jueves, 14 de febrero de 2013

La vida que promete Dios es muy diferente a la de quien se dedica a «ganar el mundo entero»



14 de febrero de 2013
Jueves Después de Ceniza

Lecturas:
Deuteronomio 30, 15-20 / Salmo 1, 1-4. 6 ¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas    9, 22-25
Jesús dijo a sus discípulos:
«El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Desde antiguo nos llega una palabra siempre presente: «Si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás» (1L).
Sabemos que si ha habido alguien que es modelo del amor a Dios y la vivencia fiel de sus mandamientos, ese es Jesús de Nazaret, y, sin embargo, él tiene clara conciencia de que, precisamente por eso, porque al darle su verdadero sentido a la Palabra, dejaba en evidencia a los “profesionales de la religión” en sus falsedades, la consecuencia será que «debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas [y] ser condenado a muerte».
La paradoja se explica porque la vida que promete Dios es una plena o en abundancia, que es muy diferente a la de quien dedica sus afanes casi exclusivamente a «ganar el mundo entero» (¿qué clase de vida es, por ejemplo, la de quien, por querer darle todo a sus hijos, trabaja tanto que no puede darles su propio padre o madre a ellos?), sin sufrir antagonismos.
Quien “vivirá” o “salvará su vida” es quien descubre la alegría de servir, el gozo de tejer relaciones humanas más profundas, la dicha de comprender que renunciar a sí mismo para darse otorga una libertad inimaginable. Es el tipo de vida que experimentó Jesús, el hombre pleno, que renunció a sí mismo (a los privilegios que merecía como Hijo y al bienestar material mínimo) ganando y, de paso, ganándonos a nosotros la vida eterna.

Queremos ser como el árbol plantado al borde de las aguas de tu misericordia, Señor, para producir los frutos de solidaridad y justicia que requiere nuestro mundo, a su debido tiempo (Sal). Haz fértiles nuestros esfuerzos, Señor. Así sea.

Buscando dejar atrás lo que impide seguirlo con Paz, Amor y Alegría en el corazón,
Miguel.

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