miércoles, 15 de mayo de 2024

El Espíritu de Dios permanentemente con nosotros

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

19 de Mayo de 2024                                                 

Pentecostés

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra / I Corintios 12, 3-7. 12-13

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-23


    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Resucitado, con el poder de Dios, entrega sus dones, pero lo hace, no a personas individuales e individualistas, sino a comunidades: «Estaban todos reunidos en el mismo lugar» (1L). Entonces, «sopló sobre ellos y añadió “Reciban al Espíritu Santo”» (Ev), esto, porque «si envías tu aliento […] renuevas la superficie de la tierra» (Sal). Por eso, desde entonces, la tierra se ha podido renovar desde el egoísmo que causa tanto daño hacia el amor, ya que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L). El Espíritu de Dios es inspirador y motivador de comunidades servidoras de la vida.

Una presencia siempre presente.

La del Espíritu de Dios no es una aparición exclusiva, de una sola vez; es un despliegue generoso permanente, como todo lo que viene de Él:

El mismo día de la Resurrección es impulso misionero: «“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió “Reciban al Espíritu Santo”» (Jn 20,21-22).

Pero antes había sido también culminación de la donación de su vida: «dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu» (Jn 19,30).

Fue guía del propio Señor: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días» (Lc 4,1-2).

Muchísimo antes, en el encuentro de dos grandes mujeres inundó de alegría y sabiduría: «Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!”» (Lc 1,41-42).

Aún siglos antes, un profeta, en nombre de Dios, anunció que éste nos guiará para ser felices a su maravillosa manera: «Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes» (Ez 36,27).

Es que esto tiene un premio a la altura de la extrema generosidad de quien es el Amor Perfecto, el cual es, nada menos que llegar a ser su familia: «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14).

Es esta maravilla constante la que celebramos este día, porque, como hemos visto, Pentecostés no es “la” venida del Espíritu Santo, sino “otra” venida, en la que «estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,1-4).

La importancia de esta manifestación es que desató a la primera comunidad, de tal manera que se atreviera a lanzarse a vivir el estilo del Reino que había predicado Jesús, para, de esa manera concreta, proclamar esta Buena Noticia del amor de Dios por todos nosotros.

En palabras de Pedro: «se está cumpliendo lo que dijo el profeta Joel: “derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras, y ellos profetizarán”» (Hch 2,16-17).

Y si sus prédicas, sus profetizaciones, llegaron a motivar a otros fue debido a que no se quedaron en meras palabras, sino que se manifestaron en acciones concretas, como se narra a continuación de lo anterior: «Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse» (Hch 2,44-47).

Desde entonces, y desde siempre, tenemos conciencia de que somos habitados por el Espíritu de Dios (1 Cor 3,16), antes y después, entonces, él ha llenado el corazón de las personas (Si quieres buscar: Ex 31,3; Lc 1,15; Lc 1,67; Hch 4,8; Hch 9,17; Hch 11,24; Hch 13,9, etc.), para inspirarlas y ayudar a los demás a vivir plenamente (Jn 10,10), de tal manera que podamos llegar a sentir de manera semejante a nuestro Maestro, cuando se identificó con las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).


Es así que comprendemos que «gracias al espíritu del Señor, estoy lleno de fuerza, de justicia y de coraje» (Miq 3,8). Para que se cumpla el que, cuando «sea infundido en nosotros un espíritu desde lo alto […] en el desierto habitará el derecho y la justicia morará en el vergel. La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre» (Is 32,15-17).

Gracias a la inspiración y al impulso del Espíritu de Dios en nosotros somos capaces de hacer, en su nombre «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Otro mundo (mejor que este) es posible. Gracias a Dios.

 

Sigue viniendo, Espíritu Santo, continúa llenando los corazones de quienes anhelamos ser fieles al amor del Padre Bueno, encendiendo en nosotros el poderosos fuego de tu amor. Te rogamos: no te canses de enviar, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, dejarnos guiar por el buen Espíritu de Dios, lo que sólo puede traer cosas buenas para nosotros y quienes nos rodean,

Miguel.

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