4 de febrero de 2013
Lunes de la Cuarta Semana Durante el Año
Lecturas:
Hebreos 11,
32-40 / Salmo 30, 20-24 ¡Sean
fuertes los que esperan en el Señor!.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 5, 1-20
Jesús
y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los
gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio
un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie
podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con
grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y
nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la
montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al
ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza:
«¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no
me atormentes!» Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu
impuro!» Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» El respondió: «Mi nombre es
Legión, porque somos muchos.» Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara
de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.
Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para que
entremos en ellos.» El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron
de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda
la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.
Los
cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La
gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron
sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella
Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que
había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir
a Jesús que se alejara de su territorio.
En
el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que
lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a
tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al
compadecerse de ti.» El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la
Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Tal vez el espíritu más “impuro” que
exista sea la soberbia, esa del que no se deja dominar por nadie y se
multiplica desagradablemente.
Por eso, cuando este hombre se deja
gobernar por Jesús, quien, recordemos, reina desde el servicio, su vida se
transforma. El Maestro, además, le muestra que el hombre está por sobre las
ganancias; la economía existe para el hombre y no al revés, como solemos mal entenderlo.
Es normal que, ante ese nuevo mundo
descubierto, quisiese conocer más. Pero esa sabiduría iba a crecer naturalmente
en la medida que, cuando «su debilidad se
convirtió en vigor» (1L), anunciara lo que se había hecho por él:
«me mostró las maravillas de su amor»
(Sal), proclamándolo con sus acciones, viviendo
de esa misma manera aprendida, dejándolos admirados a todos.
Todos sufrimos esa impureza en mayor o
menor medida. Todos necesitamos ser sanados de ella. Todos debemos anunciar con
nuestra vida su misericordia.
No hay mensaje más poderoso que
anunciar, como María: «el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas» (Lc 1,49).
Gracias, Señor.
Acogiendo a
quienes nos transmiten su mensaje de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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