5 de febrero de 2013
Martes de la Cuarta Semana Durante el Año
Lecturas:
Hebreos 12, 1-4
/ Salmo 21, 26-28. 30-32 ¡Los que te buscan te alaban, Señor!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 5, 21-43
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se
reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los
jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos,
para que se cure y viva.» Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo
apretaba por todos lados.
Se
encontraba allí una mujer que desde hacia doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de
Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque
pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada.» Inmediatamente cesó la
hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus
discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y
preguntas quién te ha tocado?» Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver
quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le
había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada
de tu enfermedad.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del
jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir
molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al
jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas.» Y sin permitir que nadie lo
acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa
del jefe de la sinagoga.
Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les
dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que
duerme.» Y se burlaban de Él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre
de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la
mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno,
levántate.» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a
caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó
insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran
de comer a la niña.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Una vez más vemos en acción al Hijo de
Dios, enviado «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,14). Todo el mundo y cada persona que lo habita, quien se acerca con fe y
también quien es encomendado por alguien que le ama.
Por eso, «estamos rodeados de una verdadera nube de testigos» (1L). ¿Qué sucede, entonces, que no se proclama más el misericordioso amor de
Dios, para que esa Buena Noticia les llegue a los entristecidos y angustiados?
Sucede que creemos que es la naturaleza
la que regala días luminosos en primavera o gotas de lluvia fértil en invierno;
que es la sabiduría humana la que produce el bienestar; que, como dice un aviso
publicitario: disfrutar las buenas cosas que te ofrece la vida, es tener cierto
modelo de auto, etc.
Sucede, en suma, que pretendemos olvidar
que Dios nos da muestras de amor a diario y «si Dios nos amó tanto, también
nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1Jn 4,11), con especial
atención y dedicación a los que tienen menos y, por eso, necesitan más. De esa
manera se hace posible que «los pobres
comerán hasta saciarse y [así] los que buscan al Señor lo alabarán» (Sal).
También quisiera tocar el borde de tu
misericordia, para volver sanado y en paz, Señor. Permite que no olvide nunca
que ésta se encuentra en los pobres y desamparados del mundo y que me
comprometa con ellos. Así sea.
Acogiendo a
quienes nos transmiten su mensaje de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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