miércoles, 22 de julio de 2020

Cosas sagradas


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
26 de Julio de 2020
Domingo de la Décimo Séptima Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
I Reyes 3, 5-12 / Salmo 118, 57. 72. 76-77. 127-130 ¡Cuánto amo tu ley, Señor! / Romanos 8, 28-30

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     13, 44-52
    Jesús dijo a la multitud:
    «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
    El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
    El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
    Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
    «¿Comprendieron todo esto?»
    «Sí», le respondieron.
    Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Como «Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman» (2L), «el Reino de los Cielos se parece» (Ev) o se hace presente por medio de quienes aprovechan el que, entre esas cosas maravillosas, nos ha ofrecido: «Te doy un corazón sabio y prudente» (1L), y éste lo utilizan para captar e intentar vivir su mensaje, de manera de hacer realidad que, más que los bienes materiales: «El Señor es mi herencia: yo he decidido cumplir tus palabras» (Sal). Y las hacen parte de su existencia con alegría servidora.
Que no son tan religiosas, necesariamente.
En 1988 se estrenaba en EEUU, en medio de escándalo público, la película “La última tentación de Cristo". Una de las pancartas de los agresivos manifestantes decía: "Algunas cosas son sagradas". Para su primera exhibición en Francia, desde el grupo de protestantes fue lanzada una bomba molotov que provocó 4 heridos. En nuestro país la censura que había la prohíbe.
Lo llamativo era que hasta ese momento nadie la había visto aún.
¿Por qué la polémica, entonces? Porque, según lo que vagamente se sabía, mostraba a un Jesús demasiado humano para el gusto de esta gente muy religiosa. Tan humano aparecía que tenía una relación e hijos con María Magdalena (¡sexo! el peor ataque del demonio para un sector del cristianismo).
En Chile retornó la democracia, pero no la tolerancia con esta producción, ya que volvió a ser prohibida judicialmente para proteger de la amenaza que esta versión natural suponía contra la frágil imagen de Cristo que tenía un grupo de cristianos.
El autor de la novela, en la cual esta obra se basaba había dicho: “La doble personalidad de Cristo -el sufrimiento, tanto humano como sobrehumano, de un hombre para alcanzar a Dios- ha sido siempre un misterio para mí”. Esta obra era una forma de expresar su fe.
Por su parte, el director, el reputadísimo Martin Scorsese, explicaba que en el film (en el cual se aclara desde el comienzo que es una ficción no basada en los Evangelios) se mostraba cómo “la dignidad de Cristo es algo que él mismo descubre, luchando con su naturaleza humana”, porque, agregaba muy acertadamente, si Jesús sólo fuera Dios le hubiese sido demasiado fácil pasar por su pasión y su cruz; la gracia era, precisamente, que quien lo hizo fue un ser humano con todas nuestras dificultades y miedos. Contó que era una película que había hecho para su fe en Dios.
En su momento, dado el revuelo causado, algunos se preguntaban -nosotros también-, ¿se ofenderá Dios por una película? ¿no habrá cosas más graves contra las que protestar y que -basados en el Jesús, ahora sí, de los Evangelios- debiesen causar más escándalo y convocar a repudiar a quienes se digan cristianos?
Esto, debido a que podemos constatar que a demasiado pocos de quienes se dicen seguidores de Jesús les produce tanta irritación el hambre y el sufrimiento de los pobres, por ejemplo. Porque, sí, hay cosas sagradas, pero, si creemos que Dios es Todopoderoso, no podría ser tan “delicado” como para ser afectado por lo que pensemos o digamos sus pequeñas criaturas. De lo que positivamente podemos estar ciertos es que, según nos enseñó nuestro Maestro Jesús, lo más sagrado para Él es el ser humano (Mc 2,27).
Jesús en los textos precedentes al de este día, ha estado mostrando ejemplos de su comprensión acerca de la voluntad del Padre Dios para sus hijos, los hombres y mujeres del mundo: cómo debiésemos relacionarnos.
Ese estilo, él lo llamaba «El Reino de los Cielos», que era la forma respetuosa, evitando nombrarlo, como Mateo nos cuenta que decía “Reino de Dios” el Maestro. Porque si Dios reina en y entre nosotros, las relaciones humanas son distintas a aquellas llenas de egoísmo e indiferencia que solemos utilizar cotidianamente.
Y cuando se encuentra ese tesoro de humanidad, esa bella y enriquecedora forma, nada puede ser más valioso; nada – ningún tesoro, ninguna perla- se le puede comparar.
Pero también hay que tener presente que los seres humanos somos todos distintos unos de otros, y que el tejido de nuestras interrelaciones tiene muchísimas variantes. Y, como si fuera poco, para los creyentes posteriores a los destinatarios originales de estos mensajes -nosotros-, el mundo es completamente distinto.
Debido a todo esto, es necesario -si queremos ser fieles a nuestro Maestro de vida- que ante las distintas situaciones que nos vayamos enfrentando, continuamente estemos alimentando la sabiduría, personal y comunitaria, de tal manera de saber separar, en nuestro día a día, los “malos peces” -aquellos alimentados de actitudes dogmáticas y de normas implacables- de aquellos otros que son más justos, es decir más parecidos a como es el Señor: misericordiosos y compasivos (Sal 103,8).
Para nutrir esa conciencia, entonces, habría que rescatar de las reservas del tesoro de las Escrituras «lo nuevo y lo viejo».

Lo que siempre -por nuestra persistencia en dejarnos llevar por los criterios “del mundo”- será novedad: el amor por sobre el egoísmo y la revancha (Mt 5,38-48) ; y lo antiguo, pero siempre sabio, como lo que decía un profeta de Dios, siglos antes de Jesús: «¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios (sus misas, sus devociones, sus alabanzas)? –dice el Señor– […] No me sigan trayendo vanas ofrendas […] Cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!» (Is 1,11-17).
Ahí está, en la fraternidad y en el cuidado por los desvalidos, lo más sagrado para nuestro Dios.

Queremos alabarte y honrarte siempre, movidos por nuestro cariño a ti, Señor, pero no siempre sabemos cómo hacerlo. Permite que la sabiduría del Espíritu Santo inunde la nuestra, para descubrir la forma de realizarlo permanentemente en los humildes y necesitados, tal como nos enseñaste. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, valorar, siempre más, lo sagrado que es la vida, poniendo en primer lugar su dignidad y plenitud para cada persona,
Miguel

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