miércoles, 29 de julio de 2020

Donde Dios reina


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
2 de Agosto de 2020
Domingo de la Décimo Octava Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Isaías 55, 1-3 / Salmo 144, 8-9. 15-18 Abres tu mano, Señor, y nos colmas de tus bienes / Romanos 8, 35. 37-39

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     14, 13-21
    Después de la muerte de Juan Bautista, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos.
    Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos».
    Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
    Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados».
    «Tráiganmelos aquí», les dijo.
    Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
    Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Nuestro Señor «está cerca de aquellos que lo invocan» (Sal) y de quienes, sin hacerlo, se presentan ante él con sus debilidades: «Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos» (Ev), esto, porque nada «podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (2L). Sin embargo, para que su accionar misericordioso siga desarrollándose, es necesario que los cristianos «Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán» (1L) y una vez oído su mensaje, salgamos de nuestras comodidades y también nos ocupemos de los necesitados, poniendo en práctica sus enseñanzas.
Sin excusas, con ganas.
En el capítulo anterior del evangelio que se nos propone hoy, el cual hemos ido recorriendo durante las semanas anteriores, nos fuimos encontrando con una serie de prédicas de Jesús -las llamadas “parábolas del Reino”-, que son una serie de enseñanzas suyas acerca de lo que fue descubriendo como el sueño de Dios para sus hijos: un mundo donde surja y se desarrolle lo mejor de lo humano, de tal manera que, para todos -creyentes o no-, pueda ser una certeza que Dios reina en y entre nosotros.
Después de esto y, según el evangelio que este día meditamos, ha llegado la hora de poner las fuerzas del Reino en acción. Porque las enseñanzas del Maestro no son sólo palabras; estas siempre se ven refrendadas en su propio estilo de actuar.
«Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos».
Comprendemos, así, que donde reina Dios, reina la compasión -que no es lo mismo que la lástima- que es el “padecer con”: sentir el mismo o semejante dolor que sufre el otro. El ejemplo de parte de Dios es: «me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor» (Is 54,8).
Ese ejemplo es seguido por quien «es la Imagen del Dios invisible» (Col 1,15), su Hijo Jesús, de quien se nos cuenta -entre otros episodios- que «llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”» (Lc 7,12-13).
Donde reina Dios, además, el sufrimiento va siendo vencido, porque el Padre Dios no ama el dolor de sus hijos, como parecen creer algunos. Se nos ha dicho, a modo de ejemplo sobre esto, que Él «perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias» (Sal 103,3).
Debido a lo anterior, también su profeta se dedicó a sanar y liberar de los padecimientos a sus hermanos, como hemos podido ver en muchas ocasiones, como esta: «Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. [Pero] Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”. [Entonces] Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate, toma tu camilla y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos» (Mc 2,5-12).
Es decir, lo sanó físicamente y le liberó el alma, a la vez.
Y donde reina Dios, para ir concluyendo, la solidaridad es más grande que las necesidades de la gente. De hecho, entre las leyes que Dios dio a su pueblo se encuentra esta: «Por eso yo te ordeno: abre generosamente tu mano al pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra» (Ex 15,11). Consecuente con esto, Jesús urge a sus discípulos a no quedarse atascados en la descripción del problema: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos […] Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados», sino, más bien, a buscar ir más allá, hasta encontrar soluciones comunitarias: «denles de comer ustedes mismos».
Es que hay una promesa antigua: «Los pobres y los indigentes buscan agua en vano, su lengua está reseca por la sed. Pero yo, el Señor, les responderé, yo, el Dios de Israel, no los abandonaré» (Is 41,17).
Para eso ha enviado a su Hijo, quien, por ejemplo, pese a no tener donde reclinar la cabeza (Mt 8,20), cuidaba de que en su comunidad hubiese una bolsa para ir en ayuda de los más pobres (Jn 13,29). Y, como queda claro en el evangelio de este día, él, a su vez, confía esta misma misión-desafío (el cuidado de los desfavorecidos), a quienes se digan seguidores suyos.

Sería muy bello, por lo tanto, que siempre tuviésemos presente este mandato de Jesús: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Es decir, que ojalá nadie se aleje de los cristianos con las manos vacías, si así llegaron, porque quienes utilizan este nombre están llamados a ser, a semejanza de su Maestro, profetas constructores del Reino de Dios, que es un mundo renovado por la compasión, el combate al sufrimiento y el ardor por aliviar las necesidades de los más desamparados.
De esa manera, pese a nuestras limitaciones y pequeñez, podemos contribuir -ni más ni menos- a hacer presente el amor de Dios en este mundo que tanto lo necesita. Porque donde Dios reina, el amor reina.

Habitualmente, nos creemos más impotentes de lo que somos, porque no tomamos en cuenta la fuerza del Reino actuando en y desde nosotros, ya que tú, Señor, la derramaste en nuestros corazones, en nuestro espíritu y en nuestras capacidades para ello. Mantennos fieles a tu llamado. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, mostrar cómo reina Dios y cómo puede reinar aún más si se lo permitimos, dejándonos inundar por su Misericordia activa,
Miguel

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