PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
5 de Febrero de 2023
Quinto Domingo Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Isaías 58, 7-10 / Salmo 111, 4-9 Para los buenos brilla una luz en las tinieblas / I Corintios 2, 1-5
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 13-16
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
¿Y qué tanto salamos, qué tanto alumbramos?
Desde hace un tiempo a esta parte se hicieron muy populares en la TV los programas donde, bajo distintos formatos, vemos gente conocida o anónima que cocina. Incluso en el cable es posible encontrar canales que exclusivamente muestran chefs que enseñan recetas y datos sobre esto.
Se entiende que interese tanto lo referente a la
alimentación, porque, en primer término, es una actividad imprescindible para
nuestra supervivencia, pero además porque es tan grata a nuestros sentidos, en
particular el del gusto.
Y tal vez la reina de los ingredientes para otorgarle buen sabor a nuestros
alimentos sea la sal, aunque a nadie se le ocurriría cocinar un guiso sólo de
eso. Vemos, por lo tanto, que, pese a que esta es muy importante, su servicio
es aportar humildemente a que el plato de comida sea delicioso.
Pues bien, Jesús nos señala: «Ustedes son la sal de la tierra». Es decir, nos invita, personal y comunitariamente, a ser ese ingrediente que sencilla y modestamente ayuda a que la humanidad sea más sabrosa.
Bueno, pero, aunque nos cueste creerlo, hay algo que es más vital aún que el alimento: la luz. Esta nos afecta y estimula tanto física como psicológicamente. Mientras que la falta de ella hace que nos sintamos letárgicos y somnolientos, su presencia nos ayuda a estar alerta y activos. Más aún: su presencia ayuda a contrarrestar los tristemente tan habituales, en nuestros tiempos, trastornos depresivos.
Tan trascendente es que nuestro organismo se desempeña correctamente durante las horas que el hermano sol ilumina el día, para pasar naturalmente a buscar el descanso hacia las horas de la noche, es decir, cuando la luz natural nos abandona.
Hoy Jesús nos dice también: «Ustedes son la luz del mundo», implicando que tenemos la capacidad de incidir, mientras más en conjunto actuemos, de manera fundamental en las vidas de nuestros hermanos de humanidad.
Claro que el cristianismo sólo sirve si sirve a los demás. Porque si nos es útil sólo a nosotros, hemos perdido el rumbo de lo que Cristo esperaba: que quienes no creen «vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo».
Tengamos presente, al respecto, que la tierra y el mundo a los que se nos encarga dar sabor y ayudar a iluminar no son entes abstractos, sino los lugares donde viven y debe desarrollarse el buen existir de las creaturas de Dios.
Esto tendría mayor oportunidad que sucediera de aquella manera soñada por nuestro Señor, si nos tomásemos más en serio las enseñanzas que él nos fue dejando y que se recogen en el Evangelio. Por ejemplo:
Si fuésemos de los bienaventurados que trabajan por la paz (Mt 5,9), con acciones prácticas como: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra» (Lc 6,27-29a);
Si nos esforzásemos por ser de los bienaventurados que tienen un alma de pobres (Mt 5,3), tratando de liberarnos de las ataduras materiales: «al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames» (Lc 6,29b-30);
Si lográsemos ser más constantes con esta bienaventurada actitud a la que nos invita Jesús: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados» (Lc 6,36-
37);
En suma, si hiciésemos carne con mayor empeño las bienaventuranzas y tantas enseñanzas más que podemos encontrar en nuestras Biblias de quien es (o debiese ser) nuestro Guía por los caminos de la vida, de tal manera que no nos fuese aplicable esta crítica: «¿Por qué ustedes me llaman: “Señor, Señor”, y no hacen lo que les digo?» (Lc 6,46)… o sea, si lográsemos ser mucho más coherentes, aportaríamos a que la sabrosura del Reino de Dios y la claridad del Evangelio mejorase la existencia de todos nuestros hermanos de humanidad y también nuestros olvidados hermanos de la Creación (y a la Creación misma), con el cuidado de nuestra casa común: este planeta.
¿Qué actividades hemos hecho y hacemos hoy, cuáles podríamos realizar desde ahora y -¿por qué no?- cuáles debiésemos abandonar, para que podamos cumplir esta maravillosamente desafiante misión de ser sal y luz para todos?
Ayúdanos, Señor, a recordar que lo nuestro es ser sal de la vida para nuestra tierra, es deshacernos de lo propio para dar sabor a los demás; que lo nuestro es también ser luz para la historia del mundo, consumiéndonos como el fuego, alumbrando y dando calor a los demás. Que lo nuestro es mostrar actitudes de dignos hijos del Padre Bueno. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar el buen sabor de vivir y convivir con los demás, sumado a la claridad de hacerlo como nos enseñó Jesús,
Miguel.
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