miércoles, 23 de febrero de 2022

Inevitablemente guías, ojalá maestros

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

27 de Febrero de 2022                                             

Domingo de la Octava Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Eclesiástico 27, 4-7 / Salmo 91, 2-3. 13-16 Es bueno darte gracias, Señor / I Corintios 15, 51. 54-58

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     6, 39-45


    Jesús les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
    El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
    ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
    No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
    El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

La fe en el Dios de Jesús sólo tiene sentido si se manifiesta en buenas obras, haciendo el bien, cada vez más y cada vez mejor, ya que «el hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón» (Ev). De hecho, ya la sabiduría antigua de la Biblia, haciendo una metáfora acerca de quienes de esta manera viven «progresando constantemente en la obra del Señor» (2L), advertía que «el árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos» (1L) y, si la persona es consecuente «en la vejez seguirá dando frutos, se mantendrá fresco y frondoso» (Sal): será una persona de la que se podrá decir que vivió como creyente en el Dios Padre de todos.

…Y no meros instructores.

Todos, salvo muy contadas excepciones, somos, hemos sido o tendremos que ser, en alguna ocasión, quienes enseñamos otros; todos sabemos algo que alguien quiere o necesita aprender.  También la vida nos pondrá en la situación de ser la figura formadora de alguien de menos edad (ser madre, padre, abuelos, tíos…, etc.).

A todos, entonces, nos sirven estas advertencias/invitaciones del auténtico Maestro, Jesús, sobre todo a quienes tenemos responsabilidades pastorales o la que cualquier cristiano tiene de ser luz del mundo (Mt 5,14), para que tenga sentido decirse seguidores de Jesús. Veamos:

"La mejor manera de decir es hacer", dicen que dijo el cubano José Martí. Y al Nazareno se le consideraba que «enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mc 1,22); no como los que “sabían” mucho de la Palabra, sino como quien sabía hacerla vida de servicio hacia los demás: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27) «Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Jn 13,14-15).

Maestro será siempre quien demuestre ser “superior”, no necesariamente en conocimientos -esos son los instructores (como los escribas, precisamente)-, sino en actitudes coherentes respecto a aquello en lo cual el discípulo quiere hacer un camino de crecimiento.

Para poder guiar a otro/a por el camino del Reino, es necesario aprender a entrenar la vista, de tal manera de poder detectar los múltiples “pozos” que se presentan inadvertidamente y nos pueden hacer caer a nosotros y a quienes se han puesto a nuestro cuidado. Para eso, «saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro». Es decir: deshazte del inmenso obstáculo que significan las tradiciones y costumbres adquiridas (lo que te han enseñado que debes creer y de la forma que te dicen que debes hacerlo), el cual bloquea el poder ver la permanente novedad creativa del Espíritu de Dios actuando entre nosotros.

Nuestra gran poetisa y dedicada maestra, Gabriela Mistral, nos dejó una bella oración, de la que compartimos estos fragmentos, cuyas intenciones bien podrían ser parte de la oración de todo/a aquel/la que deba enseñar los caminos de la Vida en abundancia (Jn 10,10):

¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.

Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.

Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.

Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.

Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.

Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.

¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.


Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.

Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.

Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.

(La Oración de la Maestra)

¿Cómo distinguir al Maestro del instructor, entonces?

Por los frutos de bondad o de maldad que cada cual produzca. A quien dé espinos o zarzas, no hay que prestarle demasiada atención, aunque hable bonito y parezca transmitir un mensaje muy inspirado. Por otro lado, esos que producen los sabrosos higos y uvas de la solidaridad fraterna, aunque ni se sientan maestros, es a aquellos que hay que seguir.

Quiera Dios, por nuestro bien y el de quienes sean puestos a nuestro cuidado, que nos encontremos más cerca de ser como estos últimos que como los primeros.

 

Nos enseñas a obrar el bien, no solo a hablar de él. A no hacer de la vida una rutina de leyes aprendidas, sino a vivir desde la voluntad de Dios, que queda traducida para siempre en lo que dijiste y en lo que hiciste, de tal manera que les sirva a otros nuestra fe en ti. Ayúdanos a asemejarnos a tu ejemplo, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a enseñar cuando corresponda, y también descubrir cómo ser coherentemente cristianos siempre,

Miguel.

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