PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
2 de Junio de 2024
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Lecturas de la Misa:
Éxodo 24, 3-8 / Salmo 115, 12-13. 15-18 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor / Hebreos 9, 11-15
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario».
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Jesús vino a corregir la forma desviada –por poco humana- en que vivía su pueblo la relación con el Señor, y, por ser «mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres» (2L), ha debido sentir Él en primer lugar: «Yo, Señor, soy tu servidor» (Sal), para luego, como muestra de aquello, entregarse por entero, cuerpo y sangre (Ev), de tal manera que después lleguemos a sentir nosotros: «estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor» (1L). Así se concreta la Alianza entre su total misericordia y amor y nuestra respuesta amando a los demás, restableciendo una humanidad más humana, como aprendimos de él.
Para alimentar y saciar la sed de vida plena para todos.
El texto más antiguo que conservamos sobre lo que hoy llamamos Eucaristía, anterior incluso al evangelio que se nos presenta este día y del cual probablemente se nutrió Marcos para elaborar su relato, se encuentra en una de las cartas de Pablo: «Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía”. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva» (1 Cor 11,23-26).
Pero es muy ilustrativo por qué tiene que llegar a recordarles esto. Antes, estaba recriminando a la comunidad de cristiana de Corinto, a quienes se dirige esta carta: «Cuando se reúnen, lo que menos hacen es comer la Cena del Señor, porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se pone ebrio. ¿Acaso no tienen sus casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada?» (1 Cor 11,20-22).
Su conclusión es reconvenirles así: «el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa» (1 Cor 11,27-28).
También puede ser ilustrador el tomar en cuenta que los católicos históricamente usamos las palabras "comunión" y "comulgar" cuando nos referimos al hecho de compartir en comunidad el pan eucarístico. Sin entrar en detalles técnicos, resaltemos que comunión viene de una palabra latina que implica vínculo o lazo. Y comulgar tiene el sentido de concordar o identificarse con alguien o algo.
Si nuestro Señor, quien «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28) dejó como desafío a quien quiera decirse su seguidor ser «el servidor de todos» (Mc 9,35), no iba a esperar que los cristianos le hicieran reverencia privilegiada a unas especies (el pan y el vino), sino que, ante todo, si querían adorarlo lo hiciesen sirviéndolo en los que tienen hambre, sed, frío, no tienen refugio, están enfermos o encarcelados, con los que él se identificó tan claramente (Mt 25,37-40).
Él nos dijo, además, que «donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18,20). Debido a esto, es imprescindible que nos examinemos a nosotros mismos para lograr que nuestros encuentros (la Misa, por ejemplo, y principalmente) sean en primer lugar espacios de fraternidad y solidaridad entre todos los congregados, de tal manera de mostrar aprecio por la Iglesia de Dios, como espera Pablo de los Corintios y el Señor de nosotros.
Y entender que una forma muy digna de comer el pan o beber la copa del Señor, si queremos que sirva de algo y servir nosotros a raíz de esto, no es “comerse” físicamente el cuerpo y beber su sangre, sino que esto pueda ayudarnos a comulgar y estar en comunión con la vida de Jesús, de tal manera de comulgar (identificarnos) con su ejemplo, aprendiendo cómo ponernos en comunión (vínculo) con él, y con los demás en su nombre, haciéndonos, como él, generoso pan partido, repartido y compartido para los demás.
Señor, tú nos prometiste que estarías con nosotros hasta el fin del mundo y lo estás de diversas maneras, como ocurre en tu cuerpo y tu sangre entregada a la comunidad para que aprendamos a entregarnos nosotros también. Te pedimos que nos ayudes a ser coherentes en esto. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir el sentido profundo de alimentarnos de quien estuvo y está lleno del Dios misericordioso,
Miguel.
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