PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
9 de Agosto de
2020
Domingo de la
Décimo Novena Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
I Reyes 19, 9. 11-13 / Salmo 84, 9-14 Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación / Romanos 9, 1-5
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
14, 22-33
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran
a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la
multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer,
todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios»
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Muchas veces nuestra
vida (y/o nuestra familia, y/o nuestra comunidad) es, como la barca del
evangelio, «sacudida por las olas,
porque tenían viento en contra» (Ev). En esas ocasiones, quienes creemos podríamos entender que también «en ese momento el Señor pasaba» (1L), ya que Él «está por encima de
todo, Dios bendito eternamente» (2L), por lo que su presencia es permanente y tenemos la certeza de que en
esas y en todas las circunstancias, «el Señor promete la
paz, la paz para su pueblo y sus amigos» (Sal), por lo que corresponde comportarnos como sus amigos, difundiendo con
alegría su paz, que va junto con su amor.
A mayor contacto con Dios, menor miedo a las
dificultades.
¿Qué es orar?
En simple, hablar con Dios.
Sería pertinente preguntarnos: ¿cuántos de
nosotros realmente oramos? Porque, seamos sinceros, lo que solemos hacer -y tal
vez demasiado- es rezar (recitar fórmulas aprendidas, con palabras de otros). Y
pocas veces -muy pocas- le nos dirigimos a nuestro Padre del cielo con afecto,
con confianza, y hasta con rabia a veces… es decir, con fe en que hay Alguien escuchando
de verdad.
Y, peor, cuando llegamos a hablarle, lo
hacemos exponiendo un pliego de peticiones, casi exigencias: pedimos para que
Dios nos conceda tal o cual cosa, pero sin cuestionarnos “¿y si no es lo mejor?”
¿O será que creemos saber más que Él? La cuestión es que parece que el “hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo” se queda en la repetición del
Padrenuestro y no llega a nuestra aceptación y colaboración con Su sabiduría.
A veces lo hacemos con una confianza ingenua
en que realizará lo que sea (el ejemplo clásico es el de dos hinchas de equipos
rivales que se enfrentan y ambos rezan por el triunfo… ¿a quién favorecerá ese
“dios de la fortuna deportiva”? y, por otro lado, ¿no tendrá cosas más
importantes de que ocuparse?)
Como sean nuestras prácticas al respecto, reconozcamos
que habitualmente no dejamos a Dios ser Dios.
Jesús, nuestro Maestro y amigo en el camino
de la Vida, por su parte, era alguien que no sólo discernía constantemente la voluntad
de su Padre, como podemos recordar, por ejemplo, que se retira al desierto y,
al volver, encuentra en la Palabra su misión y la da a conocer a sus
compatriotas (Lc 4,1-30).
También podemos recordar que su actitud es
de acogida respecto a esta: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero
que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42); hasta hacerse
parte de ella: «Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente
lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5,19), para terminar
alegrándose por sus resultados: «Jesús se estremeció de gozo, movido por el
Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por
haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a
los pequeños”» (Lc 10,21).
Eso ocurre cuando hay una vida de oración;
de relación auténtica con el Señor, como encontramos en muchos otros momentos
de los evangelios que hacía habitualmente Jesús.
Pues bien, en el trabajo por el Reino del
Amor, por difundir el sueño del Creador de que sus hijos sean una gran familia,
con actitudes permanentemente fraternas y solidarias entre sí, inevitablemente,
surgirán dificultades. Recordemos la advertencia de nuestro Maestro: «Si me
persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes» (Jn 15,20).
Es que, en todo tiempo, tal como en los de
Jesús, habrá gente que se sienta amenazada en sus privilegios por una posible
sociedad colaborativa y no competitiva; por seres libres y no por la
prevalencia del autoritarismo. Ellos son los que suelen desatar tempestades
contra quienes quieren ser fieles al proyecto de misericordia y mayor humanidad
propuesto por Jesús.
El arma más efectiva contra esto es
la vida de oración, por eso, los que estarán mejor parados para enfrentarlas
serán quienes se dan tiempo para esta íntima conversación con el Señor: «Después (de un día agitado), subió a la montaña
para orar a solas». Es así que, posterior a ese momento con Dios, Jesús puede,
metafóricamente, caminar sobre el mar agitado de estas.
Los discípulos, en cambio, probablemente estaban más ocupados en hacer
cálculos “humanos” de los últimos acontecimientos (recién se había producido la
multiplicación de los panes): con un líder que es capaz de algo así, podrían
formar un gran movimiento político y ellos estarían entre los jefes… O algo
semejante. Pero, claramente, no en actitud de oración.
Por eso los vientos en contra los desasosiegan. Y, en medio de su
histeria, hasta la presencia de su Maestro es tomada como una aparición
fantasmal.
En esa situación, las personas
religiosas, de contacto más superficial con Dios, exigirán un milagro
inmediato: «Señor,
si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua», «Pero, al ver la
violencia del viento…», la fe flaqueará y se corre el riesgo de hundirse en ese mar
tormentoso.
Entonces, vemos que, una vez subiendo a la barca de la comunidad
asentada en la relación íntima con Dios, «el viento se calmó». No es que
deja de haber viento-dificultades, pero estas alcanzan un tamaño menor, más
manejable. Porque Dios está con nosotros (y nosotros con Él), hoy que no vemos
físicamente a Jesús, si es que somos más asiduos a la oración que al rezo.
Como ocurrió en otro momento, nosotros también necesitamos pedirte «Señor,
enséñanos a orar» (Lc 11,1) y luego observarte e intentar conversar con el
Padre de manera cariñosa y confiada, con disposición a descubrir y aceptar su
voluntad para nuestro mundo necesitado de amor. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, sintonizar,
cada vez más y cada vez mejor, con la voluntad de Dios, aprendiendo del ejemplo
de Jesús,
Miguel
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