PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
23 de junio de 2013
Duodécimo Domingo Durante el Año
Lecturas:
Zacarías 12,
10-11; 13, 1 / Salmo 62, 2-6. 8-9 Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío / Gálatas 3, 26-29
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 18-24
Un
día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con Él, les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros,
Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado».
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro, tomando la
palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
Y
Él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
«El
Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos,
los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al
tercer día».
Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a
sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera
salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará».
Palabra del Señor.
MEDITACION
Hay muchas opiniones,
«Pero ustedes, -nos interpela Jesús-
¿quién dicen que soy yo?» (Ev). ¿Podemos responder: «Señor,
Tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti»? (Sal). Y si
nuestra respuesta fuese semejante a esa, ¿asumiremos las consecuencia que tiene
seguirlo, comprendiendo que, ya que «no son más que uno en Cristo Jesús» (2L), la
comunión con él significa vivir en forma semejante a la suya; y estar
dispuestos a una muerte como la que le hicieron padecer «al que ellos traspasaron»? (1L). Pero junto a eso –y
debido a eso- podemos confiar en que Dios nos concederá, en premio a nuestra
fidelidad, la resurrección que nos ha sido prometida.
Hay
gente que le llama “sus cruces” a situaciones tan pedestres (una vaga dolencia,
dificultades en la relación con un familiar o en la vida laboral…) que da
vergüenza ajena su pretensión de asimilarlas a la Cruz de Jesús.
Eso
se debe a que se aprecia mal lo que significa cargar la cruz diaria, por parte
de ellos y, reconozcámoslo, también de algunos malos predicadores. Sólo es cruz
cristiana la que se nos impone injustamente como castigo por estar disponibles
para los demás, es decir, la que se asemeja a la del mismo Señor.
Porque
también hay que despejar el horroroso error de pensar que el plan de Dios era
hacer sufrir a su Hijo para compensar los males de la humanidad. Ese ser sádico
no es el Padre Dios que nos enseñó Jesús.
Si
«El Hijo del hombre [debía] sufrir mucho,
ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas [y] ser
condenado a muerte» se debe a que los poderes de su tiempo se verían
amenazados por su prédica y su práctica auténticamente fiel al Dios que ellos
decían adorar y representar. Ellos lo condenaron a muerte; no Dios.
Esto
sucederá (sucedió) debido a que fuimos creados libres, por lo que Jesús acepta no
ser el
Guerrero victorioso que esperaba su pueblo y fracasar como Mesías, tal como
lo aceptó Dios cuando se propuso crear al hombre para la felicidad y éste
prefirió el amargo e infértil egoísmo.
De
la misma manera que nuestro Dios, nosotros, sus hijos, debemos cambiar de
actitud frente a los valores en boga que ensalzan el éxito y la eficacia, los
que suelen tener relación sólo con aspectos externos y más específicamente
materialistas. Para eso nos sirve saber que el fracaso de Jesús no será
definitivo. La resurrección de este hombre, modelo para nosotros, demostrará de
lado de quién se pone Dios. Él estuvo y sigue estando del lado de quien «pierda su vida» a la manera de Cristo:
dándola por los demás, lo que permite que se gane una que auténticamente
merezca llamarse vida, la que el Maestro llamó Vida en abundancia o Vida
eterna.
Tú,
que eres el Cristo de Dios, guía nuestro caminar en pos de la voluntad del
Padre, con la misma certeza tuya en que la solidaridad es la vía; la cruz, la consecuencia;
y la Vida eterna, el regalo para quien busca construir su Reino. Así sea.
Con la Paz, el Amor
y la Alegría de confiar en que Él está al lado de quien asume las consecuencias
de serle fiel,
Miguel.
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