lunes, 4 de marzo de 2013

Intentamos acomodar sus enseñanzas a nuestra vida, en vez de ajustar nuestras acciones a la Palabra



4 de marzo de 2013
Lunes de la Tercera Semana de Cuaresma

Lecturas:
II Reyes 5, 1-15 / Salmo 41, 2-3; 42, 3-4 ¡Mi alma tiene sed del Dios viviente!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas    4, 24-30
Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:
«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.»
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.

MEDITACION
El poderoso general Naamán estaba acostumbrado a las luchas espectaculares para conseguir triunfos, por eso le parece una burla que el tratamiento a una enfermedad tan grave sea bañarse en un río como cualquier otro… Pero no es el “remedio” el que lo curará de su lepra, sino el aceptar la voluntad de Dios, transmitida por su profeta (1L).
Al pueblo de pecadores que somos, también le cuesta acoger la voluntad de sanación para nosotros que manifiesta el Padre (ver meditación Domingo pasado) y podemos querer despeñar al profeta, porque no nos gusta su mensaje.
Pero él seguirá llamando a la conversión del corazón hacia Dios, sea lo que fuere que creamos o queramos para intentar acomodar sus enseñanzas a nuestra vida, en vez de ajustar nuestras acciones a la Palabra, para nuestro propio bien y el de nuestros hermanos, los otros hijos del Padre Dios.

«Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas» (Sal), elevándonos hacia el inmenso misterio de tu amor, desde el barro frío e infértil de nuestro egoísmo individualista y materialista..

Con Paz, Amor y Alegría agradecidas por la misericordia de nuestro Dios,
Miguel.

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