miércoles, 16 de febrero de 2022

Más civilizados, más cristianos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

20 de Febrero de 2022                                             

Domingo de la Séptima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

I Samuel 26, 2. 7-9. 12-14. 22-23 / Salmo 102, 1-4. 8 y 10. 12-13 El Señor es bondadoso y compasivo / I Corintios 15, 45-49

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     6, 27-38


    Jesús dijo a sus discípulos:
    Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
    Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
    Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
    Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Se nos ha dado la certeza de que «De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial» (2L), es decir, que, si bien en nosotros habita mucha violencia y maldad (hombre terrenal), también existe la capacidad de construir paz y hacer el bien (hombre conectado con el cielo), aprendiendo de Dios mismo, ya que, como sabemos, «El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia» (Sal), pero no solo con los supuestamente “buenos”, sino que también «él es bueno con los desagradecidos y los malos» (Ev), porque Él es Amor y la medida de todo el amor; Él es el ideal al que somos llamados y, para los que esperan recompensas, tienen esta promesa: «El Señor le pagará a cada uno según su justicia y su lealtad» (1L).

Curando fémures.

Se dice que una estudiante le preguntó una vez a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba la primera señal de civilización en una cultura. Ella esperaba que la académica hablara de anzuelos, cuencos de arcilla o piedras para afilar, pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua es la prueba de una persona con un fémur roto y curado.

Mead explicó que, en el resto del reino animal, si te rompes la pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a beber agua o cazar para alimentarte. Te conviertes en carne fresca para los depredadores. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se curó es la prueba de que alguien se tomó el tiempo para quedarse con el que cayó, curó la lesión, puso a la persona a salvo y lo cuidó hasta que se recuperó. “Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización”, explicó Mead.

En muchos sentidos, nuestras sociedades civilizadas actuales, donde las finanzas gobiernan casi sin contrapeso, nos tienen -con luminosas excepciones- más atrasados que los responsables del fémur curado aquel. Tanto es así que el actual Papa se atrevió en una ocasión a pedir a los grandes empresarios "cambiar una economía que mata por una que hace vivir". Es decir, cambiar una economía con características del resto del reino animal -donde no importa si otro muere-, por una más humana, más civilizada, donde la vida -su existencia y su calidad- prevalezca.

Sigamos con las proféticas (o escandalosas, según el punto de vista) palabras de Francisco: "El capitalismo conoce la filantropía, no la comunión. Es simple donar una parte de las ganancias sin abrazar y tocar a las personas que reciben esas migas. En cambio, incluso cinco panes y dos peces pueden alimentar a las multitudes si son lo que uno comparte de toda la vida. En la lógica del Evangelio, si no se entrega todo no se da lo suficiente" (ver Lc 21,3-4; 18,22).

Todo esto provocó un gran escándalo, como se podía esperar, entre quienes profitan del egoísmo institucionalizado. Pero también se indignaron muchos de quienes se sienten seguidores del Dios de la Vida y se dicen cristianos. Pesa más el dinero que la empatía y la solidaridad con los desposeídos, las cuales son señales básicas de una civilización inspirada en el Maestro de Nazaret.

Es que a él no lo vemos tanto enseñando teología, sino invitando permanentemente a una actitud nueva (nueva porque cae en desuso permanentemente, avasallada por la actitud contraria): «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso».

Y, por si nos cuesta imaginar cómo hacer concreta esta enseñanza, recordemos aquella parábola en la


que Jesús cuenta de alguien que se compadeció de otro a quien encontró malherido en su camino y fue misericordioso con él, tal como en la descripción de la antropóloga, “se tomó el tiempo para quedarse con el que cayó, curó la lesión, puso a la persona a salvo y lo cuidó hasta que se recuperó”. Al terminar el relato, el Maestro le sugiere a la persona con quien estaba conversando -y se transforma en mandato para nosotros-: «Ve, y procede tú de la misma manera» (Lc 10,29-37).

Es decir que, en vez del generalmente aceptado “cada cual por su lado” o el casi principio económico que nos gobierna: “cada quien se rasca con sus propias uñas”, más civilizado, más humano, más cristiano es esta actitud: «Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio […] Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames».

Eso, probablemente cumpliría el «Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes». Porque, si no se nos ha atrofiado el sentido de humanidad que llevamos en nuestro interior, siempre querremos más actitudes fraternas para nosotros, así que ese sería un hermoso desafío en nuestras relaciones con los demás.

 

Nos suena bastante bien eso de amar al prójimo, como enseñas tú, Señor, pero cuando hay que concretar este mandato -y, sobre todo, si al hacerlo se afectan nuestros intereses- ya no nos gusta y buscamos excusas. Mantén tu mano misericordiosa a nuestro alcance para guiarnos a construir un mundo más civilizado, es decir, más cristiano. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, hacer crecer lo mejor que Dios puso dentro nuestro, tratando de evitar fomentar lo que nos sale peor,

Miguel.

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