PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
26 de Junio de 2022
Domingo de la Décimo Tercera Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
I Reyes 19, 16. 19-21 / Salmo 15, 1-2. 5. 7-11 Señor, Tú eres la parte de mi herencia / Gálatas 5, 1. 13-18
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 51-62
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de Él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero Él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!»
Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».
Y dijo a otro: «Sígueme». Él respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios».
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Nos recuerda Pablo que «Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad» (2L), es decir, somos llamados, sí, pero libres para acudir o no: «Sí, puedes ir. ¿Qué hice yo para impedírtelo?» (1L). Y también debemos acudir liberados de las amarras familiares y materiales, a imagen del Maestro, quien ni siquiera «tiene dónde reclinar la cabeza» (Ev), de tal manera que, como Él también, no tener impedimentos para servir y, así, acceder a la plenitud, a su manera, o, en otras palabras: «conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal).
Para un máximo beneficio.
Un proverbio chino dice: “Si un problema tiene solución, no hace falta preocuparse. Si no tiene solución, preocuparse no sirve de nada”. Tiene sentido: la sola preocupación aporta poco o nada. La ocupación (ocuparse de los problemas), en cambio, ofrece muchas más posibilidades de solucionarlos.
Los humanos, en general, tendemos a la “ley del mínimo esfuerzo”: hacer lo menos que sea necesario. Y esperar, de pasada, lo máximo de los demás para que sucedan las cosas.
Punto para los chinos.
Los cristianos, demostrando que somos como los demás, también intentamos esforzarnos lo mínimo y conseguir, a la vez, lo máximo de lo máximo: a Dios mismo.
Algo como esto reflejan las escenas del evangelio para este día:
Aquel que invita a seguirlo le replicó: «“Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”».
Si
quieres lo bueno de la cercanía con el Señor del amor misericordioso, ten
presente que eso implica seguirlo en el anuncio del Reino, sin excusas.
Otro, tal vez, después de escuchar el diálogo anterior, se adelantó y «le
dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los
míos”. Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia
atrás, no sirve para el Reino de Dios”».
No basta decir que se quiere seguirlo, hay que demostrarlo haciendo concreta su voluntad de fraternidad solidaria (servir al Reino), sin excusas.
El Reino del Amor de Dios, un mundo donde Él realmente reine, es uno con una humanidad que refleje lo mejor de los seres humanos: preocupación y ocupación de unos por otros, con actos de ternura y cercanía especial por los más desfavorecidos, de búsqueda incansable de la justicia de Dios (Mt 6,33) para lograr alguna vez evitar, precisamente, que haya desfavorecidos…
Todo ello precisa el máximo esfuerzo, sin excusas.
Pero hay un secreto que solo algunos se han atrevido a descubrir, pese a que es un camino abierto a todos: cuando se hace parte de la propia vida el estilo del Reino, el esfuerzo se vuelve cada vez menor y el beneficio mayor para la persona y para todos quienes la rodean.
Así se aprende del ejemplo del mismo Jesús, quien, pese a que «no tiene dónde reclinar la cabeza», dedica su tiempo y energías (su máximo esfuerzo, sin excusas), a servir a todos los que encuentra en su camino. Esa fue la fuente de su alegría, la misma que quiere compartir con nosotros: «Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. Como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15,10-11).
Somos invitados por tu amor, permanentemente, Señor, a ser felices como fuiste tú. Y, pese a que nada de lo que hacemos por nuestro lado se acerca a ese gozo, nos cuesta mucho atrevernos a intentarlo. Sabemos que nunca te darás por vencido y seguirás convidándonos a mejorar nuestra vida, por nuestro bien. Gracias, Señor.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar los caminos del tremendo gozo de servir, ayudar, aliviar, como hizo y enseñó Jesús,
Miguel.
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