PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
22 de Mayo de 2022
Domingo de la Sexta Semana de Pascua
Lecturas de la Misa:
Hechos 15, 1-2. 22-29 / Salmo 66, 2-3. 5-6. 8 A Dios den gracias los pueblos, alaben los pueblos a Dios / Apocalipsis 21, 10-14. 22-23
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Para que «el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros» (Sal), y sintamos que a la humanidad «la gloria de Dios la ilumina» (2L), es necesario, que quienes amamos a Jesús seamos fieles a sus palabras (Ev), creando y cuidando condiciones de vida más justas y dignas para todos los hijos del Padre Dios, de manera que quienes tienen dificultades para creer vean que quienes «han consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1L) sirven a la humanidad, es decir, a todos los que ama Dios.
Para que aprendamos a amar de manera semejante.
Tristemente en nuestro tiempo Dios es un desconocido sin utilidad para la vida de muchos que no creen en Él y un señor con un mal genio insoportable para muchos (demasiados) que dicen ser creyentes.
En un caso o en otro, es alguien nulo o distante que no tiene influencia en la forma como nos desenvolvemos en sociedad. Y los resultados están a la vista.
Los cristianos seríamos muy útiles a nuestras comunidades (familia, barrios, lugares de trabajo o estudio, países) si ayudásemos a descubrir mejor el rostro del Dios Padre de Jesús.
En lo que él nos enseñó, encontramos la buena noticia de que somos portadores de un tesoro, pese a ser nosotros simples vasijas de barro (2 Cor 4,7): que somos amados por nuestro Dios, pero como sólo Él podría hacerlo: «Yo te amé con un amor eterno» (Jer 31,3).
Esto es, desde antes de nacer: «Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable» (Sal 139,13-14) y aún después de morir: «En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones […] Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes» (Jn 14,2-3).
Pero, obviamente, a lo anterior se suma resaltar de manera especial que somos beneficiarios de ese inmerecido e indiscriminado amor durante toda la vida, hasta el punto de que, según se nos contó, Él «hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
Sabiamente concluye un cristiano del siglo II A.C., Ireneo de Lyon: “Dios no creó a Adán porque tenía necesidad del hombre, sino para tener alguien a quien donar sus beneficios”.
Por eso, nos interpreta mucho el salmista que canta: «¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?» (Sal 8,5).
Un Dios consciente de que somos suyos: «Porque todas las vidas me pertenecen» (Ez 18,4), a la vez que de conmovedora fidelidad: «ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, que mantienes la Alianza y eres fiel con tus servidores, cuando caminan delante de ti de todo corazón» (1 Re 8,23), pero que, pese a no recibir respuesta adecuada, «tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan» (1 Pe 3,9).
Ocurre que desde el comienzo mismo, nos soñó semejantes a su amor: «creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer» (Gn 1, 29).
Tanto así que el escritor sagrado le hace decir: «Yo había pensado: “Ustedes son dioses, todos son hijos del Altísimo”» (Sal 82,6).
Eso, todo lo anterior, vale para todas sus creaturas.
Pero, como si fuera poco, hay un regalo especial y exquisito para los que creen (y se les nota que creen): «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él». Habitados por Dios, templos donde mora su Gracia (1 Cor 6,19) y desde donde, si se lo permitimos, si somos fieles a su palabra, puede provenir sanación, liberación, alegría, abundantes para este mundo que tanto lo necesita.
Nos llamas, nos invitas, nos impulsas a servir siempre y en todo lugar, Señor, pero nos vence el egoísmo traicionero, el individualismo inhumano, la indiferencia cobarde. Tanto tenemos que sanar permanentemente. Contamos con tu auxilio y tu aliento. Cuenta con nuestro empeño. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrarnos en el servicio alegre y cariñoso, signo de que el Señor de la Vida habita en nosotros,
Miguel.
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