Señor, a veces hasta
nos creemos justos
y por eso somos tan
duros con los demás.
No tenemos
conciencia de haber sido perdonados por ti
Creemos que tan sólo
tenemos contigo deudas menores
y por eso te amamos
poco y somos tan exigentes con los demás.
Casi, Señor, creemos
que tú nos debes
en el fondo creemos
que por haber cumplido tus mandamientos
merecemos que nos
des la recompensa
nos creemos ante ti
con derechos adquiridos.
Si tenemos limpia nuestra
hoja de servicios
no tenemos que andar
suplicándote nada
ya cumplimos contigo
haciendo lo que nos mandas.
Nuestra buena
conciencia nos hace libres respecto de ti
No es que queramos
gloriarnos ni ser altaneros
pero si estamos en
paz contigo,
podemos mirarte con
tranquilidad y seguir nuestro camino.
Ya ves, Señor, la
práctica de la religión y la moral
se nos ha convertido
en trampa para vivir distantes de ti
sin necesidad de ti,
sin deseo.
No somos los
pecadores eternamente agradecidos de tu perdón
no somos tampoco los
amantes que se entregan sin cálculo.
Somos los que
cumplimos con inmenso esfuerzo
y también con tu
ayuda, que agradecemos.
Somos conscientes de
cuánto nos falta para llegar a la meta
somos también
conscientes de las veces que obramos contra el ideal
y te pedimos perdón
por nuestras faltas y culpas.
Tú sabes que
tratamos seriamente de enmendarnos
aunque nunca
cantemos victoria
lo nuestro es la
militancia, la vigilancia.
Ya ves, Señor, la
práctica de la religión y la moral
nos ha postrado en la
cárcel: lo nuestro es la soledad.
Como Simón el
fariseo, rodeado de prestigio
que creyó hacer un
favor a Jesús invitándolo a su casa
y a quien tu Hijo
echó en cara su extremada frialdad.
Simón no llamó a la
puerta de Jesús
porque estaba cómodo
en su casa
nada buscó en él
porque ya estaba en el camino recto
no le pidió nada
porque tenía lo necesario y no ambicionaba más.
Se encontró con
Jesús y nada sucedió en su vida
¡Qué tristeza,
Señor! ¡qué oportunidad perdida!
era experto en
religión y no supo reconocerlo como tu enviado.
Jesús traía la paz,
la plenitud, todos tus tesoros
venía para darlos.
Simón lo tuvo en su casa, lo sentó a su mesa
y lo único que se le
ocurrió fue pensar mal de él
lo juzgó con dureza
porque estaba ciego
prisionero de su
corrección, castrado
no tenía corazón
para captar la misericordia
y la interpretaba
desde su falta de ternura
como ceder a la
tentación.
Mientras la mujer
pecadora tenía el encuentro de su vida
y se marchaba en
paz,
loca de contenta con
el perdón de Jesús
dejando en la casa
el perfume de sus lágrimas y sus abrazos.
Simón abría las
ventanas para que huyera
ese rastro incitador
y volvía a su laboriosa,
esforzada rutina de
prescripciones y rezos.
Líbranos, Señor, de
tanta ceguera y tristeza
líbranos de tanta
distancia, de esa soledad.
Sálvanos, Señor, de
la religión sin gracia
que, como tú,
también nosotros queramos corazón, no sacrificios
corazón abierto a ti
y a las hermanas y hermanos.
A nosotros, ciegos,
se dirigía aquella palabra de Jesús.
"No saben lo
que hacen". Te pedimos, Señor,
comprender que somos
ciegos, no justos
que lleguemos,
Señor, a ver que estamos ciegos
para que empecemos
por fin a implorarte y a implorar
desde nuestra
impotencia.
Sólo entonces es
posible que experimentemos tu misericordia
y podamos darla.
Pedro Trigo sj
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