miércoles, 11 de mayo de 2022

Para que venga a nosotros su Reino

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

15 de Mayo de 2022                                                 

Domingo de la Quinta Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 14, 21-27 / Salmo 144, 8-13 Bendeciré tu Nombre eternamente / Apocalipsis 21, 1-5

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     13, 31-35


Después que Judas salió, Jesús dijo:
«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Como «el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas» (Sal), se hizo presente en la historia humana, partiendo por Israel, asumiendo que «ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos» (2L), para ir guiándonos desde entonces en el camino a la Vida. La respuesta ideal de los creyentes al amor del Padre Dios es la que invita Jesús: «ámense también ustedes los unos a los otros» (Ev), que es la manera como él comprende que es la más útil para «perseverar en la fe» (1L), es decir, darle un sentido útil a esta.

Más y más amor, pero uno que sirva.

Estamos terminando el periodo de Pascua, donde conmemoramos el paso desde la muerte a la Vida definitiva de Jesús y de quien crea en él. Y ya hemos dicho que, según nuestro parecer, la mejor forma de celebrar la resurrección es creyendo lo que creía el Resucitado cuando pasó por nuestra tierra.

El proyecto por el que trabajó Jesús, al cual él llamó el reino de Dios (como viviríamos si Dios reinara en y entre nosotros): «Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33), invitaba a cambiar (convertirse de) paradigmas que hacían la vida de cada persona y de la sociedad menos humana.

¿Cómo sería una sociedad o un mundo donde reinase Dios? Para responder esto primero debemos ponernos de acuerdo: ¿cómo creemos que es Dios?

Él es Uno que nos expresa: «me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor» (Is 54,8), esto debido a que «el Señor es compasivo y misericordioso» (Stg 5,11).

Consignemos que compadecer no es sentir lástima desde fuera, sino “padecer con” (sufrir junto con), que es tal vez la actitud más humana que se pueda tener.

Entonces, la sociedad de su tiempo (al igual que las actuales) se caracterizaban por algo diametralmente distinto a esto: cada quien se preocupa y se ocupa de cubrir sus propias necesidades, ciegos a lo que le suceda a quienes están a su alrededor, olvidando que todos estamos conectados. Todos dependemos unos de otros, como nos ha recordado esta pandemia.

Ante eso, Jesús busca una alternativa y la encuentra en que también, como el Padre Dios, hace suyos los dolores y angustias de los demás y reacciona ante ellos:

«Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor», por lo que, al dimensionar la inmensa tarea que es satisfacer esta falencia, invita a pedir auxilio al Señor (Mt 9,36-38).

En su tiempo una viuda estaba entre los más pobres de su sociedad, ya que perdía con su marido quien le proveyera, pues la desgracia aumentaba si perdía a su único hijo varón, el cual podría sustentarla en esa situación.

Según nuestros parámetros: “pobrecita, Dios lo quiso así”; pero, según el estilo del Reino: hay que dejarse conmover y hacer algo para aliviar su situación (Lc 7,12-15).

En el espíritu del Reino siempre se quiere el bienestar de los demás: «un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”» (Mt 8,2-3).

En la dinámica del Reino las necesidades de los otros se hacen propias, se compadecen: «Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”. Él respondió: “Denles de comer ustedes mismos”» (Mc 6,35-37).

Todo esto, porque un signo de que alguien es enviado por el Señor es la compasión con el más débil: «librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado» (Sal 72,12).


Y si Dios es así de compasivo, nos conviene asemejarnos a él para hacer un mundo mucho más humano que el que hemos logrado construir: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36). La misericordia (pasar las miserias -de otros- por el corazón -nuestro-) es otra forma de llamar a la compasión.

El signo de los cristianos, los enviados por Jesús a continuar su proyecto, no es -o no debiesen ser- reconocerse por la dirección adonde se reúnen para su culto, por vestir de cierta manera o por portar uno u otro objeto. Si hay algo externo que caracteriza -o debiese caracterizar a los cristianos es su forma de manifestar su amor, porque la fuerza del Reino es un amor que no tiene que ver con sentimientos abstractos (eso sirve de excusa para los que no le han creído a Jesús, pese a que se digan creyentes); el Reino se manifiesta en el amor activo, efectivo y eficaz por los hermanos de humanidad, «como yo los he amado».

«En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».

 

Sabemos lo esencial: seguirte es amar. Lamentablemente, nos enredamos entre el egoísmo, la indiferencia aprendida y la comodidad e intentamos seguir sintiéndonos cristianos acotando el amor. Mantén tu mano y tu Espíritu sobre nosotros para que nos atrevamos a hacer que venga a nosotros tu Reino, a tu manera. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a recorrer coherentemente los caminos de la compasión, tal como hemos aprendido de Jesús,

Miguel.

 

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