miércoles, 5 de agosto de 2020

El arma contra las tormentas


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
9 de Agosto de 2020
Domingo de la Décimo Novena Semana Durante el Año


Lecturas de la Misa:
I Reyes 19, 9. 11-13 / Salmo 84, 9-14 Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación / Romanos 9, 1-5

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     14, 22-33
    Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
    La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
    Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
    Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
    «Ven» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
    En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Muchas veces nuestra vida (y/o nuestra familia, y/o nuestra comunidad) es, como la barca del evangelio, «sacudida por las olas, porque tenían viento en contra» (Ev). En esas ocasiones, quienes creemos podríamos entender que también «en ese momento el Señor pasaba» (1L), ya que Él «está por encima de todo, Dios bendito eternamente» (2L), por lo que su presencia es permanente y tenemos la certeza de que en esas y en todas las circunstancias, «el Señor promete la paz, la paz para su pueblo y sus amigos» (Sal), por lo que corresponde comportarnos como sus amigos, difundiendo con alegría su paz, que va junto con su amor.
A mayor contacto con Dios, menor miedo a las dificultades.
¿Qué es orar?
En simple, hablar con Dios.
Sería pertinente preguntarnos: ¿cuántos de nosotros realmente oramos? Porque, seamos sinceros, lo que solemos hacer -y tal vez demasiado- es rezar (recitar fórmulas aprendidas, con palabras de otros). Y pocas veces -muy pocas- le nos dirigimos a nuestro Padre del cielo con afecto, con confianza, y hasta con rabia a veces… es decir, con fe en que hay Alguien escuchando de verdad.
Y, peor, cuando llegamos a hablarle, lo hacemos exponiendo un pliego de peticiones, casi exigencias: pedimos para que Dios nos conceda tal o cual cosa, pero sin cuestionarnos “¿y si no es lo mejor?” ¿O será que creemos saber más que Él? La cuestión es que parece que el “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” se queda en la repetición del Padrenuestro y no llega a nuestra aceptación y colaboración con Su sabiduría.
A veces lo hacemos con una confianza ingenua en que realizará lo que sea (el ejemplo clásico es el de dos hinchas de equipos rivales que se enfrentan y ambos rezan por el triunfo… ¿a quién favorecerá ese “dios de la fortuna deportiva”? y, por otro lado, ¿no tendrá cosas más importantes de que ocuparse?)
Como sean nuestras prácticas al respecto, reconozcamos que habitualmente no dejamos a Dios ser Dios.
Jesús, nuestro Maestro y amigo en el camino de la Vida, por su parte, era alguien que no sólo discernía constantemente la voluntad de su Padre, como podemos recordar, por ejemplo, que se retira al desierto y, al volver, encuentra en la Palabra su misión y la da a conocer a sus compatriotas (Lc 4,1-30).
También podemos recordar que su actitud es de acogida respecto a esta: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42); hasta hacerse parte de ella: «Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5,19), para terminar alegrándose por sus resultados: «Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”» (Lc 10,21).
Eso ocurre cuando hay una vida de oración; de relación auténtica con el Señor, como encontramos en muchos otros momentos de los evangelios que hacía habitualmente Jesús.
Pues bien, en el trabajo por el Reino del Amor, por difundir el sueño del Creador de que sus hijos sean una gran familia, con actitudes permanentemente fraternas y solidarias entre sí, inevitablemente, surgirán dificultades. Recordemos la advertencia de nuestro Maestro: «Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes» (Jn 15,20).
Es que, en todo tiempo, tal como en los de Jesús, habrá gente que se sienta amenazada en sus privilegios por una posible sociedad colaborativa y no competitiva; por seres libres y no por la prevalencia del autoritarismo. Ellos son los que suelen desatar tempestades contra quienes quieren ser fieles al proyecto de misericordia y mayor humanidad propuesto por Jesús.
El arma más efectiva contra esto es la vida de oración, por eso, los que estarán mejor parados para enfrentarlas serán quienes se dan tiempo para esta íntima conversación con el Señor: «Después (de un día agitado), subió a la montaña para orar a solas». Es así que, posterior a ese momento con Dios, Jesús puede, metafóricamente, caminar sobre el mar agitado de estas.

Los discípulos, en cambio, probablemente estaban más ocupados en hacer cálculos “humanos” de los últimos acontecimientos (recién se había producido la multiplicación de los panes): con un líder que es capaz de algo así, podrían formar un gran movimiento político y ellos estarían entre los jefes… O algo semejante. Pero, claramente, no en actitud de oración.
Por eso los vientos en contra los desasosiegan. Y, en medio de su histeria, hasta la presencia de su Maestro es tomada como una aparición fantasmal.
En esa situación, las personas religiosas, de contacto más superficial con Dios, exigirán un milagro inmediato: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua», «Pero, al ver la violencia del viento…», la fe flaqueará y se corre el riesgo de hundirse en ese mar tormentoso.
Entonces, vemos que, una vez subiendo a la barca de la comunidad asentada en la relación íntima con Dios, «el viento se calmó». No es que deja de haber viento-dificultades, pero estas alcanzan un tamaño menor, más manejable. Porque Dios está con nosotros (y nosotros con Él), hoy que no vemos físicamente a Jesús, si es que somos más asiduos a la oración que al rezo.

Como ocurrió en otro momento, nosotros también necesitamos pedirte «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1) y luego observarte e intentar conversar con el Padre de manera cariñosa y confiada, con disposición a descubrir y aceptar su voluntad para nuestro mundo necesitado de amor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, sintonizar, cada vez más y cada vez mejor, con la voluntad de Dios, aprendiendo del ejemplo de Jesús,
Miguel

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