miércoles, 5 de junio de 2024

¿Existe algo que Dios no pueda perdonar?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

9 de Junio de 2024                                                   

Domingo de la Décima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Génesis 3, 9-15 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la misericordia / II Corintios 4, 13—5, 1

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     3, 20-35


    Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».
    Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios».
    Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: «¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
    Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».
    Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera».
    Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Quienes hemos tenido la gracia de conocer al Señor «creemos, y, por lo tanto, hablamos» (2L) de él y de lo que nos enseñó. ¿En qué creemos más concretamente? En que «en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia» (Sal), porque nos ama demasiado. Tanto que nos crea semejantes a Él, de tal manera que «el Señor Dios llamó al hombre» (1L) -y a la mujer- a vivir según su voluntad de amor para todos. Corresponde retribuirle amando y sirviendo a aquellos hermanos de humanidad que lo necesiten, «porque el que hace la voluntad de Dios» demuestra que es, como dice Jesús, más miembro de su familia que quienes tienen su misma sangre (Ev).

Lo único imperdonable.

Al final de sus días Jesús anunció que enviará al Espíritu Santo para ayudarnos a continuar su misión de dar a conocer la Buenísima Noticia de que Dios está enamorado de nosotros, adoptándonos, y que quisiera que todos sus hijos fuésemos buenos hermanos unos de otros; después, a propósito de Pentecostés, pudimos profundizar en quién es y qué hace en medio de nosotros el Espíritu de Dios, que es, fundamentalmente, fortalecer nuestras comunidades para que podamos ser testimonios vivos del humanizador Reino de Dios que proclamó Jesús; posterior a eso, celebramos a la Sagrada Trinidad, el Dios Comunidad del que forma parte, junto con el Padre y el Hijo, resaltando que ese mismo amor en que conviven las tres Personas Divinas es derramado en nuestros humildes corazones por el propio Espíritu.

Hoy nuestro Maestro nos hace una fuerte advertencia al respecto: el único pecado imperdonable es el que se comete contra Él.

¿Cuál será ese pecado y por qué no tiene posibilidad de absolución?

Antes de intentar resolver estas dudas, tengamos en cuenta lo impactante para nuestras vidas que puede ser el que nos demos cuenta de que, un poco a la pasada, pero claramente, Jesús dice que ese es el único pecado que no se perdona. Es decir, que todos los demás, hasta los que consideramos más horribles (esos que erróneamente, sin tener ese poder, nos atrevemos a determinar: "esto no tiene perdón de Dios"), pueden ser borrados por la infinita misericordia del Padre Dios. Esto, debido a que, como canta el salmista «tú no desprecias el corazón contrito y humillado» (Sal 51,19), por lo que podemos confiar en que «si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad» (1 Jn 1,9). ¡Qué aliviadora Buena Noticia!

Ahora, vamos al tema: como sabemos, y hemos reiterado en ocasiones anteriores, Jesús es una persona movida íntima, profunda y poderosamente por el Espíritu: desciende sobre él en el bautismo (Mc 1,10); lo conduce al desierto, para preparar su misión (Mc 1,12); y luego lo envía a liberar la gente de sus ataduras (Lc 4,18-19).

Podemos decir, entonces, que Quien obra en Jesús y Quien lo lleva a proclamar el Reino, mediante sus palabras y esas acciones, es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu que movía, para el bien de los demás, a los profetas del Antiguo Testamento (Ez 11,5; Miq 3,8; Zac 7,12) e inspiró al Bautista, a María e Isabel, entre otros, en el Nuevo Testamento.

Lo anterior implica que todo el bien que pasó haciendo Jesús (Hch 10,38) evidentemente se realizó gracias a ese poderoso y benigno impulsador que es el Espíritu de Dios.

Pues bien, los adversarios de Jesús dicen que él «está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios». Eso es blasfemar contra el Espíritu Santo: ¡como si el demonio tuviera interés en la liberación de las personas!

Esto no es fruto de la ignorancia. Es, más bien, mala fe de quienes premeditadamente, debido principalmente a la defensa de sus privilegios, intentan destruir la acción liberadora de Jesús mediante la calumnia, la persecución y hasta la muerte.


La blasfemia imperdonable, entonces, es una actitud muy concreta, pensada conscientemente, en la que se rechaza a Jesús, su proyecto humanizador y, por ello, al Espíritu que obra en Él y en sus seguidores. Pues bien, como ellos no sienten que se equivocan al respecto, no presentarán un corazón contrito y humillado ante el Señor, por lo que no confesarán el horrible pecado de atribuirle al Malo lo que hace el único Bueno.

Entonces, Dios, quien tiene un absoluto respeto por la libertad de las personas, no puede imponer su misericordia y perdonar a la fuerza. Eso hace imperdonable este pecado, obteniendo quienes lo cometen lo que merecen (Ap 20,13).

En sentido contrario, quien quiera ser considerado por Jesús «mi hermano, mi hermana y mi madre» será quien reconozca y se haga instrumento para que el Espíritu de Dios haga el bien, porque así se «hace la voluntad de Dios».

 

Gracias, Señor, por tu corazón lleno de perdón para nosotros. Ayúdanos a ser siempre conscientes de tanto bien que has hecho, haces y seguirás haciendo, impulsado por el Espíritu de Bondad. Que sepamos dar gloria y ser agradecidos por su acción en nosotros y desde nosotros. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, valorar adecuadamente el bien que hace el Espíritu Santo hoy en nuestro mundo,

Miguel.

 

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