jueves, 25 de julio de 2013

Jesús nos muestra las consecuencias de ser hijos del Padre Dios

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
28 de julio de 2013
Décimo Séptimo Domingo Durante el Año

Lecturas:
Génesis 18, 20-21. 23-32 / Salmo 137, 1-3. 6-8 ¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué! / Colosenses 2, 12-14

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas   11, 1-13
    Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».
    Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan:
        Padre, santificado sea tu Nombre,
        que venga tu Reino,
        danos cada día nuestro pan cotidiano;
        perdona nuestros pecados,
        porque también nosotros perdonamos
        a aquellos que nos ofenden;
        y no nos dejes caer en la tentación».
    Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".
    Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
    También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
    ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
    Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Jesús nos enseñó que «el Señor está en las alturas, pero se fija en el humilde» (Sal), que es todo aquel que reconoce que «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor» (1L), y nos alienta a hacerlo porque está convencido que Dios es un Padre que sólo da «cosas buenas a sus hijos» (Ev): a todos aquellos que estábamos muertos en el pecado y a quienes «Cristo hizo revivir con Él, perdonando todas nuestras faltas» (2L), regalándonos la condición de hermanos suyos e hijos amados de su Padre.
«La Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios» (Mc 1,1) se puede resumir en que, después de su misión en nuestra tierra, tenemos la gracia de llamar a Dios, “Padre”.
Él, que, al ver los frutos de la primera misión de sus discípulos, «se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido”» (Lc 10,21), lo siguió reconociendo y lo llamando de esa forma hasta el final, ya que Lucas nos cuenta que sus últimas palabras en la cruz fueron: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Por eso «Padre» es la primera palabra que se le viene a la mente cuando quiere enseñarnos a orar.
Es que, gracias a su acción y su palabra entre nosotros, descubrimos que no tenemos a un Dios lejano, sino un papá cercano, por lo que ninguno de nosotros es un huérfano y nadie debe sentirse desamparado: todos somos hijos del mejor Padre que existe, uno que nos ama no porque somos buenos, sino porque Él lo es y derrama generosamente sus dones en nosotros.
El mayor de todos sus regalos lo señala el Maestro: «dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo
pidan», el cual no es «un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom 8,15-16)
¡Qué puede ser más bello y bueno que eso!
La segunda gran consecuencia de todo esto es que, si tenemos un mismo padre, somos todos hijos de Él, por lo tanto corresponde que nos reconozcamos y nos amemos como hermanos: entre hermanos no debe haber mentiras ni injusticias; traición ni crimen; desamparo ni opresión.
Si los humanos, o al menos los cristianos, viviésemos así, ¡qué buena noticia seríamos para el mundo!

Padre bueno, haznos vivir fiel y valientemente las palabras que expresamos cuando te oramos. Así sea.

Gozando la Paz, el Amor y la Alegría de sabernos hijos muy queridos por el Padre Dios,

Miguel.

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