PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Diciembre de
2019
Domingo de la Sagrada
Familia
Lecturas
de la Misa:
Eclesiástico 3, 3-7. 14-17 / Salmo 127, 1-5 ¡Felices los que temen al Señor y siguen sus
caminos! / Colosenses 3, 12-21
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
2, 13-15. 19-23
Después de la
partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a
Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al
niño para matarlo.»
José se levantó, tomó de noche al niño y a su
madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes,
para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:
Desde Egipto llamé a mi hijo.
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se
apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al
niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que
atentaban contra la vida del niño.»
José se levantó, tomó al niño y a su madre, y
entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en
lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se
retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada
Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será
llamado Nazareno.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La Biblia, en su antigua sabiduría, invita a ser familias felices, utilizando
imágenes fácilmente comprensibles cuando se escribieron estos textos: «El
que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como
quien acumula un tesoro» (1L), si es así «Comerás del fruto de tu
trabajo, serás feliz y todo te irá bien» (Sal). Para todo lo
anterior, «Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la
perfección» (2L). Pero el Evangelio pone una cuota de
realismo en este ideal: las familias también tenemos dificultades y, con la
ayuda de Dios, sabremos superarlas y tener relaciones más plenas en ellas.
El problema es nuestra sordera.
Muchas veces nos podemos haber preguntado:
“¿Por qué Dios no me (no nos) habla?”
Pero parece que sería más apropiado
cuestionarnos: ¿por qué no lo escuchamos?
Porque Él, el Dios Vivo, se está comunicando
siempre, el problema es que, si en esta dinámica no lo hemos escuchado, se debe
habitualmente a que hay demasiado ruido en nuestro interior: problemas propios
y de otros; preocupaciones propias y de otros; ansiedades propias y de otros...
Muchos sonidos y estruendos llenan nuestro
corazón.
Por todo eso, para la voz de Dios casi no hay
espacio, ni siquiera en aquellos que decimos creer en Él y amarlo.
¿Cómo nos habla Dios?
Primero, en el hecho mismo de existir. Cada
latido de nuestro corazón, cada inspiración y expiración de nuestros pulmones,
cada reflexión o idea genial que se origina en nuestro cerebro, cada gesto o
acción de ternura y de amor que realizamos por otros, son todos posibles desde
ese inmenso, misterioso, paterno, amor de Dios: «Porque en realidad, él no está
lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y
existimos» (Hch 17,27-28)
Nos habla, por cierto, y, por lo tanto, en la
maravilla de lo creado por Él para el goce de todos: desde la nube que presagia
esa necesaria lluvia que alimentará plantas y frutos y refrescará a la tierra bajo
nuestros pasos, hasta la multitudinaria sinfonía de colores, olores y música
que es capaz de provocar e invocar la Primavera. Todo lo anterior, pasando por las
mágicas noches estrelladas o con luna plateada y lo estimulante que es la
presencia del sol en un cielo azul. O la maravilla de mirar el mar en toda su
majestuosidad.
Nos habla Dios, a quienes nos decimos
cristianos, muy especial y definitivamente en su Hijo: «Después de haber
hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas
ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló
por medio de su Hijo» (Heb 1,1-2).
Es que Jesús es la Voz, o, mejor dicho,
bíblicamente, es la Palabra del Padre (Jn 1,9-14); y, como Palabra de
Dios, es Palabra viva, actuante, creadora, la cual, desde el Evangelio, inspira
a abrir nuevos horizontes, da esperanza ante las puertas cerradas y los muros
levantados, motiva el perdón y el sentirse perdonados.
Para todos quienes estén atentos a lo que los
rodea, para quienes tengan el corazón dispuesto a escuchar su mensaje, Él siempre
encontrará la forma de ser escuchado: así nos lo muestra, por ejemplo, lo que
sabemos de la Sagrada Familia: cuando existe la disposición a escucharlo, será mediante
un Ángel, en la oración, como le ocurrió a María; u otro Ángel, durante un
sueño, como a José; o a través de los acontecimientos históricos, como les
ocurre a ambos con el exilio en Egipto y el ascenso y la muerte de un rey u
otro.
Dios nos habla siempre. La gracia es que nos
escucha también. Es buen momento para pedirle algo de la humildad y sencillez
de la Familia de Nazaret, para poder oírlo y, sobre todo, posteriormente,
dejarnos guiar por el mensaje liberador, para nosotros y para otros, que nos
tiene destinado.
Que nos sea posible hacer nuestras estas
palabras: «Yo soy tu servidor: instrúyeme, y así conoceré tus prescripciones» (Sal
119,125), de tal manera que sepamos escucharte, Señor, y, sobre todo, hacer lo
posible para que tu voluntad de amor se riegue por la tierra. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que
nuestra vida sea una Navidad, tiempo de bondad multiplicada, permanente,
Miguel
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