2 de febrero de 2013
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Lecturas:
Malaquías 3, 1-4
/ Salmo 23, 7-10 El Rey de la gloria es el Señor de los
ejércitos / Hebreos 2, 14-18
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de
Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al
Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu
Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías
del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres
de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor
muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que
preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones
paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo
que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre:
«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo
de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se
manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Había también allí una profetisa llamada Ana,
hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en
su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había
permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo
momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los
que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la
Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba
creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con
él.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Relata Lucas que al viejo «Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba
el consuelo de Israel, el Espíritu Santo […] le había revelado que no moriría
antes de ver al Mesías del Señor», por lo que, ese día, «conducido por el mismo Espíritu» sintió
que «en seguida entrará en su Templo el
Señor que ustedes buscan» (1L).
Tal como Ana, quien «no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y
oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y
hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén».
El profeta (y la profetisa, notable
introducción que hace este evangelista), como dijimos respecto al evangelio de
mañana es “una persona que tiene por misión hacer presente la verdad de Dios […]
llamando a todos a un cambio de vida”.
Para eso, su propia vida debe ser
testimonio de lo que cree. Así podemos entender que «era justo y piadoso» y «el
Espíritu Santo estaba en él» y que servía «a Dios noche y día», como se señala de ambos.
Ya lo hemos dicho antes: el Espíritu también
está en nosotros, hombres y mujeres, y también a todos, mujeres y hombres, nos
conduce a servir al «Rey de la gloria»
(Sal), en la persona de los hermanos, en
quien podemos encontrar o ver al Mesías, como él mismo nos indicó que ocurriría
(Mt 25,34ss). Es decir “hablando” con la vida y las
acciones –que es como se profetiza- acerca de Él a todos los que esperan la
liberación, comprobando de esa forma que «si nos amamos los unos a los otros,
Dios permanece en nosotros» (1 Jn 4,12).
Hoy y siempre, Señor, puedes dejar que
tu servidor descanse, porque mis ojos y todos mis sentidos han tenido la
bendición de haber visto la liberación en germen, fruto del Reino que vamos
construyendo, cuando permitimos que el Espíritu nos mueva. Gracias, Señor.
Enviados a
anunciar la Buena Noticia de Paz, Amor y Alegría de Dios,
Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario