jueves, 4 de abril de 2013

La misión de los creyentes es predicar con la vida la alegría que produce ser amados por Dios


4 de abril de 2013
Jueves de la Octava de Pascua

Lecturas:
Hechos 3, 11-26 / Salmo 8, 2. 5-9 ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas    24, 35-48
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo.»
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.»
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
El período de Cuaresma que terminamos de vivir, con la Semana Santa y el memorial de la Pasión de Jesús, que culmina con su Resurrección, nos recordó, una vez más, que todo aquello ocurrió porque «así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados». De esa manera se inauguró lo que nos fue prometido: «el Señor les concederá el tiempo del consuelo» (1L).
Todo por y para nosotros, para nuestro bien, para hacernos patente que «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16).
Ante esta maravilla brota espontánea y admirada la pregunta: «¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?» (Sal). La respuesta es que hombres y mujeres hemos sido adoptados como hijos suyos gratuitamente, sólo porque su amor es grande y lo derrama en nosotros (Rm 5,5).
Para quien se diga cristiano, es decir, quien vive el gozo de confiar en Jesús Resucitado, la misión es “predicar la conversión”, es decir, dar a conocer con palabras y, mejor aún, con la forma de vivir, esa paz que brota del encuentro con él, manifestada en amor hacia todos sus hermanos (de él y de cada cristiano, hijos del Padre común), para que, disipada toda turbación y duda, podamos seguir caminando unidos (perdonados y perdonando), y llenos de alegría a lo largo de nuestra existencia.

Jesús, presente entre nosotros de múltiples formas,  por tu Resurrección, pero muy especialmente en nuestros hermanos, preferentemente los más necesitados, que te busquemos y te encontremos, venciendo las turbaciones y miedos que impone el materialismo individualista en que vivimos, para reencontrarnos en tu paz. Así sea.

Celebrando la fuerza de la Paz, el Amor y la Alegría  con que se manifiesta la Resurrección,
Miguel.

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