miércoles, 19 de abril de 2023

Partiendo, compartiendo y repartiendo la Vida

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

23 de Abril de 2023                                                  

3er Domingo de Pascua de Resurrección

 

Lecturas de la Misa (algunas):

Hechos 2, 14. 22-33 / Salmo 15, 1-2. 5. 7-11 Señor, me harás conocer el camino de la vida / Pedro 1, 17-21

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 13-35


      El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
      Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
      Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
      «¿Qué cosa?», les preguntó.
      Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
      Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
      Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba».
      Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
      Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
      En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
      Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Estamos en ese período especial, Pascua de Resurrección, en el cual celebramos que en Jesús se cumplió la Palabra, pudiendo él decir: «Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal), cosa de la que, por la fe, «todos nosotros somos testigos» (1L), porque comprendimos que, antes de esto, «era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria» (Ev). Después, como dice Pablo: «Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios» (2L), todo esto para vivir con alegría esta fe.

Aprendiendo del compañero en la ruta del amor.

La forma de partir (repartir y compartir) el pan de Jesús debe haber sido muy singular. Tanto que los dos discípulos de este evangelio lo escucharon decir muchas cosas importantes, pero fue en ese gesto que finalmente lo reconocieron.

Podemos imaginar, por ejemplo, que cuando se comía con el Maestro, él ponía especial cuidado en que alcanzara para todos, para empezar. No se podía esperar otra cosa de alguien con tanto amor por los demás, especialmente por los más desfavorecidos.

Lo de la preocupación para que todos tengan alimento lo vemos claramente en los relatos de las multiplicaciones de los panes y aquello de la cercanía con los marginados atraviesa todos los evangelios.

En la cultura que le tocó vivir a Jesús el compartir la mesa era una importante forma de relacionarse con los demás. Por eso, los fariseos preguntaban escandalizados a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?» (Mc 2,16). La respuesta es: porque en su corazón, reflejo de lo que conocía del Padre Dios, cabían todos, sin distinción, ya que Él «no hace acepción de personas» (Hch 10,34).

Y podríamos recordar, para abundar en lo importante que eran para el Maestro las comidas colectivas, que su primer milagro lo realiza en un banquete (Jn 2,1-11); también que el espacio de alimento compartido fue utilizado por él como parábola del Reino de Dios (Lc 14,16-24); y que hasta en una de las apariciones del Resucitado contemplamos cómo éste espera con reconfortantes alimentos a sus amigos al finalizar la jornada de trabajo de ellos: «Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan» (Jn 21,9).

Y esos son algunos de los muchos ejemplos, donde resalta la llamada “última cena”, punto cúlmine de sus enseñanzas, donde da a conocer su testamento espiritual, destacando su mandamiento nuevo: «Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos…» (Jn 13,34-35) y su concreción en el servicio: «Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Jn 13,14-15).


Podemos concluir de todo lo anterior, entonces, que Jesús gustaba de aprovechar las comidas para tocar la humanidad de los demás con su hermosa humanidad. Es decir, que, cuando Jesús partía el pan, compartía y repartía ternura, cariño, preocupación y ocupación por los demás.

Debemos recordar que la forma de ayudar a encontrar al Señor, de que otros descubran que ha resucitado, es viéndolo actuar en las obras de quienes creen en Él. En nuestros tiempos y nuestra cultura las comidas compartidas también son significativas, pero eso no impide que podamos ser creativos y, como amigos de Jesús, buscar y encontrar, además, otros momentos de cercanía fraterna y solidaria con los otros, de tal manera que también, por medio nuestro, puedan descubrir al Señor al partir, compartir y repartir la vida.

 

Con gran ternura te acercas a nuestras preocupaciones y tristezas, para entregarnos tu aliento que enciende nuestros corazones y nos impulsa a hacer lo propio con los desesperanzados, cansados y dolientes que encontremos, para partir con ellos el pan de la Vida comunitaria y reconocer así al Amor actuando entre nosotros. Gracias, Señor.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, reconocer en el partir el pan, compartir la vida y repartir los bienes la imagen del Resucitado actuando en nuestro presente.

Miguel.

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