PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
31 de Julio de 2022
Domingo de la Décimo Octava Semana Durante el Año
Lecturas de la Misa:
Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23 / Salmo 89, 3-6. 12-14. 17 Señor, Tú has sido nuestro refugio / Colosenses 3, 1-5. 9-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 13-21
Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia».
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas».
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha". Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Si nos preguntamos «¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?» (1L), una buena respuesta podría ser: la posibilidad de ganarse su sustento y el de los suyos, además de la oportunidad de realizarse personalmente desarrollando sus capacidades, «para que nuestro corazón alcance la sabiduría» (Sal). El problema se presenta cuando nos gana la avaricia, como si nunca fuésemos a escuchar «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?» (Ev). Nuestro Maestro nos invita a recuperar la sensatez, siguiendo el camino que lleva a la felicidad, luchando contra el egoísmo, revistiéndonos «del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador» (2L), de tal manera de parecernos cada vez más a él en su amor y entrega gratuita permanente.
Cuidado con la dependencia del dinero.
Hay un texto en este mismo evangelio de Lucas, unos capítulos antes, que contiene un paralelo interesante con el que se nos presenta este día.
En ambos, alguien le solicita al Maestro que haga cambiar una actitud que le parece reprochable de su hermano.
El otro al que nos referimos se encuentra en el capítulo 10 y es cuando Marta ve a María a los pies de Jesús en vez de ayudarla con las cosas de la casa para atenderlo mejor. Entonces el Maestro le señala que está perdiendo tiempo en lo urgente (o lo que así le parece), en vez de aprovechar lo que es importante.
En el trozo que hoy meditamos, alguien pide que Jesús interceda para lograr que su hermano le dé más recursos económicos (lo urgente), pero el Maestro afirma que lo importante, más bien, es ser «rico a los ojos de Dios».
¿Qué será eso?
Tal vez las pistas para descubrirlo las encontremos revisando el contexto en que se produce este diálogo, es decir qué hay en este mismo capítulo 12 de Lucas, justo antes de este requerimiento de un hermano contra otro.
Jesús acaba de advertir contra uno de los peores males que ve entre aquellos destacados de sus hermanos de fe: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (v.1).
Recordemos que los fariseos eran un grupo dentro de los judíos que se sienten separados (eso significa la palabra) de los demás por aparentar ser más “puros” en la forma de vivir la religión.
Pues bien, como sabemos, la crítica del Maestro a ellos apuntaba a que se quedaban en las formas: «todo lo hacen para que los vean» (Mt 23,5), perdiendo de vista el espíritu de las normas que se encuentran en las Escrituras, el cual es que los humanos vivamos mejor: «¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros» (Lc 12,6-7).
A continuación, viene esta afirmación: «Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios» (v. 8).
En el sentido de lo que viene hablando, “reconocerlo” sería buscar entender y asumir su estilo de vida, que es el de quien «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8,9), y lo era hasta el punto de no tener ni siquiera donde reposar su cabeza (Mt 8,20), entendiendo que es desde la identificación profunda con la pobreza que se hace más posible cumplir su misión de «llevar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18), porque es a ellos «que el Reino de Dios les pertenece» (Lc 6,20).
Es en este contexto que desentona la solicitud de aquella persona, lo que provoca una advertencia que no pierde vigencia dos mil años después de dicha: «Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas».
Pero muchos de sus seguidores desde entonces no logramos confiar en su palabra y ocupamos demasiado tiempo bregando por tener más bienes económicos.
Eso en lo personal, pero lamentablemente también existen comunidades de personas que se reivindican como “cristianos”, pero a las que la sociedad los reconoce como demasiado cercanos a las riquezas, ayudando a confundir el sentido del claro mensaje de quien se supone su Maestro.
Jesús, el hombre de entrega generosa hacia los otros, quien descubrió la felicidad en una forma de vivir diametralmente opuesta a esto (Lc 10,21), para ayudar a que también encuentren la alegría aquellos que le sigan, invita, aconseja, advierte que tengan siempre presente que la vida es corta, por lo que es importante no ser insensatos y mantener en mente la pregunta «¿para quién será lo que has amontonado?», recordando que nada de aquello se va con nosotros al dejar esta vida, pero sí, en cambio, nos llevamos el ser solidarios con los necesitados, lo que se convierte en el camino a los brazos del Señor cuando nos despidamos de este mundo (Mt 25,34ss).
¡Es tan pobre la vida de quien sólo tiene riquezas materiales! ¡La más terrible pobreza es la carencia de amor por los demás!
Nos cuesta mucho confiar, creerte, Señor y dejar más espacio a la Divina Providencia para que guíe nuestra vida y disminuir el espacio para los cálculos económicos. Ayuda a nuestras comunidades de vida a liberarnos del mal de la avaricia que se infiltra tan disimuladamente entre nosotros que a veces ni lo notamos, pero nos daña tanto. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a confiar más en la palabra del Señor -que eso es tener fe- y depender menos de los recursos materiales,
Miguel.
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