miércoles, 1 de julio de 2020

Con los pequeños, como pequeños


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
5 de Julio de 2020
Domingo de la Décimo Cuarta Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Zacarías 9, 9-10 / Salmo 144, 1-2. 8-11. 13-14 Bendeciré tu nombre eternamente / Romanos 8, 9. 11-13

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     11, 25-30
    Jesús dijo:
    «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
    Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
    Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Como «nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Ev), a través de él hemos conocido la aparente paradoja sobre Dios: «él es justo y victorioso [pero] es humilde […] y proclamará la paz a las naciones» (1L), porque, antes que nada «es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia» (Sal). Y ya que, como se nos ha dicho: «el Espíritu de Dios habita en ustedes» (2L), nos corresponde actuar igual, a nuestra vez -humildes, bondadosos y compasivos-, cuando la vida nos ponga en situación de mostrarlo.
Porque así lo ha querido el Padre Bueno.
Hemos dicho en otra ocasión que el anuncio del que debiésemos sentirnos portadores quienes nos atrevemos a decirnos cristianos -seguidores de Jesús, el Cristo- es -debiese ser- una Buena Noticia (“evangelio”, en la lengua en que nos han llegado los textos sagrados). Es decir, es una noticia alegre, por su contenido y por el efecto que está destinada a producir en nuestros hermanos de humanidad.
Uno de los aspectos más bellos y que más alegría logra causar de ésta en muchos, es que el «Señor del cielo y de la tierra», ha «ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes» para revelárselas, en cambio, «a los pequeños».
O sea, en esta oración de alabanza de nuestro Maestro descubrimos que en el corazón de Dios, se produce el bendito cambio que ya había anunciado «los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos» (Mt 20,16). O, como cantó, precisamente en otra bella oración, la madre de Jesús: «Mi alma canta la grandeza del Señor, [porque] Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes» (Lc 1,51-52).
Gran noticia para nuestro mundo en el cual, al contrario de la corriente de amor del Evangelio, todos los privilegios las granjerías y parabienes son para los mismos de siempre; muy pocos.
Algunas cifras, para que nos vayamos entendiendo: casi la mitad de las personas de nuestro planeta sobreviven cada día con menos de $ 4.400, en moneda chilena ($ 132.000 mensuales). ¿Qué pasa, entonces, con la enorme cantidad de recursos que producimos? Se ha estudiado y publicado que el año 2018 se sólo 26 personas del mundo poseían la misma cantidad de dinero que los 3.800 millones de pobres sumando sus escasos recursos. Otro dato: ¡el 1% de la población mundial posee más riquezas que el 99% restante!. Y se calcula que los efectos de la pandemia acentuarán esta escandalosa desigualdad.
Pero no pensemos que se trata sólo de dinero. Tengamos presente cómo esto afecta la salud, la educación, la calidad de vida misma de muchísimos seres humanos de carne y hueso, adoloridos y amados hijos del Padre Dios, según nos enseñó Jesús.
A ellos, con especial cariño, se refiere el Maestro al decir: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré», caracterizándose como «paciente y humilde de corazón». Es decir, como uno de ellos mismos.
Nuestro Dios se pone (y, por lo tanto, busca ponernos) del lado de los sencillos de la tierra.
Esta es una tremenda noticia, una noticia feliz, que -vistos los resultados históricos- no hemos sabido comunicar apropiadamente en dos mil años. Y, debido a eso, no hemos logrado cumplir con la misión que se nos ha encomendado desde siempre: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15).
«¿Qué debemos hacer entonces?» (Lc 3,10).
Si queremos ajustar nuestra vida a las enseñanzas de quien decimos que es nuestro Maestro, debiésemos intentar -cada vez más y cada vez mejor-, en primer lugar, hacernos más pequeños, debido a que se nos ha dicho: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3), lo cual, en el sentido que estamos meditando, es una invitación a no dejarnos engañar por los instrumentos del mal que nos tientan a creernos superiores a otros (a los “inferiores”: a los que no tienen, a los fracasados del sistema) y, por lo tanto, a avasallarlos, si es necesario, para lograr el propio éxito.
Más adecuado sería, entonces, buscar ser más simples, confiados y solidarios, tal como son los niños, antes de aprender las malas costumbres de los adultos.

Y, en segundo lugar, tener presente la muy antigua enseñanza: «El que oprime al débil ultraja a su Creador, el que se apiada del indigente, lo honra» (Prov 14,31), reforzada por aquella otra de nuestro Maestro, que se atreve a afirmar: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6,20). El mismo que, tal como nos dice: «nadie conoce al Padre sino el Hijo», por lo que él también se siente ultrajado en la situación de todos los necesitados (Mt 25,34ss).
En consecuencia, convendría intentar, también en la medida de nuestras capacidades y posibilidades, por cierto, jamás ponerse en el bando de los injustos que cargan la balanza para su lado, si no, más bien, aportar lo que esté a nuestro alcance para que todos tengamos vidas dignas, tratando de cambiar los paradigmas tan poco humanos -que es como decir poco cristianos- que reseñamos anteriormente y que ponen a los sencillos en situaciones de miseria.
Que podamos aprender a vernos como los pequeños que han sido iluminados por “esas cosas” simples y maravillosas que producen el vivir y actuar con amor hacia todos, comenzando por los hermanos más desprotegidos, haciéndonos frágiles y humildes con ellos, para ser efectivamente parte del Reino de Dios.

Pasamos la existencia entre lo que nos impulsa a hacer la estructura del individualismo egoísta de nuestra sociedad, y lo que, muy en el fondo de nuestra alma -porque es el secreto que nos dices al oído permanentemente, Señor- sabemos que hace mejor a todos y a nosotros mismos: más solidaridad fraterna. Auxilia nuestra coherencia. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender la pobreza del corazón, esa que quiere una vida sencilla para sí y una vida plena para todos,
Miguel

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