miércoles, 19 de mayo de 2021

¿Qué hace el Espíritu Santo después de Pentecostés?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

23 de Mayo de 2021

Pentecostés

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra / I Corintios 12, 3-7. 12-13

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-23


    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Resucitado, con el poder de Dios, entrega sus dones, pero lo hace, no a personas individuales e individualistas, sino a comunidades: «Estaban todos reunidos en el mismo lugar» (1L). Entonces, «sopló sobre ellos y añadió “Reciban al Espíritu Santo”» (Ev), porque, se sabe que «si envías tu aliento […] renuevas la superficie de la tierra» (Sal). Y, desde entonces, la tierra se ha podido renovar desde el egoísmo que causa tanto daño hacia el amor, ya que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L).

¿Qué nos hace?

Un pastor solía cuestionar un tradicional canto que se utiliza especialmente para el tiempo de Pentecostés. Se trata del llamado “Espíritu Santo, ven” de Martín Verde Barajas.

¿Cuál era su problema con tan devoto himno?

Le parecía mal que su letra insistiese en rogar que diese individualmente sus gracias: “Acompáñame, ilumíname, toma mi vida. […] Santifícame, transfórmame…”, etc.

Él opinaba que sería más adecuado si se le pidiese: “acompáñanos, ilumínanos…”, y así.

Y le encontramos toda la razón.

Pero antes de llegar a argumentar esto, notemos lo siguiente:

Podemos constatar que el Espíritu de Dios ha estado siempre acompañando la historia humana.

De hecho, en la primera página de nuestra Biblia, la que relata la Creación, se nos cuenta: «Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gn 1,1-2).

Y sigue estando después, como lo demuestran diversos personajes y autores sagrados:

«A mí me hizo el espíritu de Dios, el aliento del Todopoderoso me dio la vida» (Job 33,4), reconoce bellamente alguien.

Otro afirma: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido» (Is 61,1).

Y otro más ora: «Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Que tu espíritu bondadoso me conduzca por una tierra llana» (Sal 143,10).

Todo esto, mucho antes del paso de Cristo por nuestra tierra.

Pues bien, mucho después, cuando Jesús se está despidiendo de sus amigos, para consolarlos, les anuncia que: «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho» (Jn 14,26).

Notemos, en primer lugar, el gran cambio desde el singular en que hablan los textos del Antiguo Testamento al plural que utiliza el Maestro.

Entonces, ya sea que este regalo haya acontecido, como recuerda el evangelio para este día, cuando «Jesús sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo”» o, en la ocasión que relata Lucas en los Hechos de los Apóstoles: «vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos» (Hch 2,2-3), como sea que haya sucedido, ocurrió, y esto le pasó a una comunidad, la que lo sintió de esta forma: «Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4).

A tal punto que, posterior a esto, tenían tan clara conciencia de esta presencia entre ellos, de tal modo que, por ejemplo, se nos cuenta que «los Apóstoles, los presbíteros y la Iglesia entera…» (Hch 15,22) eran capaces de afirmar «El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido…» (Hch 15,28).


Pentecostés, entonces, parece querer enseñar que, si algo se ha aprendido de Jesús, si se quiere seguir sus orientaciones, tiene que ser toda una comunidad la que se sienta impulsada por Él, para que sus dones puedan dar frutos abundantes, ya que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (1 Cor 12,7).

Por lo tanto, el Espíritu de Dios, cuando es el Espíritu que envía Jesús, acompaña, santifica y transforma la vida, más que de personas individuales, de quienes, unidos, quieren e intentan llevar a cabo sus enseñanzas, confiados amorosamente en que «todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom 8,14).

 

«No sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros» (Rom 8,26), por lo que, acompañados por Él, guiados por Él, inspirados por Él, te alabamos y te damos gracias, Señor, por tantas maravillas que haces por nosotros, sobre todo por el don de tu Espíritu en nosotros.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dejarse guiar por “el Dios desconocido”, el Espíritu Santo, fuerza, motor, impulso de todo lo bueno,

Miguel

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