miércoles, 9 de marzo de 2022

Lo que sucede cuando se ora correctamente

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

13 de Marzo de 2022                                                

Domingo de la Segunda Semana de Cuaresma

 

Lecturas de la Misa:

Génesis 15, 5-12. 17-18 / Salmo 26, 1. 7-9. 13-14 El Señor es mi luz y mi salvación / Filipenses 3, 17—4, 1

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     9, 28-36


    Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
    Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
    Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
    Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
    Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Nos sugiere el salmista: «Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor» (Sal), tal como lo hizo «Abrám [quien] creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación» (1L). La guía para vivir así la fe se encuentra en creer en Dios, quien nos invita: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo» (Ev). Siguiendo esa recomendación descubriremos opciones para no permitir que sea el egoísmo materialista de este mundo el que nos gobierne, ya que «nosotros somos ciudadanos del cielo» (2L).

Es decir, cuando realmente se hace oración.

Probablemente se nos ha invitado en estos días o nosotros hemos promovido el realizar “cadenas de oración” por la paz, debido al grave conflicto en Ucrania. ¿Pero qué y cómo estamos pidiendo en estas ocasiones? Parece bastante pertinente que le echemos una mirada a esto, por el bien de nuestra forma de relacionarnos con el Señor.

Primero, notemos que ver a Jesús orando es una imagen que no hemos reflexionado y aquilatado suficientemente.

Es que, si creemos que él es el Señor es quien menos necesitaría hacerlo.

Pero… si lo realiza permanentemente significa que, probablemente, tenemos un concepto errado acerca de lo que es y, por ello, nos cuesta comprender la situación.

Revisemos: ¿Cómo oramos? En la tradición católica, con mucha -demasiada- recurrencia a la repetición de fórmulas aprendidas y mecanizadas: muchas palabras; en la tradición más clásica del protestantismo, más espontáneamente, pero con profusión de expresiones públicas: para ser vistos.

Y todos con la pretensión de indicarle a Dios lo que debiese realizar. En el caso mencionado: que ya no haya guerra. Como si Él quisiese que la situación sea así y necesitase mucha gente orando para convencerse de que debe detener las acciones de los rusos. Pensémoslo.

Pues bien, la oración, en la cultura que vivió Jesús, en el pueblo judío, era tan importante que ellos tenían tres momentos fijos al día para orar: la hora tercera (9 AM), la hora sexta (12 PM) y la novena (3 PM): «De tarde, de mañana, al mediodía, gimo y me lamento, pero él escuchará mi clamor» (Sal 55,17).

De hecho, algunos discípulos de Jesús, después de su partida mantuvieron dicha tradición: «En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde…» (Hch 3,1).

Pero, como habremos descubierto (o descubriremos en su momento) en los caminos de nuestra vida -y ojalá también andando por los senderos de nuestra fe-, existen maneras incorrectas de hacer cosas correctas: «Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa» (Mt 6,5).

Tener el hábito de orar es correcto, lo erróneo es hacerlo con gestos exteriores vacíos, como observaba que hacían, en general, los religiosos de su tiempo. La “recompensa” de aquellos hipócritas puede ser el reconocimiento de la gente, pero se pierden aquella que es el objetivo de ésta: ponerse en comunicación y en comunión con Dios.

La actitud correcta, para él, sería: «Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto […] Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos […] No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan» (Mt 6,6-7).

Asumimos que el Maestro no parece estar en contra de la oración colectiva, ya que él siempre se ve haciendo y promoviendo lo comunitario; en este caso, su crítica es a los que lo hacen público sólo para la aprobación de los demás, perdiéndose la relación con Dios.

Pero hay otra señal que puede ser desconcertante para nosotros: el Padre ya sabe lo que necesitamos. ¿Para qué sirve orar/comunicarnos con Él, entonces?

No para cambiar o forzar la voluntad de Dios, como parece que creemos podemos hacer muchos cristianos, si ponemos atención al contenido de nuestra oración, sino más bien para aprender a aportar para que todo se haga tal como Él querría: «que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10); «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).


Por eso, porque la espiritualidad de Jesús iba por un lado diferente al nuestro, no es de extrañar que, a alguien con ese nivel de intimidad de relación con Dios, le sucedieran cosas extraordinarias como el que «mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria»

Debido a estas diferencias que notamos, es que, en esto, como en tantas otras cosas, nos haría bien acatar las palabras del Cielo: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». A ver si reflexionamos sus enseñanzas y hacemos los cambios necesarios.

 

Padre Bueno y de todos, ayúdanos a ir descubriendo, cada vez más y cada vez mejor, cuál es tu voluntad en los distintos acontecimientos de nuestra historia y, a la vez, ir aprendiendo cómo ajustar nuestros criterios y costumbres a tus designios de amor, mucho mejores que nuestros pobres apetitos y gustos mezquinos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir cómo comunicarnos mejor con el Amor, con quien es la fuente del amor, de tal manera de aprender a amar como nos conviene,

Miguel.

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