miércoles, 25 de mayo de 2022

Invitados (permanentemente) a ser sus testigos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

29 de Mayo de 2022                                                 

La Ascensión del Señor

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 1, 1-11 / Salmo 46, 2-3. 6-9 El Señor asciende entre aclamaciones / Efesios 1, 17-23

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 46-53


Jesús dijo a sus discípulos:
    «Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
    Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
    Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Señor resucitado, a quien, por la fe reconocemos como «el soberano de toda la tierra» (Sal), en el momento de su despedida nos hace una promesa que conlleva una invitación: «recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos» (1L), de manera que se pueda cumplir que «en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados» (Ev), que es la Buena Noticia de la misericordia del Padre Dios. «Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados» (2L) y hagan el bien a sus hermanos de humanidad con el auxilio que viene de lo alto.

El desafío de serle fiel.

Nadie puede dar lo que no tiene.

Obvio, dirá más de alguien. Pero la experiencia demuestra que hay cristianismos, y sobre todo cristianos, que intentan, con más empeño que coherencia, entregar al Señor del amor misericordioso, careciendo mucho (demasiado) de esa característica que es tan propia de él, la compasión, en sus propias vidas.

Si existen dudas al respecto, pregúntenles a los divorciados, a los homosexuales, a los niños que confiaron en religiosos abusadores, y una tristemente larga lista de mal acogidos en comunidades de supuestos seguidores de aquel que enseñó «como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34).

El parámetro, para quienes digan ser seguidores suyos, entonces, es bastante prístino: como él amó. Nada menos.

Bueno, aceptando que eso es demasiado difícil, al menos tratando de asemejarse lo más fielmente posible a aquel generoso estilo. Pero de ninguna manera ir totalmente en contra de ese amar misericordiosamente a todos.

Las exclusiones son antónimos de ese amar.

Los juicios implacables son antónimos de ese amor.

Mirar para otro lado cuando alguien está sufriendo es antónimo de ese amor.

Dice nuestro Maestro: «El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. […], porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lc 6,45).

Para nuestro propósito, nos sirve más entender “hombre bueno”, para comenzar, no como varón, sino persona; y, en segundo lugar, tampoco como seres etéreos incapaces de siquiera un mal pensamiento, sino como personas que buscan asemejarse, cada vez más y cada vez mejor, a la forma de ser y de hacer de su inspirador, Jesús.

Es a ese tesoro (Mt 13,44) al que recurrimos. Si él de veras está en nosotros (su misericordia, su ternura, su empatía) se hace posible darlo a él.

Por eso, el cristianismo tiene sentido si recordamos estas palabras: «Ustedes son testigos de todo esto»,


recordando que ser testigos, en perspectiva del Reino, es hacer vida lo que creemos y, sobre todo, a Quien le creemos.

Esta fiesta de la Ascensión conmemora el cumplimiento de sus palabras «Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28), es decir: es la alegría de creer que él “salió” desde el Amor y “vuelve” a la plenitud del amor, invitando a que esperemos refuerzo para saber vivir el amor a su manera: «hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».

La forma más útil para nuestros hermanos de humanidad de celebrarla sería si no nos quedamos mirando hacia arriba, sino si buscásemos volver a nuestras cotidianidades «con gran alegría» y continuamente alabamos al Señor, intentando ser testigos lo más fieles posibles a sus enseñanzas, lo que significa conversión (cambio de vida egoísta e individualista, hacia una distinta de generosa entrega) «para el perdón de los pecados» (que es todo aquello que, por ser tan contrario a su esencia y a la de quienes actúan como sus hijos, aleja del Padre Dios).

 

Nos llamas desde siempre y para siempre a ser tus testigos, testigos del amor compasivo, fraterno y solidario entre todos, como forma de seguir haciendo presente en el mundo lo que tanto necesita para mantenernos humanos, es decir, coherentemente cristianos. Guíanos en ese maravilloso caminar, Señor. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber revestirnos de la fuerza de lo alto para poder ir con alegría en el corazón y generosidad en las manos hacia nuestros hermanos,

Miguel.

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