jueves, 12 de febrero de 2015

Una orden de Jesús que yo tampoco hubiese obedecido



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
15 de febrero de 2015
Sexto Domingo del Tiempo Común

Lecturas:
Levítico 13, 1-2. 45-46 / Salmo 31, 1-2. 5. 11 ¡Me alegras con tu salvación, Señor!. / I Corintios 10, 31-11, 1

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   1, 40-45
    Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
    Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
    Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.
Palabra del Señor.

MEDITACION
La lepra, más que otras enfermedades, hacen que quien la padezca «Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento» (1L), es decir, además de sufrir sus desagradables síntomas, acarreaba aislamiento. Por eso, el leproso, de rodillas clama esperanzado: «Si quieres, puedes purificarme» (Ev). Y, al conseguirlo, vive como aquel «¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta!» (Sal). Hoy hay nuevas “lepras” que también provocan que haya marginados en nuestro tiempo y nosotros somos los llamados a purificarlas por amor, siguiendo el consejo de Pablo: «háganlo todo para la gloria de Dios» (2L).
Últimamente en nuestro país, debido a reiteradas declaraciones del rector de la Universidad Católica, en las cuales apela a una “objeción de conciencia” para oponerse al anuncio de un proyecto de legislación de aborto llamado “terapéutico”, se ha estado reflexionando acerca de la opción o, incluso, la obligación que habría de oponerse a las leyes injustas.
Sin entrar al debate, el cual me parece apresurado, ya que aún no está en discusión en el Congreso siquiera, me parece importante recordar que ninguna norma humana (entre ellas las leyes) son perfectas, debido a la subjetividad y falibilidad con la que actuamos y pensamos las personas. Por ello es posible y hasta deseable que quienes tienen principios humanistas –y, más aún, si se tiene fe en Jesús, el amigo de los pequeños y el profeta de la justicia- se opongan a aquellas que atenten contra la vida o los derechos de la comunidad.
El caso extremo se produce en las dictaduras, donde es moralmente legítimo oponerse con claridad y fuerza. Así está consignado en la doctrina católica incluso, con el aporte ya en el siglo XIII de Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, quien enseñó, por ejemplo que “toda ley se ordena al bien común de los hombres y en esa medida tiene fuerza y carácter de ley, y en la medida en que se aparta de ese fin carece de fuerza obligatoria”.
Sin embargo, muchos cristianos –incluidos unos cuantos que hoy aplauden las opiniones del rector antes mencionado, quien puede ser criticado, pero no arriesga su vida por lo que dice- en aquel tiempo en que padecimos una muy cruel, vergonzosamente “olvidaron” sus principios y obedecieron, callaron y hasta justificaron la tiranía. Peor aún, no albergaron a los perseguidos, sino que los criticaron y hasta los denunciaron.
Gracias a Dios –literalmente- hubo muy honrosas excepciones: personas que, por amor a Cristo y al hombre; por amor al Dios de la Vida y toda vida; por amor al bien en contra de la muerte, fueron dignos y se atrevieron a actuar. Sus nombres están en el Libro de la Vida (cf Lc 10,20; Ap 20,12) y en el corazón de muchos que los conocieron.
Esto no hay que olvidarlo. Primero, porque lo merecen los y las valientes que actuaron en consecuencia; y, segundo, porque un medio eficaz de evitar que estas atrocidades se repitan, es mantenerlas en el recuerdo.
Se me vino a la mente todo esto cuando me di cuenta que hay en este evangelio una orden del propio Jesús que yo tampoco hubiese obedecido, si hubiese estado en el lugar del leproso.
Las razones no tienen ninguna relación con lo previamente reflexionado, por supuesto.
Se nos cuenta que «Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: “No le digas nada a nadie”», pero él «apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo».
¿Cómo callarse algo así? Su vida había cambiado para siempre ¿y se lo guardaría en secreto?
No viene al caso en este momento el tema de a qué se debe la indicación de guardar silencio, pero sí, me parece, que es adecuado preguntarnos si estamos dispuestos a dar testimonio, también, de su acción misericordiosa en nuestra vida, sin pensar en los obstáculos hoy, ahora mismo.
Si más gente, de la que abunda y se dicen cristianos, proclamara a los cuatro vientos su encuentro con el Señor mismo, con la alegría de quien ha sido objeto de sus bendiciones, eso convencería a muchas más personas que los cientos de miles de palabras que se pronuncian en las homilías y en las catequesis.
Por otro lado, cabe sospechar que, como no suele ser así, es probable que muchos que utilizan esa denominación no han tenido una experiencia real de su amor. Eso explicaría la poca capacidad que hacer reales objeciones de conciencia, corriendo el riesgo de sacrificar algo,  para oponerse a lo que vaya contra la justicia para todos los hombres y mujeres de quienes, en él, somos hermanos e hijos del mismo Padre Dios.

Que lleguemos alguna vez a proclamar a todo el mundo que creemos en ti, en tu salvación, en tus sanaciones y en tu liberación, Señor, y que esto se ratifique en nuestro accionar cotidiano. Así sea.

Con el corazón lleno de Paz, Amor y Alegría por saber que el Señor puede y quiere nuestra felicidad,
Miguel.

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