miércoles, 25 de diciembre de 2019

Dios nos habla siempre


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Diciembre de 2019
Domingo de la Sagrada Familia

Lecturas de la Misa:
Eclesiástico 3, 3-7. 14-17 / Salmo 127, 1-5 ¡Felices los que temen al Señor y siguen sus caminos! / Colosenses 3, 12-21

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     2, 13-15. 19-23
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
 José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
 Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.
 Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño.»
 José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será llamado Nazareno.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La Biblia, en su antigua sabiduría, invita a ser familias felices, utilizando imágenes fácilmente comprensibles cuando se escribieron estos textos: «El que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro» (1L), si es así «Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien» (Sal). Para todo lo anterior, «Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección» (2L). Pero el Evangelio pone una cuota de realismo en este ideal: las familias también tenemos dificultades y, con la ayuda de Dios, sabremos superarlas y tener relaciones más plenas en ellas.
El problema es nuestra sordera.
Muchas veces nos podemos haber preguntado: “¿Por qué Dios no me (no nos) habla?”
Pero parece que sería más apropiado cuestionarnos: ¿por qué no lo escuchamos?
Porque Él, el Dios Vivo, se está comunicando siempre, el problema es que, si en esta dinámica no lo hemos escuchado, se debe habitualmente a que hay demasiado ruido en nuestro interior: problemas propios y de otros; preocupaciones propias y de otros; ansiedades propias y de otros...
Muchos sonidos y estruendos llenan nuestro corazón.
Por todo eso, para la voz de Dios casi no hay espacio, ni siquiera en aquellos que decimos creer en Él y amarlo.
¿Cómo nos habla Dios?
Primero, en el hecho mismo de existir. Cada latido de nuestro corazón, cada inspiración y expiración de nuestros pulmones, cada reflexión o idea genial que se origina en nuestro cerebro, cada gesto o acción de ternura y de amor que realizamos por otros, son todos posibles desde ese inmenso, misterioso, paterno, amor de Dios: «Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,27-28)
Nos habla, por cierto, y, por lo tanto, en la maravilla de lo creado por Él para el goce de todos: desde la nube que presagia esa necesaria lluvia que alimentará plantas y frutos y refrescará a la tierra bajo nuestros pasos, hasta la multitudinaria sinfonía de colores, olores y música que es capaz de provocar e invocar la Primavera. Todo lo anterior, pasando por las mágicas noches estrelladas o con luna plateada y lo estimulante que es la presencia del sol en un cielo azul. O la maravilla de mirar el mar en toda su majestuosidad.
Nos habla Dios, a quienes nos decimos cristianos, muy especial y definitivamente en su Hijo: «Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo» (Heb 1,1-2).
Es que Jesús es la Voz, o, mejor dicho, bíblicamente, es la Palabra del Padre (Jn 1,9-14); y, como Palabra de Dios, es Palabra viva, actuante, creadora, la cual, desde el Evangelio, inspira a abrir nuevos horizontes, da esperanza ante las puertas cerradas y los muros levantados, motiva el perdón y el sentirse perdonados.

Para todos quienes estén atentos a lo que los rodea, para quienes tengan el corazón dispuesto a escuchar su mensaje, Él siempre encontrará la forma de ser escuchado: así nos lo muestra, por ejemplo, lo que sabemos de la Sagrada Familia: cuando existe la disposición a escucharlo, será mediante un Ángel, en la oración, como le ocurrió a María; u otro Ángel, durante un sueño, como a José; o a través de los acontecimientos históricos, como les ocurre a ambos con el exilio en Egipto y el ascenso y la muerte de un rey u otro.
Dios nos habla siempre. La gracia es que nos escucha también. Es buen momento para pedirle algo de la humildad y sencillez de la Familia de Nazaret, para poder oírlo y, sobre todo, posteriormente, dejarnos guiar por el mensaje liberador, para nosotros y para otros, que nos tiene destinado.

Que nos sea posible hacer nuestras estas palabras: «Yo soy tu servidor: instrúyeme, y así conoceré tus prescripciones» (Sal 119,125), de tal manera que sepamos escucharte, Señor, y, sobre todo, hacer lo posible para que tu voluntad de amor se riegue por la tierra. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que nuestra vida sea una Navidad, tiempo de bondad multiplicada, permanente,
Miguel

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