miércoles, 4 de mayo de 2022

Escuchar con la vida

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

8 de Mayo de 2022                                                   

Domingo de la Cuarta Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 13, 14. 43-52 / Salmo 99, 1-3. 5 Somos su pueblo y ovejas de su rebaño / Apocalipsis 7, 9. 14-17

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     10, 27-30


En aquel tiempo, Jesús dijo:
      «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Si sentimos que «somos su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal), es porque hemos podido experimentar en nuestra vida que se cumple la promesa de Jesús: «Yo les doy Vida eterna» (Ev), una que comienza desde ya, una vida plena o en abundancia. Nuestra respuesta debiese ser aprovechar que estamos «llenos de alegría y del Espíritu Santo» (1L) para vivir de una manera resucitada, o nueva, haciendo nuestro aporte para lograr que nuestros hermanos de humanidad no sufran o sean consolados en la tribulación y así se irá haciendo posible también que «nunca más padecerán hambre ni sed» (2L).

Oídos de auténticos seguidores.

En esto nadie está forzado, porque el amor obligado no es amor: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen». Él presenta su programa de Vida eterna, plena y buena (o digna, como se ha relevado en nuestro acontecer nacional), y entonces cada quien decide si lo considera su buen pastor y le sigue.

Pero para lo anterior -es muy necesario recalcarlo- se requiere escucharlo. No de cualquier forma, sino escucharlo en el sentido bíblico: «Amo al Señor, porque él escucha el clamor de mi súplica, porque inclina su oído hacia mí, cuando yo lo invoco» (Sal 116,1-2). Es decir, no es una escucha pasiva, es, más bien, una que mueve a realizar lo escuchado.

Ya es feo que, en relación a lo que creemos, sin mala intención, pero en la práctica, engañemos a los demás, pero qué triste que nos engañemos nosotros mismos, tomando nuestra relación con el Señor como lo hacen los hinchas de los clubes de fútbol, los miembros de asociaciones de todo tipo o movimientos políticos (con todo el respeto que se merecen esas agrupaciones), siguiendo (más o menos) las normas, pero no siguiendo a la persona de Jesús.

«Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos» (Stg 1,22)

Esa puede ser una explicación de la poca relevancia que tienen hoy en nuestras sociedades las iglesias cristianas y el muy menor interés en integrarlas.

Es que a menudo olvidamos que la fe no consiste en creer cosas acerca de Jesús o estudiar sobre él, sino, o mucho más que eso, consiste en creerle a sus palabras y su forma de hacerlas práctica en su propia vida y luego hacer otro tanto con la propia.

Una forma muy potente de seguirlo es uniéndose a otros que se encuentren en el mismo camino de intentar hacer parte de sus existencias ese “oír su voz”. En ese sentido es muy pertinente la imagen de las ovejas: estas creaturas no andan solas por la vida, sino que forman parte de un rebaño, donde todas son iguales y uno sólo es el guía: el pastor a quien siguen.

Si en ese discernimiento comunitario entienden como adecuado aceptar algunas creencias, practicar ritos, seguir obligaciones religiosas u obedecer normas de alguna Iglesia, bien. Pero esto no se debiese superponer a la fidelidad al Único Pastor de todos.

Para orientarnos en esto, no lo olvidemos, hay que seguir su voz:

El resumen de la Biblia: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mt  22,37-40).

Ya, a Dios creemos conocerlo, pero ¿quién es mi prójimo? Quien necesite de tu ayuda, lo conozcas o no, como hizo el Buen Samaritano: «Ve, y procede tú de la misma manera» (Lc 10,30-37).

¿Hasta qué necesidad podemos dedicarnos a cubrir? Todas, pero muy especialmente las más básicas del
ser humano: «Vengan, benditos de mi Padre, […] porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver […] cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,34-40).

Si tu fe te lleva, o, mejor aún, los lleva como comunidad a hacer algo semejante, están siguiendo esa voz llena de misericordia y ternura para todos, partiendo por quienes más la necesitan: los pobres y humildes, habitualmente dejados de lado.

En caso de ser lo contrario cambia de iglesia… o cambia de Pastor, porque no es Jesús a quien realmente estás dejando que te guíe.

 

Lo más difícil de la fe será siempre hacerla hechos concretos en nuestra vida. Sabemos que tú no pierdes la esperanza respecto a que nos convertiremos a tu amor, Señor. Sigue guiando a estas pobres ovejas que quieren y les es tan complejo oír tu voz llena de ternura. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener oídos para escuchar todo lo que el Amor infinito tiene para decirnos acerca de una mejor vida para todos,

Miguel.

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