jueves, 28 de marzo de 2013

¿De qué manera debe concretarse la fe en la Resurrección?



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
31 de marzo de 2013
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

Lecturas:
Hechos 10, 34.37-43 / Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23 Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él / Colosenses 3, 1-4

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    20, 1-9
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.

MEDITACION
«Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él» (Sal), porque «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien [sin embargo] los judíos […] lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día» (1L), ya que «que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Ev), para que recibiésemos su gran regalo: «Ya que ustedes han resucitado con Cristo […] ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria» (2L).
A veces olvidamos que este es el centro de nuestra fe: Jesús servidor de la vida, que “pasó haciendo el bien”, como recuerda Pedro, fue condenado y ejecutado por los que están contra la vida en abundancia. Pero esa no fue la palabra final, porque Dios se manifestó poderosamente con la resurrección del castigado injustamente.
Y como la Palabra de Dios es eterna (1 Pe 1,23), esto se hace “hoy” en cada momento de la historia.
Por lo que en nuestro tiempo tenemos que seguir anunciando que la muerte, el egoísmo y la desesperanza no son invencibles, ya que Jesús no podía ser derrotado por el mal, debido a que su amor, capaz de dejarse matar por los demás, ha manifestado la fuerza de Dios. Y la sigue y la seguirá manifestando, en la medida en que sus discípulos intentemos hacer lo mismo, porque recibimos un mandato de él: «Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Jn 13,15), confiando en que esa misma fuerza acompaña a todo el que trabaja por el Reino y su justicia (cf Mt 6,33).
Recordemos que Jesús había dicho: «No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra» (Mateo 10, 34-35). Y también: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lucas 12, 49). El Maestro no era alguien que fuese indiferente a las autoridades, porque a él no le era indiferente la situación de vida de los demás, en especial de los más pobres. Y, por eso, fue castigado y terminó su vida ajusticiado por los poderes políticos y religiosos.
Esto implica que, quienes queremos ser auténticos seguidores suyos, no podemos pasar “sin pena ni gloria” por la tierra, que es lo que hacen los que sólo siguen al crucificado, al que fue vencido por las fuerzas del egoísmo: ellos son los que “se quedan mirando al cielo”, cegados a los problemas que afectan a los Cristos sufrientes de cada tiempo, en sus problemas concretos de la tierra.
Lo que nos corresponde, por el contrario, es vivir como seguidores del Resucitado, el que venció a esas fuerzas y que acompaña con su poder a quien quiera ser fiel a su ejemplo, para continuar venciéndolas en las diversas encarnaciones con las que el mal se va presentando, aún en nuestro tiempo.
Eso nos hace continuadores de su proyecto: construir el Reino del Padre, uno de cuyos signos más efectivos para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad, será la formación de una familia de hijos del Padre de todos, por lo tanto una donde no haya exclusiones de ningún tipo. Porque un grupo cristiano, un pueblo, una sociedad donde se tolera la marginación de alguien, debido a que las leyes humanas lo permiten o lo fomentan, repite la historia del aparente fracaso de la causa de Jesús y el abandono y la fuga de sus seguidores.
Y es que al Resucitado sólo se lo sigue encontrando donde quienes dicen creer en él luchan contra la muerte, de manera que la vida sea más humana, más plena, más feliz y más completa en todos los planos posibles. Porque de esa forma se continúa haciendo realidad su misión: «yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10,10).

Padre, a la luz de tu Espíritu, comprendemos que tu Hijo fue crucificado,  como muestra de ese gran amor que llega a dar la vida por nosotros. Pero luego ha Resucitado y, desde entonces, nos guía por los caminos de la vida en abundancia.
Gracias, Señor.

Celebrando la fuerza de la Paz, el Amor y la Alegría  con que se manifiesta la Resurrección,
Miguel.

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