27 de junio de 2013
Jueves de la Duodécima Semana Durante el Año
Lecturas:
Génesis 16,
1-12. 15-16 / Salmo 105, 1-5 ¡Den
gracias al Señor porque es bueno!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 21-29
Jesús dijo a sus discípulos:
«No
son los que me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de
los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos
en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu
Nombre?"
Entonces yo les manifestaré: "Jamás los conocí; apártense de mí,
ustedes, los que hacen el mal."
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en
práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y
sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre
roca.
Al
contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un
hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se
precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se
derrumbó, y su ruina fue grande.»
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba
asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y
no como sus escribas.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Tal
vez no tengamos claro qué es entrar en el Reino. O le haríamos más empeño.
Esto
puede deberse a una mala catequesis que asimilaba al Reino con la vida en el
“más allá”. Pero eso es una visión errada, o al menos reduccionista, tomando en
cuenta que, ya señaló Jesús: «el Reino de Dios está entre ustedes» (Lc
17,21).
Entrar
en el Reino, me parece, es tomar conciencia de que Dios nos habita (cf
Sal 138; Gal 2,20; 1 Co 6,19) y actuar en consecuencia con esa realidad.
Un
cristianismo que no nos empuja a darnos a los demás, no tiene nada que ver con
Jesús, el
modelo perfecto de quien ha entrado en el Reino. Es limitarse a orar «Señor, Señor», pero no cumplir «la voluntad de mi Padre que está en el cielo»,
que es la forma de manifestar ese Reino entre nosotros.
Miremos
el ejemplo del Maestro, quien con su actitud de permanente ocupación por las
necesidades de los demás, fue la encarnación de la palabra «el Señor ha escuchado tu aflicción» (1L), buscando con ello
en primer lugar «el Reino y su justicia y todo lo demás (alegría, paz, vida
eterna)» le fue dado en añadidura (Mt 6,33). De tal manera que
pudo cantar: «Visítame con tu salvación,
para que vea la felicidad de tus elegidos, para que me alegre con la alegría de
tu nación y me gloríe con el pueblo de tu herencia» (Sal)
Después
de todo esto, ¿quieres entrar en su Reino?
Ayúdanos,
Señor, a edificar la casa de nuestra vida sobre la roca firme de tu Palabra de
salvación y alegría. Así sea.
Con la Paz, el Amor
y la Alegría de confiar en que Él está al lado de quien asume las consecuencias
de serle fiel,
Miguel.
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