12 de diciembre de 2012
Nuestra Señora de Guadalupe
Patrona de América
Lecturas:
Isaías 7,
10-14; 8, 10 / Salmo 66, 2-3.5.7-8 ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-48
María partió y fue sin demora a un pueblo de
la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta
oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena
del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor
venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte
del Señor.»
María dijo entonces: «Mi alma canta la
grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las
generaciones me llamarán feliz»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Sin demora, una vez que le fue
notificado por medio del Ángel que su prima estaba encinta en su ancianidad, se
dirigió a servirla, como la forma más apropiada de celebrar el acontecimiento
que le había anunciado sobre sí misma acerca del cumplimiento de las promesas
de Dios para su pueblo, desde hace siglos.
Esa solicitud de pequeña servidora
contagia de alegría al bebé y llena del Espíritu Santo a Isabel. Es que, cuando
se actúa guiados por Dios, «la tierra ha dado su fruto» (Sal) «y
bendito es el fruto de tu vientre», como exclama proféticamente Isabel.
María es bienaventurada no por ser la
elegida entre muchas a través de las generaciones para ser la madre del
Salvador, el «Emanuel, que significa Dios
está con nosotros» (1L), sino «por
haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». No es sólo el seno
que lo llevó y los pechos que lo amamantaron, sino, más importante aún, es de
las que «que escuchan la Palabra de Dios y la practican» (Lc 11,27-28).
Entonces, este Adviento y siempre, todos
somos llamados a vivir como quien cree que se cumplirá lo anunciado de parte
del Señor.
¿Quiénes somos nosotros para que la
madre de nuestro Señor venga a visitarnos? Señor, ¿qué es el hombre para que tú
lo cuides, y el ser humano, para que pienses en él? (Sal 144,3). Señor, no soy
digno de que entres en mi casa (Lc 7,6). Y sin embargo, nunca dejamos de contar
contigo, con tu presencia y con tu amor. Gracias, Señor.
Buscando
convertirnos a la Paz, el Amor y la Alegría del Reino,
Miguel.
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