miércoles, 15 de junio de 2022

El gran milagro

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

19 de Junio de 2022                                                 

Santísimo Cuerpo y Sangre De Cristo

 

Lecturas de la Misa:

Génesis 14, 18-20 / Salmo 109, 1-4 Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec / I Corintios 11, 23-26

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     9, 11-17


    Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
    Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto».
    Él les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».
    Porque eran alrededor de cinco mil hombres.
    Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta». Y ellos hicieron sentar a todos.
    Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Jesús, que ha sido enviado «de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra» (1L), estaba, por lo mismo, muy conectado a Su Misericordia y Su Amor, por eso todo lo hacía «con esplendor de santidad» (Sal), ocupado de las necesidades concretas de los demás (Ev) y esperando que, cuando él no estuviese, todos quienes se declaren seguidores suyos «Hagan esto en memoria mía» (2L): seguir dando de comer a los hambrientos.

Multiplicar siempre, para disminuir carencias.

Todos somos testigos y muchos, lamentablemente, también protagonistas de hechos que afirman que nuestra sociedad se caracteriza cada vez más por la apatía y la indiferencia ante los dolores y necesidades de otros.

Es demasiado evidente.

Sin embargo, igual ejemplifiquemos con que cualquiera que recorra nuestras calles principales notará que ha aumentado violentamente la cantidad de personas que viven “en situación de calle”. Y, pese a esta dramática situación, no existe ningún movimiento en nuestra sociedad que busque mitigarla.

Pero, a nivel personal, también existen bastantes estudios que señalan la existencia de demasiadas personas que se sienten solas y también ha crecido mucho la cantidad de enfermedades mentales asociadas a esto mismo.

Todo, pese a la masividad de los medios de conexión tecnológicos que tenemos a nuestro alcance.

No, no somos una sociedad preocupada y, menos, ocupada por las carencias materiales y emocionales que abundan entre nosotros.

Tristemente, los cristianos, en general, no hacemos la diferencia al respecto tampoco.

Ante esa situación, hace mucho sentido, mirando el evangelio para este día, preguntarnos ¿cuál es el milagro mayor ejecutado ahí?

¿El que Jesús, siendo Dios, como decimos creer, haya logrado alimentar a cinco mil personas, a partir de «cinco panes y dos pescados»?

¿O lo será el lograr que sus discípulos desde entonces y hasta hoy, y los que vengan después, débiles, poco coherentes y metidos casi exclusivamente en “nuestras cosas”, como somos, podamos comprender que está en la esencia del ser cristianos que cada vez que nos encontremos con alguna de las muchísimas necesidades que pasan nuestros hermanos de humanidad, no corresponde que nos quedemos, como haría cualquier otro que tenga ojos y cerebro, pero no tenga a Cristo como alimento: sólo analizando el problema desde fuera?

Porque ¿cómo evaluaron lo que ocurría a la multitud los Doce escogidos por el mismo Jesús?

·         Es necesario «que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores».

·         Necesitan «albergue y alimento».

·         Acá no encontrarán nada de eso «porque estamos en un lugar desierto».

·         Estamos sobrepasados, ya que «no tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».

Y, así, de manera casi insultante hacia la inteligencia del Maestro, señalando lo que es obvio.

Pero, como las palabras suyas son para siempre, son de Vida eterna (Jn 6,68), y él sabe muy bien las capacidades que el Padre puso en nosotros, a lo que se suma el que nos alimentamos de él y nos dejamos inspirar por su Espíritu, todo aquello permite que nos sea posible obedecer su instrucción: si hay tantos con hambre, no se queden en las excusas, sino que organícense, busquen soluciones y «Denles de comer ustedes mismos».

Es importante recordar que «No son los que me dicen: “Señor, Señor”» (eso lo hace cualquiera, aún alguno que no tenga fe…) «sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo» (Mt 7,21), que son los que entran en el gozo «de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12).

Esa voluntad es que hagamos concreto el mandato de Jesús: «Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

La solidaridad y la fraternidad, teniendo en cuenta cómo son nuestras sociedades, son tremendos milagros. Y los podemos hacer permanentemente.

 

Decimos alimentarnos de ti, Señor, pero no nos vemos nutridos con tu espíritu de servicio y tu tierna cercanía con todos aquellos que sufren a nuestro rededor y, ojalá, también los más lejanos, pero que comparten el mismo amor de Dios. Ayúdanos a robustecer nuestra fe y coherencia. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir la enorme y bella alegría de servir, semejante a la que tenía nuestro Maestro, Jesús,

Miguel.

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