miércoles, 17 de junio de 2020

No dejarnos paralizar por el miedo


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
21 de Junio de 2020
Domingo de la Duodécima Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Jeremías 20, 10-13 / Salmo 68, 8-10.14. 17. 33-35 Respóndeme, Dios mío, por tu gran amor / Romanos 5, 12-15

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     10, 26-33
    Jesús dijo a sus apóstoles:
    No teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
    No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno.
    ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
    Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
No nos equivoquemos. Así es nuestro Dios: «Él libró la vida del indigente del poder de los malhechores» (1L), «escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos» (Sal) y «no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos» (2L). Ante toda esta evidencia, su propio Hijo nos alienta: «No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros» (Ev), que son seres bellos y despreocupados, porque el Señor les provee de todo.
Sin temor excesivo al temor.
No es posible vivir una vida cuerda y normal inmersos en el miedo.
Pero tampoco es posible, ni saludable, pretender extirpar todo temor de ella.
El miedo lo sentimos como respuesta natural ante algunas situaciones. Estamos diseñados sabiamente así: si no lo sintiésemos arriesgaríamos la vida inútilmente en muchas ocasiones. El miedo cumple la función de frenar la “excesiva audacia”, para separar la valentía de la imprudencia.
Sin embargo, se vuelve una patología cuando interfiere la vida diaria, o cuando impide irracionalmente realizar lo que quisiésemos hacer.
En este tiempo que nos ha tocado vivir, normalmente hemos tenido miedo muchas veces. Eso no debiese avergonzar a nadie. Es nuestro instinto de supervivencia que está actuando.
Lo enfermo, en nuestro caso, sería que, con ocasión de la pandemia o de lo que sea que pueda asustarnos en el momento, al menos los creyentes, dejemos de confiar en que Dios es más grande que cualquier dificultad o amenaza.
Se admiraba el Maestro: «Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? […] Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!» (Mt 6,26-28).
Ocurre que podemos constatar que los pájaros, los lirios y todo lo que nos rodea viven sencillamente y, de esa manera, cumplen su misión. En contraste, parece ser que nuestro problema (nuestro miedo principal) está en que no sabemos vivir con poco… nos han adiestrado para querer siempre más y así hemos aprendido a confundir el tener con el ser. Entonces, tememos no poder “ser” aquello que se valora bien en nuestra sociedad y eso puede llevarnos (y nos lleva) a hacer o dejar de hacer lo que nuestra alma reconoce como bueno para nosotros y para todos.
La hermana Nelly León, capellana de una cárcel de mujeres, se trasladó a vivir la cuarentena en ese recinto. Ante esto, declaró: “si algún día me contagio y me enfermo, que sea lo que Dios quiera, pero ojalá me recuerden dando la vida y no cuidándome, no quedándome en mi casa encerradita para cuidarme yo, para qué, qué sentido tiene que yo me cuide, si yo no voy a servir a los otros”.
Una heroína del amor, por cierto.
Pero nadie está obligado a una entrega sobrehumana. Sí, todos quienes nos decimos seguidores de Cristo, estamos invitados a entregar de nuestra vida la porción que nos sea posible (todos podemos) para el bien de los demás.
Para eso, el Maestro nos solicita: «No teman a los hombres» (a lo que dirán o pensarán porque hacemos lo correcto, aun contra la corriente) y «No teman a los que matan el cuerpo» (que no lo harán, pero basta la amenaza de que pueden para que el miedo nos frene), porque lo que «no pueden [es] matar el alma», que es el motor que nos mueve interiormente y es la parte nuestra que está emparentada con el Señor Todopoderoso. El mismo que nos cuida tanto como lo ha hecho por siglos con el resto de la naturaleza y, sobre todo con nosotros, «porque valen más que muchos pájaros».
Recordemos que se nos ha dicho en su nombre: «No temas, porque yo estoy contigo, no te inquietes, porque yo soy tu Dios; yo te fortalezco y te ayudo» (Is 41,10).

Entonces, no hay que dejarse vencer por el temor a nuestra intermitente impotencia, ni las inevitables incoherencias, ni siquiera a nuestros naturales miedos. Tampoco temamos al fracaso, recordando que sólo para Dios nada es imposible; nosotros fallamos y Él lo sabe y lo tiene en cuenta ante cada misión que nos encomienda.
Nadie -menos el Señor- espera que lo demos todo todo el tiempo, ni que podamos “salvar” a todos. Sólo cuenta con la gotita que cada cual puede aportar al mar de una mejor humanidad, formado por todos los afluentes que se atreven a aportar. Eso es suficiente. Y para eso, hay que vencer los miedos que algunos nos imponen, quienes intentan (porque va en contra de sus intereses y privilegios) evitar que ese océano de amor sea más pleno.

Conoces muy bien nuestros miedos, Señor. También el temor a confiar en tu Palabra motivadora y desafiante, porque confias en que podemos más -mucho más- que lo que nos creemos capaces. Auxílianos en la tarea de vencer los temores paralizantes. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, vencer los temores que nos arrebatan la posibilidad de ejercer todas nuestras capacidades orientadas a hacer de nuestra vida y la de los demás más bella,
Miguel

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Servir para ser cristianos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 22 de Septiembre de 2024                          ...