miércoles, 8 de febrero de 2023

La justicia de los seguidores de Jesús

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

12 de Febrero de 2023                                             

Sexto Domingo Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Eclesiástico 15, 15-20 / Salmo 118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34 Felices los que siguen la ley del Señor / I Corintios 2, 6-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     5, 20-22. 27-28. 33-34. 37


    Jesús dijo a sus discípulos:

    Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.

    Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal». Pero Yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal.

    Ustedes han oído que se dijo: «No cometerás adulterio». Pero Yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.

    Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: «No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor». Pero Yo les digo que no juren de ningún modo.

    Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

La invitación para entrar en el Reino se da así: «Si quieres, puedes observar los mandamientos» (1L), pero de una forma «superior a la de los escribas y fariseos» (Ev), que era cumplidora por temor y vanagloria, por lo que de ninguna manera comprometían el corazón ni la esencia personal. De esta otra manera podremos descubrir la alegría de utilizar para lo que fueron hechos los sentimientos humanos: para unir a las personas. Todo esto «es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que Él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo; aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer» (2L). Por eso son «Felices los que cumplen sus prescripciones» (Sal), si lo hacen con amor, al estilo humilde y servidor de Jesús.

Buscando humildemente ser superiores en coherencia.

Muchos de los que escucharon esto: «si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos», deben haber sufrido una gran desazón. Porque esos personajes eran conocidos por mostrarse como celosos conocedores de los mandamientos, hasta el más mínimo detalle. Si había que ser superiores a eso, no había posibilidad de entrar al Reino anunciado por el Maestro.

Los fariseos eran una secta dentro del judaísmo, ellos se sentían separados de los demás (eso significa la palabra), porque eran, en su concepción, superiores a ellos, debido a que sólo los que pertenecían a su grupo tenían los conocimientos y la seriedad con que se tomaban la Ley de Dios, su justicia. Los escribas, por su parte eran los expertos en los textos bíblicos, la que estudiaban y explicaban a las autoridades y a la gente; además de ser respetados por esto, lo eran por saber leer y escribir (de ahí el nombre), sobre todo, si era necesario copiar fragmentos de las Escrituras; la mayoría de ellos pertenecía al partido fariseo.

Esa era la apreciación de los compatriotas contemporáneos de Jesús, pero ¿cómo los evaluaba él?

El Maestro, como sabemos, mira más allá de las apariencias y dice los siguiente, según encontramos en el capítulo 23 del evangelio de Mateo:

Primero, reconoce respetuosamente el valor de sus enseñanzas: «Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan», sin embargo, agrega de inmediato una advertencia: «pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen».

Luego continúa describiendo lo funesto de sus prácticas: Interpretaban con gran rigor las Escrituras, pero no se destacaban por vivir tan estrictamente de acuerdo a sus enseñanzas: «Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo».

El motivo de lo anterior, para el ojo experto de Jesús, era que su objetivo no era dejarse cambiar interiormente por la Palabra, sino el aparentar: «Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente».

Pero esto era señal de algo más grave: no entendían que los mandamientos, la voluntad, la justicia de Dios está en que las acciones de los hombres muestren amor hacia Él, de la única manera en que es demostrable y efectiva: amando a sus hijos, que son sus prójimos (Mt 22,36-40): «El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).

Una justicia mayor a la de ellos, entonces, sería intentar vivir lo que se entiende como voluntad de Dios, primero haciéndole el quite a la hipocresía y la tentación del aplauso fácil y luego, lo más importante para quien le crea a Jesús, teniendo como objetivo amar, respetar y servir a los hermanos de humanidad.

Todos sabemos, por ejemplo, que es mandato divino aquello de no matar, pero es necesario rescatar del mensaje de Jesús la comprensión de que, en el fondo, el Padre Bueno quiere que apuntemos a una práctica que tienda a ser superior, de tal manera que no sólo no haya homicidios, sino que exista cada vez más y mejor fraternidad entre todos sus hijos.

Por eso, en el caso de las tan importantes relaciones de pareja, espera que la lealtad sea tan alta que, mucho más allá de evitar materializar el adulterio, se busque cada vez más y cada vez mejor la forma de dedicar buena parte del tiempo común a alimentar el amor mutuo, de tal manera de que no se pueda coquetear con la traición, mirando con interés a otros a la vez.


Y, siempre en la línea del respeto por los demás, habría que entender que lo correcto no es quedarnos en frases como “te lo juro” o “te lo prometo”, sino esforzarnos por tenerle respeto a nuestra propia palabra y a quienes nos escuchan, intentando todo el tiempo ser coherentes con lo que hemos dicho, para lograr que «cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no». Así de claro.

Y así, con estos prácticos ejemplos, podemos irnos guiando por el camino de la vida, tratando de descubrir qué sería lo más justo para nuestro Dios en cada actividad que ejecutemos o palabra que emitamos, de tal forma de poder ir entrando lenta, imperceptible, pero efectivamente, en «el Reino de los cielos», una forma de ser humanidad donde se vea al Señor de los cielos y la tierra reinar de verdad.

 

Tantas veces hemos rezado “que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Necesitamos tener presente que para que esto se haga efectivo en nuestro mundo no será por un decreto de un dictador, sino a la manera del Dios misericordioso: inspirándonos a ir realizando esa voluntad entre nosotros y desde nosotros. Ayúdanos a lograrlo, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, cuál es la voluntad del Buen Padre Dios, lo que es justo para Él que realicemos en cada paso de nuestra vida y ponernos a la tarea de cumplir esas expectativas,

Miguel.

 

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