jueves, 5 de marzo de 2015

Usando “el látigo” contra el mal



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
8 de marzo de 2015
3er DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas:
Éxodo 20, 1-17 / Salmo 18, 8-11 Señor, Tú tienes palabras de Vida eterna / I Corintios 1, 22-25

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   2, 13-25
    Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.»
    Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
    Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?»
    Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»
    Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?»
    Pero Él se refería al templo de su cuerpo.
    Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
    Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Palabra del Señor.

MEDITACION
El Templo de Dios es el cuerpo de Jesús (Ev) y cada ser humano (cf. 1 Cor 3,16), si nos cuesta creerlo, nos recuerda el Apóstol que «la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (2L). Entonces, como «los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos» (Sal) y Él nos ha mandado amarlo en el prójimo (cf. Mt 22,37-40), y, además, nos recuerda: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de […] un lugar de esclavitud» (1L), espera de nosotros también ayudar a liberarse a los hombres y mujeres del mundo de las esclavitudes que les impiden vivir con la dignidad que merece el lugar sagrado de Dios.
Catalina tenía 6 años, su madre estaba presa; su padre, atrapado por la drogadicción, no podía cuidarla. Por ello, se encontraba bajo la responsabilidad de una tía y, en esas circunstancias, fue asesinada por una “bala loca” que no era para ella. Como tampoco debía serlo la vida que se le daba…
Por otro lado, recientemente se publicó un estudio que dice que la riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante, además, se informó que el 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta, mientras que el 70% más pobre (más de 3.000 millones de adultos) sólo cuenta con el 3% (Informe Oxfam, 19/02/2015).
¿Qué tienen en común, más allá de los números, estas dos situaciones?
Que el sistema consumista, individualista y egoísta en que vivimos produce muchas víctimas con nombre propio, como el de Catalina y su familia; y, a la vez, una gran víctima, a nivel global: la Justicia que necesita la humanidad, en la cual, en teoría, todos nacemos “libres e iguales en dignidad y derechos” (Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
Cada ser humano es templo vivo de Dios (1 Cor 6,19), por lo que la comunidad humana que es mancillada por los efectos de la desigualdad antes reseñada, necesita ser purificada, expulsando a los mercaderes que buscan someterla a esta economía que mata (Papa Francisco, EG 52), a veces de manera violenta y rápida como a Catalina; otras, a largo plazo, como todos aquellos y aquellas que sólo sobreviven a causa de la injusticia que reseñamos antes.
En lo que respecta a estas meditaciones, es importante que sus seguidores (los de Cristo, esos que nos llamamos cristianos), no seamos parte de quienes crean o mantienen estas condiciones de inequidad; o que no aprovechemos de abusar, aprovechándonos de ellas; o, ni siquiera, nos quedemos de brazos cruzados ante el clamor que llega hasta el Cielo de estos hermanos sufrientes (cf. Ex 3,7) y tomemos nuestros látigos para utilizarlos contra el mal.
Para eso, tendríamos que recordar que ser discípulos del Maestro es una tarea, como se dice hoy, de 24/7. Es decir, de todo el día y todos los días. Y de todos los aspectos de la vida, especialmente de aquellos que hay que corregir si impiden la vida en abundancia para todos (cf. Jn 10,10).

Que nos consuma el celo por la casa que has edificado en el corazón de cada persona, Señor, para que estemos dispuestos a hacer lo necesario para devolverle su dignidad, cuando se presente el caso. Así sea.

Buscando proteger y hacer crecer las condiciones de dignidad de los hijos del Dios de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.

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