miércoles, 8 de julio de 2020

Una Palabra para ser vivida


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Julio de 2020
Domingo de la Décimo Quinta Semana Durante el Año


Lecturas de la Misa:
Isaías 55, 10-11 / Salmo 64, 10-14 La semilla cayó en tierra fértil y dio fruto / Romanos 8, 18-23

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     13, 1-23
    Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas.
    Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
    Los discípulos se acercaron y le dijeron: «¿Por qué les hablas por medio de parábolas?»
    Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
        "Por más que oigan, no comprenderán,
        por más que vean, no conocerán.
        Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido,
        tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos,
        para que sus ojos no vean,
        y sus oídos no oigan,
        y su corazón no comprenda,
        y no se conviertan,
        y yo no los sane".
    Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
    Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
    Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
    El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Éste produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Mientras «la creación entera gime y sufre dolores de parto» (2L), la Palabra de Dios –nos dice Él-, «cumple la misión que yo le encomendé» (1L), ayudándonos a superar el sufrimiento, de tal manera que hasta «las colinas se ciñen de alegría» (Sal). Eso ocurrió cada vez que los creyentes, inspirados por el Hijo, vencieron egoísmos e indiferencias, haciéndose, de esa manera, «tierra buena y dieron fruto» (Ev): el fruto que se esperaría de auténticos hijos de Dios.
Porque no basta aparentar comprenderla.
Jesús gustaba de utilizar ejemplos sencillos -a los que se han llamado parábolas- para dar a «conocer los misterios del Reino de los Cielos»: lo que él mismo había ido descubriendo acerca del querer de Dios para este mundo que había creado con amor para que se disfrutara con amor.
Él confiaba, como había dicho anteriormente, en que estas cosas les quedarían ocultas «a los sabios y a los prudentes» (Mt 11,25), es decir a quienes ponían más intelecto que corazón para aprehender los caminos del Reino del Amor, siendo, en cambio, descubiertas más fácilmente por los que no tienen grados académicos, sino sencillez en el corazón y aflicción y agobio en la vida (Mt 11, 28). Porque estos pequeños tienen un espíritu de acogida más preparado para entender la Buena Noticia de un Dios Padre Todomisericordioso. Y por eso las enseñanzas simples con comparaciones cotidianas.
Además, el Maestro conocía en su corazón que el Reino de Dios, la enseñanza fundamental de la que él era profeta, «es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27), por lo que el trabajo de producir que la comprensión de este se haga carne en las personas, no había que forzarlo, ya que ocurriría en el tiempo en que el Espíritu de Dios lo dispusiera, el cual es distinto para cada persona.
También era consciente de que, entonces y siempre, «el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos» y no se puede obligar a ver al “peor de los ciegos”: el que no quiere ver. Y, por el contrario, quienes estén dispuestos a ver y oír, lo lograrán, Dios mediante.
Sin embargo, algo tiene esta parábola en particular, que es una de las excepciones en las que el propio Jesús la explica: «Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Es que esta parábola toca un tema muy sentido por el Maestro: el de hacer vida la Palabra.
Él había dicho: «No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mt 7,21).

Si Dios mismo se hizo Palabra de Vida (Jn 1,14) fue en un esfuerzo por lograr hacerse entender en términos humanos, ya que sus criaturas racionales no lograban comprender, en los signos de la naturaleza y por la voz de otros hermanos de raza, que, si Él lo creó todo, lo hizo perfecto (Gn 1,31), pero si, pese a ello, no estaba produciendo felicidad a todos, algo andaba mal en nosotros y debíamos corregirlo.
Por eso era necesaria la enseñanza, de modo verbal y mediante la acción, del mismo Jesús, para que nos sanase de tanto mal y pudiésemos comprender la voluntad del Creador, convirtiendo la forma en que vivimos -haciendo vida esa Palabra recibida- para que el Reino de Dios sea una realidad entre nosotros. Es decir que, aprendiendo de su ejemplo, buscásemos volver a la armonía original, superando las dificultades que se van presentando, para intentar, cada vez más y cada vez mejor, restaurar un estilo más fraternal, más solidario, más compasivo… En suma: uno que produzca auténticos frutos de humanidad, auténticos frutos de hijos del Padre Bueno, auténticos frutos de ese Reino.

Muchas veces somos todos esos terrenos que mencionas, Señor: nos cegamos a entender los caminos del amor; o somos inconstantes en él; o nos dejamos distraer por las ocupaciones y preocupaciones materiales. Concédenos, cada vez más, ser terreno fértil que produzca sólo frutos de Vida. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser terreno fértil para poder producir los mejores frutos del Reino posibles,
Miguel

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