PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
9 de Febrero de 2025
Domingo de la Quinta Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Isaías 6, 1-8 / Salmo 137, 1-5. 7-8 Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles / I Corintios 15, 1-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 1-11
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes».
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres».
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
¡Qué cercanos son a nosotros los personajes que nos presentan las lecturas de este Domingo! Isaías reconoce: «soy un hombre de labios impuros» (1L); Pablo se muestra arrepentido por haber sido previamente enemigo de la Iglesia (2L); y Pedro, sabiéndose pecador, pide a Jesús que aleje su santidad de su indignidad (Ev). Todos, sin embargo, pusieron esas debilidades, sumadas a sus capacidades, a disposición del Señor. Y Él pudo, por medio de ellos, mejorar el mundo, como es la voluntad del Padre Dios.
Porque sólo él tiene palabras que dan vida buena.
En el capítulo anterior a este del Evangelio de Lucas se nos relataba la ocasión en que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, se aplicó a sí mismo la palabra de Dios, tomada de libro del profeta Isaías, afirmando: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21), como una forma de afirmar que la misión que su Padre le había encomendado era lo que les había leído recién: fue enviado a anunciar, a sanar, a liberar. Es decir, que el Espíritu del Señor estaba sobre él era para impulsarlo a servir a sus hermanos de humanidad.
Poco después, la gente exclama asombrada y un poco temerosa por el poder que emanaba de él: «¿Qué tiene su palabra?» (Lc 4,36). Y, al finalizar el capítulo, «la multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: "También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado"» (Lc 4,42-43). O sea que él tiene clara conciencia de que todos necesitaban la palabra activa y humanizadora de quien, en otro momento dijo: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27).
En conexión con lo anterior, en el texto de este día el evangelista enseña que es el mismo Altísimo quien habla a través del Maestro: la gente «se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios».
La catequesis de Lucas, con lo que sucede a continuación, parece buscar enseñar que, para que una comunidad de discípulos de Jesús dé frutos abundantes, es necesario que escuche, comprenda y obedezca lo que dice el Maestro. En palabras de María que «hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5).
La actitud que se espera es la de Pedro: hemos hecho todo lo que nuestra experiencia enseña, «pero si tú lo dices...». Es decir: dejamos de lado lo que creemos saber y, porque confiamos en tu palabra, haremos esto que parece absurdo: echar las redes al mar en un horario en que los peces, como saben los que se dedican a este oficio, están menos accesibles.
La disposición a seguir las enseñanzas del Maestro tiene como resultado que se produzca mucho más de lo que se acostumbra. La reacción natural es asombro y admiración, que se concreta en adoración: «se echó a los pies de Jesús», reconociendo su divinidad. Y, por contraste, se asume la propia indignidad, debilidades y egoísmos nuestros, frente a él: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador».
Su respuesta es una invitación a la confianza con las mismas palabras del Dios bíblico: «No temas». Lo encontramos muchas veces: «No temas ni te acobardes, porque el Señor, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1,9); «No temas, porque yo estoy contigo, no te inquietes, porque yo soy tu Dios; yo te fortalezco y te ayudo» (Is 41,10); «No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte» (Jer 1,8).Tener fe es confiar. Y no existe alguien más poderoso en quien poner la confianza, pese a las muchas dificultades que inevitablemente encontrarán, por eso «abandonándolo todo, lo siguieron». Usando palabras cargadas de confianza de Pedro en otra circunstancia: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna?» (Jn 6,68).
Hoy, a propósito de todo esto, resuena una palabra que dirá Jesús más adelante en este evangelio: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). ¿Encontrará este tipo de confianza? La respuesta depende de ti y de mí.
Al contrario de nuestro hermano Pedro, queremos decir: no te alejes de nosotros, precisamente, porque somos pecadores y como queremos crecer en la confianza en ti, te rogamos con palabras de los apóstoles en otra ocasión: Señor, auméntanos la fe (Lc 17,5). Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, escuchar y acoger lo que tiene que decir quien tiene las palabras de Dios,
Miguel.
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