viernes, 15 de febrero de 2013

El Señor mismo se compromete con una vida digna para sus hijos y con la justicia



15 de febrero de 2013
Viernes Después de Ceniza

Lecturas:
Isaías 58, 1-9 / Salmo 50, 3-6. 18-19 Tú, Señor, no desprecias el corazón contrito y humillado

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    9, 14-15
Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»
Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Las devociones o prácticas religiosas, cualquiera que éstas sean, sólo tienen sentido para Dios –porque «los sacrificios no te satisfacen» (Sal)- si éstas te ayudan a que dediques la vida a «soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne» (1L).
Es que la fe que no tiene que ver con la vida, la fe “apolítica”, es una fe alienante que no tiene nada que ver con la fe en el Dios de Jesucristo. Porque el Señor mismo se compromete con la vida digna para sus hijos y, por lo tanto, con la justicia.
Entonces, el “ayuno triste”, símbolo de una religiosidad deprimente y depresiva, no se condicen con el culto auténtico en espíritu y en verdad al Dios de la Vida.  Mientras Jesús, el esposo-alegría, esté con nosotros no podemos ni debemos ser parte de sacrificios y ayunos que desvirtúan su imagen.

Señor, que no desprecias el corazón contrito y humillado, recibe con misericordia nuestro arrepentimiento por tantas veces y por tanto tiempo que nuestro rostro no muestra la alegría del Reino, mientras nuestras manos se cierran para orar evitando abrirlas para dar. Perdón, Señor.

Buscando dejar atrás lo que impide seguirlo con Paz, Amor y Alegría en el corazón,
Miguel.

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