PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
19 de Julio de
2020
Domingo de la
Décimo Sexta Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
Sabiduría 12, 13. 16-19 / Salmo 85, 5-6. 9-10. 15-16 Tú, Señor, eres bueno e
indulgente /
Romanos 8, 26-27
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
13, 24-43
Jesús propuso a la gente otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un
hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino
su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y
aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver
entonces al propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena
semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?"
Él les respondió: "Esto lo ha hecho
algún enemigo".
Los peones replicaron: "¿Quieres que
vayamos a arrancarla?"
"No, les dijo el dueño, porque al
arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que
crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen
primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo
en mi granero"».
También les propuso otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un
grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más
pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y
se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a
cobijarse en sus ramas».
Después les dijo esta otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un poco
de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que
fermenta toda la masa.»
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre
por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera
lo anunciado por el Profeta:
«Hablaré en parábolas
anunciaré cosas que estaban ocultas
desde la creación del mundo».
Entonces, dejando a la multitud, Jesús
regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la
parábola de la cizaña en el campo».
Él les respondió: «El que siembra la buena
semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los
que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo
que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores
son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema
en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a
los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá
llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en
el Reino de su Padre.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Cuando vemos actuar el mal a nuestro alrededor, podríamos sentir la
tentación de preguntarle a Dios: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?» (Ev). Es entonces cuando «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad» (2L), y nos permite creer, con alegría y esperanza, que, de manera
misteriosa y lejos del alcance de nuestro entendimiento, «Fuera de ti, Señor, no
hay otro Dios que cuide de todos» (1L), porque eres «Tú, Señor, Dios
compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad» (Sal), lo que nos llena de ganas de ser y ayudar a que cada vez más personas
sean “trigo” y buscar que la “cizaña” en nosotros y entre nosotros, se vaya
extinguiendo.
Y no desechar automáticamente las esporádicas
cizañas.
El tema del mal en la sociedad siempre ha
sido muy difícil de dilucidar. De hecho, hasta hace unas décadas, se
“explicaba” utilizando categorías bíblicas, tales como: «la cizaña son los que
pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio», lo cual tenía sentido
para la forma cultural de entender estos y muchos otros temas hace dos mil
años, pero no tiene sentido en nuestros tiempos de mayor estudio y comprensión
de los fenómenos humanos.
De hecho, este es uno de los graves errores de quienes
buscan aplicar literalmente los textos de la Biblia y, peor aún, intentan
imponer esos criterios no sólo antiguos, sino también provenientes de otro tipo
de organizaciones sociales, ante situaciones a las cuales ya se ha dado
respuestas más racionales o, como este del que estamos hablando, que se asumen
como bastante más complejos de comprender objetivamente.
Contaba en un reportaje el ahora pastor,
antes presidiario, Luis Ulloa Marín: “Un día, ya harto, le dije a Dios: ‘si
realmente existes por qué he vivido la vida que llevo. Si realmente existes…
cambia mi vida’. Y lo grité en el patio de la cárcel desesperado, porque yo
pensaba que mi vida se me iba a ir adentro de una cárcel, pero Dios levantó mi
vida ahí”.
Él es uno de los rehabilitados por la Asociación
de Protección y Asistencia a los Condenados (APAC), de orientación evangélica y
cuyos resultados son apenas 10% de reincidencia, teniendo en cuenta que lo
“normal” es que uno de cada tres presos latinoamericanos (33,3%) vuelve a
cometer un delito cuando sale a la calle.
La religión es una forma de ayudar a cambiar
a quienes delinquen. Y, por cierto, también, las comunidades cristianas
acogedoras y solidarias tienen la potencialidad de otorgar un objetivo de vida
que impulse a cambiar actitudes y acciones anti humanitarias en personas que no
han llegado a cometer delitos, pero sí han sido dañinos en diferentes niveles
para otros.
Es que, al contrario de lo que ocurre en la
naturaleza, nadie nace y muere “cizaña”, todos venimos al mundo a imagen y
semejanza del Dios Bueno, Compasivo y Servidor (Gn 1,27); todos,
siguiendo la comparación, hemos sido sembrados con buena semilla. Sin embargo,
a algunos, otras “malas semillas” (torcidas, a su vez, anteriormente, por
otros) les han enseñado y hasta obligado a actuar con pequeñez egoísta y con un
estilo más oscuro en todo.
Gracias a Dios, porque para él nada
es imposible (Lc 1,37), su ADN
espiritual en nosotros también puede producir, en cualquier momento de la vida,
que nos transformemos en buen trigo, dejando de ser cizaña. Si no creyésemos
esto, serían inútiles las misiones y los intentos de conversiones, por ejemplo.
Pero, además, debemos reconocer que
durante nuestra existencia tampoco es que podamos fijar de manera permanente
una sola forma de actuar: muchas veces, pese a nuestras buenas intenciones,
seremos causantes de escándalos y hasta, lamentablemente, haremos el mal más
veces de las que quisiéramos reconocer. Sin embargo, siempre podemos redimirnos
con buenas acciones. A veces, incluso -así de contradictorios somos-,
alternaremos malos y buenos actos en las mismas épocas de nuestra vida.
Todo esto lo conoce bien el Señor.
Por eso, según su exigencia, hay que esperar «hasta la cosecha», es decir, hasta el
final del proceso (de la existencia, en este caso) para poder decir, ya con
cierta certeza, si alguien fue “bueno” o “malo”. Si es que alguien se siente en
condiciones de “tirar la primera piedra” en cuanto a intentar juzgar
definitivamente a alguien…
Recordemos que el Maestro del Amor nos señaló: «Sean
misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no
serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados»
(Lc 6,36-37), invitando a dejar el juicio al
Único Justo, por lo tanto, al Único con autoridad para juzgar sin fallar,
quien, por cierto, lo hará con toda la misericordia que escasea en nuestros
recursos ante otros.
El estilo de vida que viene a
proponer Jesús, al cual llamaba el Reino de Dios, consiste en una relación
distinta entre los seres humanos. Porque Dios reina donde las personas no están
prestas a “arrancar” de raíz lo que les parece mal de los demás, siguiendo sus
particulares ideas o prejuicios, ni tampoco a extirpar a personas de sus
comunidades -porque se corre el grave riesgo de cometer una injusticia-, sino,
por el contrario, uno donde todos se sientan hermanos -hijos suyos- y, por lo
tanto, busquen hacer práctica cotidiana la aceptación, la misericordia y la
acogida, con la conciencia de que nadie es -ni remotamente- perfecto, por lo
que todos -sin excepción- necesitamos ser comprendidos y tolerados con nuestros
defectos y fallas, de manera un poco semejante al amor y compasión que el Padre
Dios siente por nosotros.
De esta manera podemos lograr que la
pequeñez de nuestra semilla (defectuosa en calidad de amor) pueda, auxiliada
por su acción en nosotros, ser capaz de germinar en un gran árbol de
fraternidad, o desarrollar una sabrosa masa plenamente humana.
¡Qué gran tentación sentimos siempre
de juzgar y, peor, apartar a otros, según nuestros particulares criterios!
Danos el ser más empáticos, Señor, de tal manera de no quedarnos en las
ocasionales cizañas, sino que sepamos valorar los buenos trigos en nuestros
hermanos. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, recibir,
acoger, comprender a todos, tal como nos gusta que seamos integrados nosotros,
Miguel
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