jueves, 4 de abril de 2013

La fe en el Resucitado se vive en comunidad


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
7 de abril de 2013
2º DOMINGO DE PASCUA

Lecturas:
Hechos 5, 12-16 / Salmo 117, 2-4. 22-27 ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! / Apocalipsis 1, 9-13. 17-19

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Después de la muerte de su Maestro, los discípulos estaban encerrados en su temor hasta que «llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» (Ev). Con esa paz en el corazón y dejándose convencer por su mensaje: «Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre» (2L), pudieron comprender que a él se refería la Escritura cuando decía: «la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular» (Sal); entonces, sobre esa roca construyeron la casa de su fe, de tal manera que, posteriormente, dedicaron la vida a dar a conocer esta Buena Noticia con su prédica, que se manifestaba haciendo «muchos signos y prodigios en el pueblo» (1L).
El Papa Benedicto nos invitó a hacer de éste, hasta el 24 de noviembre, un Año de la Fe. Él hoy es emérito, pero la fe permanece y la necesidad de meditar sobre este aspecto de nuestra vida cristiana también.
Como sabemos, hay muchas creencias, unas complementarias de otras y otras absolutamente antagónicas. Por eso es muy necesario, orientarnos de manera de descubrir qué hace específica nuestra fe. Nos decía el mismo Papa: “El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro” (de la Misa de Apertura del Año de la Fe).
Entonces, la fe que celebramos este año, nuestra Fe, parte en Jesús y se aprende desde la forma que él tuvo de vivir su relación con Dios: escuchando y mirando sus enseñanzas y su ejemplo, e intentando después hacer algo semejante con nuestra vida, en las distintas situaciones que a cada quien le corresponda.
Si hay un elemento que es constitutivo de la vida del seguidor de Jesús, ése es que la fe, si bien es la respuesta personal al llamado que Dios hace a cada uno/a, para que sea auténtica fe en el Dios de Jesús, no se vive de manera individualista, sino comunitaria.
Él no vivió su servicio misionero desde una montaña o un desierto aislado, sino en medio de la gente y junto a otros, él no necesitaba a nadie más para cumplir su misión; sin embargo, eligió rodearse de otros. Después, Pedro identificará a su grupo, los que recibieron la manifestación del Resucitado, como «nosotros, que comimos y bebimos con él» (Hch 10,41). Esa misma disposición comunitaria la replicarían los apóstoles, cuando les correspondiera ir por el mundo anunciando el Reino; de hecho casi todas las cartas del Evangelio, escritas por ellos, son dirigidas a comunidades. Y el símbolo más potente de todo esto, uno que tenemos presente permanentemente, es que, cuando queremos orar como el Señor nos enseñó, no nos dirigimos al Dios de los que viven para sí mismos (no es “Padre mío”), sino que le hablamos como los que comparten con los demás, al «Padre Nuestro».
Ese aspecto parece querer resaltar este episodio de Tomás: cuando estamos lejos de la comunidad, nos perdemos “ver” al Señor y, pese a recibir el anuncio de los hermanos, la duda vencerá, mientras él nos reprochará «no seas incrédulo, sino hombre de fe». Es que es en la comunidad donde se fortalece la fe, porque es en ella donde él se hace presente, tal como lo había advertido anteriormente: «donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18, 20). Por eso, es más difícil que la fe sea fuerte, si se vive solitariamente.
Nuestros tiempos son de individualismo, de “cada quien se las arregla por sí mismo”. Es claro que esa actitud es la fuente de los sufrimientos que caracterizan y afectan a nuestro mundo hoy: la violencia para resguardar el espacio que mi ego cree que me corresponde en exclusiva; las adicciones que permiten anestesiar el dolor de sentirnos interiormente solos, como hemos escogido; la depresión, enfermedad tan contemporánea, porque el espíritu sabe que está hecho para compartir y resiente el aislamiento; y, así, muchos más.
El antídoto resucitador para nuestras sociedades que mueren en el egoísmo, es la comunión de los creyentes, que celebra con alegría al Resucitado, «porque es eterno su amor» (Sal) y, como corresponde a discípulos del Servidor de la humanidad, manifiesta su fe común en solidaridad, trabajo por el necesitado, y consuelo para el afligido y solitario. Y las comunidades, la unión que hace la fuerza, hacen que esa dedicación a los sufrientes sea más efectiva.
Además, y como si fuera poco, la vida en comunidad es un signo para los que tienen dificultad para creer, tal como oró en la Última Cena el Maestro: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17,21).

Somos, como sabes, Señor, la Comunidad de los que creemos sin haber visto. Te pedimos que nos fortalezcas para que, siendo fieles a nuestra fe, motivemos la fe de los demás mediante nuestro testimonio de la vivencia de tu paz, tu alegría y tu perdón.
Así sea.

Alimentando la fe con Paz, Amor y Alegría, frutos de la Resurrección,
Miguel.

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