PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
30 de Enero de 2022
Domingo de la Cuarta Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Jeremías 1, 4-5. 17-19 / Salmo 70, 1-6. 15. 17 Mi boca, Señor, anunciará tu salvación / I Corintios 12, 31—13, 13
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 21-30
Después de que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?»
Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, sánate a ti mismo." Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».
Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La Biblia, al ser la suma de las manifestaciones personales de la fe de quien escribió cada texto, habla generalmente en singular. Pero, como es inspirada por el Espíritu de Dios para todos, hay que comprenderla en plural: a cada quien el Padre Dios nos dice: «Antes de formarte en el vientre materno, Yo te conocía» (1L), lo que nos permite sentir: «Tú, Señor, eres mi esperanza» (Sal), pero «si no tengo amor, no me sirve para nada» (2L). Y el amor se expresa de manera concreta: anunciándolo por medio del servicio, aún a riesgo de no ser comprendidos ni bien recibidos por quienes son nuestros más cercanos (Ev).
Ni en nuestra tierra, ni en nuestra religión, ni en nuestras certezas.
¿Qué provoca este violento rechazo hacia Jesús? No fue por nada parecido a las "buenidades" en las que pensamos cuando hablamos de persecución a los cristianos.
Recordemos que esta escena está pegada a la que meditamos la semana anterior.
Jesús pasa a ser odiado por anunciar cercanía a los pobres, perseguidos y cautivos, además de proclamar no un juicio discriminatorio de Dios (a favor de los que dicen creer en Él), sino la misericordia inclusiva (para todos) del Padre.
Pero este que pretende hacerles ver su error es sólo «el hijo de José»; no tiene títulos académicos ni ordenación religiosa. ¡Qué va a saber él!
Sin embargo, en el concepto de Jesús, no se trata tanto de saber -al menos, no intelectualmente- sobre “cosas de Dios”, sino experimentar y ayudar a otros a que tengan la experiencia de «cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad» (Ef 3,18) del amor tremendamente compasivo del Padre.
A eso dedicó su vida. Y lo hizo de la manera que él entendía a Dios, de la manera cómo él lo descubrió, de la manera que todos entendimos después que fue a lo que Él lo envió: «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17), para que el mundo sea feliz.
Pues bien, lo que transmite es que, para él, Dios es amor (1 Jn 4,8), y ya que lo es, lo será de manera perfecta, por lo cual lo manifestará de formas efectivas y concretas, con un amor que sirve, en dos sentidos de la palabra: es útil y, por eso, se pone al servicio de los demás, como el sol y la lluvia, que es para todos (Mt 5,45).
Como Jesús se sabía hijo suyo, sentía natural que se proyectase en él y desde él el amor de su Padre, sirviendo a todos con misericordia y ternura.
Pero ese amor, para ser perfecto, no puede ser indiferente al dolor y la tristeza de otros hermanos, tan hijos de Dios como los demás, debido a eso proclama que ha sido enviado «a llevar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18), históricos excluidos de la felicidad, tal como eran, por ejemplo, las viudas en la sociedad patriarcal de su tiempo.
También anunció que se le mandató para «dar la libertad a los cautivos» (Lc 4,18), entre los que se encontraban los leprosos, prisioneros de las tristes normas sociales que les impedían hacer vida normal con otros.
Todos aquellos carenciados necesitan amor efectivo, no palabras; menos aún, oídos sordos y brazos cruzados.
Al recordarles a sus compatriotas de esa manera a los entristecidos, se sienten acusados en su forma de vivir la religión: ellos no tenían inconveniente en adorar a Dios, despreocupándose de los prójimos.
Se cuenta que un anciano profetizó, cuando era apenas un bebé, que Jesús «será signo de contradicción» (Lc 2,34). Esto fue así en su propia tierra, como se nos recuerda este día, pero también con su familia: «Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado (un loco)”» (Mc 3,20-21). Y así, hasta su enjuiciamiento y muerte.
Como muy bien sabemos, a nadie le gusta ser contradicho o que nos planteen dudas donde no las tenemos. Esto nos ocurre mucho con nuestra religiosidad, particularmente debido a que tenemos, en general, muy poca y mala formación en los asuntos de nuestra fe, por lo que nuestra inseguridad nos hace reaccionar mal cuando contradicen lo que acostumbramos a creer.
Algo semejante explica la reacción agresiva de sus connacionales hacia él.
Y ya que en su pueblo no acogen el anuncio del Reino, como ya había hecho en Cafarnaum, deberá seguir en otros lugares, con menos “religiosos” y más creyentes en el estilo de vida de mayor coherencia con un Dios que es Padre nuestro (Mt 6,9), es decir, de todos.
Pues bien, si somos honestos, debiésemos reconocer que los cristianos de hoy no somos, para nada, “signos de contradicción”. Da la impresión de que tampoco nos inquieta el padecimiento de quienes en teoría sabemos que son nuestros hermanos: pueden sufrir pobreza y opresión y no sentimos que sea “problema nuestro”.
Pero si alguien se atreve a cuestionarnos sobre esto, sucederá, probablemente, que el temor nos ponga agresivos y hasta hagamos no ser bien recibidos a dichos profetas.
Dios no lo quiera. Es más: estamos convencidos que el Dios de Jesús no lo quiere.
Quien hable en tu nombre, Dios de la justicia, debiese transmitir lo justa que es tu voluntad, la cual quiere y requiere para cumplirse que hagamos conciencia, sobre todo quienes nos decimos creyentes, que, si todos somos tus hijos, todos somos hermanos. Y nos comportemos como tales. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, intentar rescatar la vocación profética inherente a los seguidores de Jesús,
Miguel.
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