miércoles, 26 de junio de 2024

¿Dónde está Dios?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

30 de Junio de 2024                                                 

Domingo de la Décimo Tercera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24 / Salmo 29, 2. 4-6. 11-13 Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste / II Corintios 8, 7. 9. 13-15

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     5, 21-24. 35-43


    Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y Él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y el verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
    Llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.
    Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él.
    Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Jesús no enseñó que el suyo -que también es nuestro- es un Padre bondadoso, por lo que nos hace sentido pensar que «Dios no ha hecho la muerte» (1L), sino que, por el contrario, Él, por medio de su Hijo, lucha contra ella y contra todos nuestros dolores, de tal manera que podamos compartir gozosamente con otros el que «Tú convertiste mi lamento en júbilo» (Sal). Es entonces que el Señor nos invita: «No temas, basta que creas» (Ev), de tal manera que, después de vencido el temor y liberados, cada uno de los que creen «también se distingan en generosidad» (2L) hacia los sufrimientos de otros y e intenten ayudarlos a liberarse de los miedos y a crecer en la fe y en la alegría, como espera nuestro Padre.

¿Dónde están los cristianos?

Muchas veces hemos escuchado, en situaciones terribles de dolor, en tono recriminatorio: ¿dónde está Dios? En ocasiones la falta de respuesta adecuada lleva a la persona que la formula a dejar de creer en Dios. Si bien es triste la situación, podemos ver ahí un rayo de esperanza: si ante lo que parece el triunfo del mal deja de creer en Él, es porque confiaba en un Dios todopoderosamente bueno. Y tenía razón en esto. Pero no en quién le falló. El evangelio nos ayudará a argumentar esto.

Para eso, primero, nos será útil tomar un poco de perspectiva, revisando los textos anteriores al de este día, en los que descubriremos lo siguiente: un poco antes, se nos hablaba del poder de Jesús sobre la naturaleza (la tempestad calmada); en los versículos siguientes, Marcos cuenta su manifestación de poder sobre los espíritus inmundos (curación del endemoniado de Gerasa), que nos saltamos en esta oportunidad. Lo mismo ocurre con la muestra de poder sobre la enfermedad (la hemorroísa) que está a continuación.

Y así llegamos al texto de este día, en que nos muestra el poder que también tiene sobre la muerte.

Lo anterior es un buen resumen progresivo de toda la actividad salvadora y aliviadora que impulsa el Padre Bueno (Mc 10,18), por medio de Jesús (Jn 5,19).

Y esto es así, porque, como enseña un antiguo texto: «Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. Él ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra» (Sab 1,13-14), ya que, como sabemos, Él lo creó todo bueno (Gn 1,31).

Más aún, cuando parecía que el mal se enseñoreaba sobre la Tierra, con su herencia de dolor y muerte, para reencauzar la Creación y volverla al proyecto original, Dios estimó oportuno enviar a su Hijo (Gal 4,4), de tal manera que, con sus accionar lleno de misericordia y tierna ocupación por los dolores y padecimientos de sus hermanos de humanidad, mostrase su compenetración con el Dios de la vida, llegando a derrotar definitivamente al más fiero enemigo, mediante su propia resurrección.

¿Qué pasa, entonces? ¿Por qué tenemos que dedicar la vida a combatir los signos de muerte? Podemos llegar a pensar: «el mundo entero está bajo el poder del Maligno» (1 Jn 5,19) y reclamarle a Dios: «¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia» (Hab 1,3).

Entonces, es razonable que a los creyentes se nos plantee la duda: si Dios es Todopoderoso, ¿significa que puede evitar el mal, pero no quiere hacerlo?


Pues, sí quiere, lo anhela. Espera que todos sus hijos muestren que tienen en su ADN espiritual semejanza con Su naturaleza (Gn 1,27) comprometida con el bien y enemiga del mal, como hizo y enseñó Jesús a todos quienes se digan seguidores suyos.

Entonces, cuando alguien pregunta en voz alta: "¿dónde está Dios?" frente a situaciones de dolor, debiese caérsenos la cara de vergüenza, porque significa que los cristianos no hemos hecho lo que nos corresponde para paliarla.

“Es que eso es difícil”, podemos replicar. La respuesta de nuestro Maestro será: «No temas, basta que creas» en que, si queremos hacer el bien y nos unimos para eso, en su nombre, él no nos dejará solos con la tarea (Mt 18,20).

 

Señor, tú, que hiciste de tu vida un constante sanar y aliviar los sufrimientos de los demás y nos dejaste como tarea asemejar la nuestra en esa misma dirección, ayúdanos a remover nuestra comodidad egoísta para dedicarnos más a amar y servir a nuestros hermanos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, poder estar siempre atentos a los padecimientos de nuestros hermanos, buscando la forma de aportar para aliviarlos,

Miguel.

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