus hijos, es el mejor fruto que podemos producir quienes nos atrevemos a llamarnos cristianos y lo que nos hace más grandes que el gran mensajero que preparó el camino al Señor.

 

Señor, te pedimos la gracia de tener una fe que sea fértil, de tal manera de dar frutos de paz, amor y alegría, como necesita nuestra tierra y nuestros hermanos de humanidad. A la vez, que podamos ser tierra buena para que desde nosotros crezca tu Palabra y logremos reflejar tu Buena Noticia, además de ayudar a otros a dar los frutos del Reino. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dar buenos frutos, los mejores, porque Dios puso una semilla excelente en nosotros,

Miguel.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Tenemos motivos para ser personas de esperanza

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

30 de Noviembre de 2025                                              

Domingo de la Primera Semana del Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 2, 1-5 / Salmo 121, 1-2. 4-9 Vamos con alegría a la Casa del Señor / Romanos 13, 11-14

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     24, 37-44


En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

Con el lenguaje apocalíptico propio de la Biblia, Jesús nos hace esta advertencia: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor» (Ev), pero lejos de intimidarnos, debiese producir en nosotros el anhelo de que ocurra pronto, porque ese “día” «Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (1L), esto debido a que ya no serán necesarias las armas, porque el todos contra todos será reemplazado por el todos con todos, unidos en Él, que es la fuente del amor. En preparación de aquello, «vistámonos con la armadura de la luz» (2L) para dar el combate de la fraternidad que nos haga cantar y repetir: «Por amor a mis hermanos y amigos, diré: “La paz esté contigo”» (Sal).

Tenemos razones para que nuestra espera sea alegremente esperanzada.

Adviento es un tiempo para recordarnos que es bueno y necesario estar atentos, porque, según lo que se nos ha prometido y creemos, el Señor viene. Es adecuado preguntarnos: ¿le abriremos las puertas de nuestro corazón? ¿seremos capaces de reconocerlo cuando quiera entrar? ¿Lo identificaremos cuando se cruce por nuestro camino en la calle, en nuestro barrio, en el mundo? Y después, ¿estamos conscientes de que una espera fructífera consiste en estar despiertos y dispuestos a hacer llegar la luz y la paz de Cristo a este nuestro mundo de hoy y a transformarlo en el mundo de mañana soñado por Dios? Porque una persona de fe, si cree en el Jesús que anduvo por Galilea, quien dedicó su vida a anunciar la Buena Noticia de que Dios es un Padre misericordioso y lleno de amor por nosotros, es una persona de esperanza. Por ello, si nos decimos cristianos, no debemos vivir sin soñar, sin ideales que nos inspiren (e inspiren a otros) y que incluso nos impacienten (y fomenten la santa impaciencia), a veces, porque aún no viene a nosotros su Reino (Lc 11,2).

Si, como decimos, somos creyentes en que resucitó, creemos, entonces, en que está vivo y es parte de nuestras vidas y de nuestras comunidades: «yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Ojalá nos hiciéramos conscientes de esa presencia, de tal manera que todos puedan encontrarlo y amarlo inspirándose en el amor que nosotros nos tenemos unos a otros; en nuestros esfuerzos para traer paz a este mundo; en nuestro compromiso por la justicia y la dignidad de todos, en el cuidado preferente por los más humildes y abandonados.

Vivir el espíritu de Adviento debería implicar, como siempre, pero con más intensidad en estas cuatro semanas antes de la Navidad, que nos hagamos conscientes del bello hecho de que Dios también nos espera para crear entre sus hijos, toda la humanidad, la paz y la libertad, la luz, la justicia y el amor; que podamos dar testimonio ante todos de que creemos en el que ha de venir, pero que, a la vez, de un modo misterioso, también está aquí, que vive, y que, como hizo en su tiempo (Hch 10,38) quiere sólo hacer el bien a sus hermanos, nuestros hermanos.

Dicho todo lo anterior, les invitamos a leer el evangelio para este día desde esa óptica, no de la de aquellos


que entienden en clave terrorífica palabras como estas: «el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada». Recordemos que Jesús le está hablando a gente de su tiempo con mentalidad de la época que vivió. Nosotros rescatemos que también nos puede suceder que nos distraigamos excesivamente (porque no es malo, pero no puede ser exclusivo) en fiestas y diversiones; preocupaciones y ocupaciones materialistas e inmediatas, porque, en esas condiciones nos alienamos y nos ponemos desprevenidos y nos puede suceder como se nos cuenta en esta historia, con aquellos que «no sospechaban nada» antes de que ocurrieran esos potentes eventos.

La invitación para nosotros es, por el contrario: «estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor». Y eso es, justamente, lo que debería espantar el temor y ser esperanzador: la preparación que reseñamos al comienzo es para recibir a nuestro Señor, quien «vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10), a semejanza de cómo veía él actuar a su Padre, el Buen Dios, quien es capaz de dejar 99 “buenos” para ir a buscar uno que se había perdido por los caminos de la vida y al recuperarlo invita: «alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido» (Lc 15,6).

Los cristianos somos (debemos ser) personas de esperanza. ¿Cómo no serlo si sabemos que quien vino, está viniendo y debe venir es aquel ser lleno de amor misericordioso para todos?

 

Señor, tú sabes que somos incapaces de construir sin ti un mundo nuevo y mejor. Ven, quédate y camina con nosotros en nuestro peregrinar por la vida; enséñanos a descubrir, entre muchos que se nos ofrecen, el sendero que conduce a la vida plena, buena, en abundancia, que dé esperanzas a todos nuestros hermanos de humanidad. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener el corazón, las manos, los labios y todo el ser preparado para las distintas y sorpresivas venidas del Señor,

Miguel.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

¿Reina Cristo hoy?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

23 de Noviembre de 2025                                              

Jesucristo, Rey del Universo

 

Lecturas de la Misa:

II Samuel 5, 1-3 / Salmo 121, 1-2. 4-5 ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor! / Colosenses 1, 12-20

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     23, 35-43

    Después de que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»

    También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»

    Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».

    Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

    Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».

    Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».

    Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

Donde «está el trono de la justicia» (Sal) se encuentra «el Mesías de Dios, el Elegido» (Ev), nuestro Señor y Hermano, que es quien recibió este encargo: «Tú apacentarás a mi pueblo» (1L), porque sólo él, su actuar y su decir, es «Imagen del Dios invisible» (2L) hecho hombre para hacer posible que el Reino de la Paz, el Amor y la Alegría para todos comience a hacerse presente desde ese momento hasta la Vida eterna.

Aportar a que su espíritu reine.

Es claro para todos que en nuestro tiempo no es Cristo quien reina en nuestro mundo.

Reina el dinero, la indiferencia egoísta, el abuso de la dignidad de las personas… el menosprecio y la ridiculización de las actitudes que nos identifican con lo mejor de lo humano, a la vez de la exaltación de lo que nos bestializa: la discordia, el fomento del conflicto, la ley del más fuerte, la guerra…

Lo peor es que aquello que está reinando en el mundo es lo que lleva a nuestro planeta a un punto crítico donde está en riesgo la propia supervivencia de nuestra especie. El cambio climático y la negación de este hecho nos están llevando a un “derretimiento” de las condiciones necesarias para la existencia de toda forma de vida.

Eso en un plazo más largo, pero no hay que olvidar que en el presente esta deshumanización que nos reina se manifiesta en gente que muere de hambre, al mismo tiempo que otros botan alimentos a la basura. También, como sabemos, es posible que una persona fallezca y haya vecinos y familiares que no se den cuenta hasta pasados varios días…

El mundo necesita que reinen actitudes muy diferentes a las mencionadas. El mundo necesita los valores cristianos. Necesita a los cristianos viviendo coherentemente estos valores. ¿Cuáles?

Si lo somos, entonces, esos valores son los que Jesús enseñó. Una buena y detallada lista se encuentra en el Sermón del Monte, en el evangelio de Mateo, y en muchas otras secciones de todos los evangelios.

Pues bien, como sabemos, él no andaba proclamándose rey, probablemente porque entendía que hay sólo uno: Dios. También conocemos que el contenido principal de su anuncio era el Reino de Él, no el suyo. De hecho, la primera predicación del Maestro comienza así: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Eso, que aprendió, probablemente, cuando fue parte del movimiento de Juan Bautista (Mt 3,2), el cual, tal como todos sus compatriotas contemporáneos creían que sería una intervención violenta contra el imperio “ateo” romano que los subyugaba, porque «el Día del Señor es grande y terrible: ¿quién podrá soportarlo?» (Jl 2,11), sería «un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios» (Is 61,2).

Sin embargo, esto lo fue madurando en la medida en que fue transcurriendo su misión, de tal manera que, más al final de su vida afirma: «el Reino de Dios está entre ustedes» (Lc 17,21), tal vez porque se convenció de que Él no tiene que esperar ninguno de nuestros plazos ni acontecimientos humanos, por lo que, pese a todo, reina siempre desde el corazón de quien le permita reinar dentro suyo, «quien escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto…» (Mt 13,23).

Algunas (de las muchas) obras del Reino que los creyentes podemos ser capaces de mostrar, si dejamos al Espíritu de Dios actuar en nosotros:

En un mundo que es, fue y será conflictivo, ser constructores de paz (Mt 5,9), teniendo un espíritu de reconciliación (Mt 5,23-24; Mt 18,21-22).

Eso en lo personal, pero en lo comunitario, ser de aquellos que «tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6) porque la experiencia demuestra que para que haya una paz sana no debe haber inequidades y «los que trabajan por la paz […] serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,6), ni más ni menos.


La justicia, para ser perfectos como el Padre Celestial (Mt 5,48), debe ir más allá de lo que entendemos por esa palabra (Mt 5,20) e impulsar a ser compasivos y solidarios con quien lo requiera sin hacer distinciones (Lc 10,25-37), auxiliar a los necesitados (Mt 25,34ss), tener una actitud de servicio permanente (Mt 20,27-28)… es decir, amarnos unos a otros, como aprendimos del Profeta del Reino de Dios (Jn 13,34).

Los valores del Reino, podríamos resumir, son todos los que nos hagan más y mejores humanos, porque fuimos creados buenos (Gn 1,31). El aporte de los cristianos a nuestro mundo sería corregir las desviaciones que ha tomado en ese camino y que reseñamos al comienzo.

Solo cuando esto se logre podremos decir que Cristo (su espíritu, el sentido de su vida, su mensaje) reina en el mundo. De tal forma que los demás, como hicieron cuando él caminó por nuestra tierra, «vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).

 

Queremos que reines en nosotros y desde nosotros a este mundo que tanto necesita corregir su rumbo. Impúlsanos a ser coherentes con esa intención, haciendo que las capacidades que el Buen Padre Dios puso en cada uno den todas juntas el fruto de hacer presente su Reino en la tierra como ya es en el cielo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que nuestras acciones puedan llegar a ser semillas y frutos del Reino entre nosotros y en el mundo,

Miguel.

martes, 18 de noviembre de 2025

No estamos desamparados ni indefensos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

16 de Noviembre de 2025                                              

Domingo de la Trigésimo Tercera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Malaquías 3, 19-20 / Salmo 97, 5-9 El Señor viene a gobernar a los pueblos / Tesalonicenses 3, 6-12

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     21, 5-19


    Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
    Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
    Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
    Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
    Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
    Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
    Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

Cada vez está más cerca el día en que «brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos» (1L), que es nuestro Señor. Será el momento en que «Él gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud» (Sal). Es claro que una espera auténtica de ese acontecimiento no debiese efectuarse como ociosos (2L), sino siendo activos en la ayuda a que sea más digna la vida de los demás, como la única manera adecuada de dar un testimonio de Jesús (Ev) que sirva realmente.

Según el profeta anunciador de esperanza.

Los profetas eran personajes bíblicos que no adivinaban el futuro, como solemos creer. Lo que hacían, más bien, era dejarse inspirar por Dios para analizar con los ojos de Él el presente que vivían, observar las tendencias de su sociedad y luego, anunciar el juicio del Señor al respecto, haciendo advertencias y hasta amenazas. Pero también promesas de liberación de las desdichas que tocaban a sus contemporáneos como causa del mal rumbo tomado.

Cuando lanzaban predicciones para el futuro, lo que hacían era afirmar que, si continuaba este tipo de comportamiento de los dirigentes y del pueblo sucederían calamidades, no como castigo divino, sino como consecuencia de la violación de leyes sagradas, los mandamientos, los cuales son santos porque buscan proteger lo más sagrado que creó Dios: la vida humana, partiendo por quienes necesitan más protección, por ser los más débiles: los pobres. Es entonces que imaginan y anuncian escenarios dramáticos cuya función pedagógica es hacer entrar a todos en razón, intentando llevar a cabo lo que es justo y recto delante de Dios (Mt 6,33).

Jesús, el último y el mayor de todos los profetas advierte: «Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo».

Pero estos escenarios de destrucción no son la conclusión de la historia, sino que el hombre de Dios termina sus anuncios con esperanza. Jesús remata prometiendo: «Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación» (Lucas 21,28).

El texto para este día hay que entenderlo, entonces, como anuncio del futuro de los creyentes y no de un epílogo del mundo: «no llegará tan pronto el fin».

Por cierto que decir que sería destruido el Templo de Jerusalén, la única morada de Dios sobre la Tierra, podía interpretarse como el fin de todo, pero recordemos que el Maestro gustaba de usar frases que impactaran para ganar la atención y ayudar a grabar en la mente de sus oyentes el contenido de su mensaje.

Lo que parece querer Jesús es reflejar las condiciones reales que se dan en el momento histórico que están viviendo, es lo que sucedía y que, lamentablemente, seguirá sucediendo. Lo anunciado ocurrirá en este mundo nuestro, con sus leyes naturales dolorosas: «grandes terremotos (…) fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo» y, lo que es peor, con sus enfrentamientos y odios mortales: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino». El mundo era y es así.


Pero, a continuación surge esa perspectiva de futuro de la que hablamos. Es, sin embargo, aquí, en medio de este escenario que podría atemorizar, cuando resuena con fuerza: «ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».

El creyente en el profeta del amor de Dios, Jesús, por lo tanto, debiese vivir con una paz excepcional en este mundo conflictivo, derivada de su confianza amorosa en su Padre celestial, porque sabe que gracias a Él, le suceda lo que le suceda, no se encuentra desamparado ni indefenso.

 

Sigue enseñándonos y recordándonos, Señor, que este mundo, por el que vamos pasando las distintas generaciones, alguna vez llegará a su fin. Pero también que nos has invitado a tener siempre presente que, igual que en su origen y en su evolución, se encuentra siempre el Dios, Padre Bueno. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, no dejarnos influir demasiado por las visiones exageradamente atemorizantes sobre lo que ha de venir para, en cambio, confiar más en Dios,

Miguel.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Producir frutos de una sincera conversión

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

7 de Diciembre de 2025                                              

Domingo de la Segunda Semana del Adviento

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 11, 1-10 / Salmo 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17 Que en sus días florezca la justicia / Romanos 15, 4-9

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     3, 1-12


En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:
«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible».
Palabra del Señor.

 

MEDITACION

Los cristianos estamos a la espera de un gran acontecimiento que vendrá, confiando «que en sus días florezca la justicia y abunde la paz» (Sal). Como aporte para eso se nos llama: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Ev). Lo apropiado, al respecto, es tener dos actitudes fundamentales: en el nivel mayor, la comunidad-país, debiese ocurrir que quien tenga influencia sienta que «la justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas» (1L) y aporte desde ahí; y en el nivel comunidad interpersonal recordar esta invitación: «Sean mutuamente acogedores, como Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios» (2L). Esa sería la esperanza activa que valdría la pena fomentar este Adviento y siempre.

Cambiar el mundo, cambiar nosotros.

En nuestro tiempo en que cuesta mucho llegar a consensos, hay algo en lo que es difícil no estar mayoritariamente de acuerdo: por los motivos que sean, nuestro mundo no anda bien, campea el egoísmo, la violencia, la denigración de las personas…

La cosa es así y no hay mucho que hacer al respecto. ¿O no?

Si fuera así, ¿qué pintamos los cristianos en esto? O, en otras palabras, ¿para qué servimos los cristianos, entonces?

No olvidemos que tenemos un encargo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15). Y que, lógicamente, las buenas noticias producen alegría. Sumémosle a lo anterior que ser cristianos, como nos recuerda el Adviento y toda la vida cristiana, somos gente de esperanza: personal y que debería fluir hacia los demás.

Entonces, si el diagnóstico anteriormente señalado es correcto, quiere decir que quienes nos decimos seguidores de Jesús no estamos haciendo nuestro trabajo. O, al menos, no suficientemente.

Pues bien, convertirse es cambiar. Y, como bien sabemos, cambiar no es algo que nos guste demasiado. Como que pensamos: “ojalá las cosas mejoraran, pero que no afecten mis comodidades y las costumbres a las que ya me he habituado…”

Pero no funciona así. Como dicen que decía Einstein: “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”.

Claramente, según lo que vemos, necesitamos resultados distintos, ya que casi todos reprobamos cómo va el mundo; necesita cambios; necesita, de parte de los cristianos, «el fruto de una sincera conversión» que aporte a ese cambio.

Tengamos presente que esta exigencia se la hace el Bautista a «fariseos y saduceos», es decir, gente irreprochable desde el punto de vista de la religión. Mas aún, personas que están dispuestos a someterse al «bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Mc 1,4) que prodigaba Juan.

A estos excelsos «hijos de Abraham», lo mejor de la fe judía de su tiempo, ni más ni menos, el Bautista dedica estas fuertes palabras: «Raza de víboras […] el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego».

Palabras propias de un vocero de Dios, un profeta, necesarias entonces y siempre. Porque, aún hoy, como


entonces, hay quien “se contenta con decir” que es una persona religiosa, pero «no produce buen fruto». Y, como debiésemos saber, la hipocresía, particularmente la religiosa, era muy lamentada por nuestro Maestro: «Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: “Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés [el gran legislador en nombre de Dios]; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen» (Mt 23,1-3). Ante esto, continúa: «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran» (Mt 23,13). Es decir, fueron complicando cada vez más los mandamientos, hasta el punto de hacerlos invivibles, mientras ellos no tenían ninguna disposición de afectar sus privilegios cumpliendo la voluntad del Señor.

Entonces, este nuevo Adviento puede ser una buena oportunidad para convertirnos -o sea, cambiar- desde la comodidad egoísta propia del mundo al cariño servidor hacia los demás, propio de los hijos de la Resurrección (Lc 20,36), es decir, los que, según el ejemplo de su Maestro, aportan a que todos tengan vida en abundancia (Jn 10,10).

Si todos quienes nos declaramos cristianos estuviésemos en esa disposición, si nos convirtiéramos de verdad, nuestro mundo andaría mucho mejor.

 

Te pedimos, Señor, que envíes tu Santo Espíritu para que ilumine nuestro corazón, nuestro ser y nuestro actuar. Ayúdanos a vivir en tu amor, a vencer las tentaciones deshumanizantes y a irnos convirtiendo en personas nuevas que entregan ternura y solidaridad a los demás. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener permanente disposición a convertirnos en personas que aportan a una vida mejor para todos,

Miguel.

Una familia con muchos modelos para nosotros

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 28 de Diciembre de 2025                         ...