miércoles, 6 de julio de 2022

Portándose como prójimos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

10 de Julio de 2022                                                  

Domingo de la Décimo Quinta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Deuteronomio 30, 9-14 / Salmo 68, 14. 17. 30-31. 36-37 Busquen al Señor, y vivirán / Colosenses 1, 15-20

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     10, 25-37


    Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
    Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
    Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
    «Has respondido exactamente, -le dijo Jesús-; obra así y alcanzarás la vida».
    Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»
    Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".
    ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»
    «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.
    Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Ser fiel a Dios, o «heredar la Vida eterna», se alcanza amándolo generosamente, al igual que al prójimo (Ev). ¿Cómo podemos estar seguros de eso?. Porque nos lo ha enseñado quien es, de manera visible, «la Imagen del Dios invisible» (2L), su Hijo, el que hizo llegar su mensaje hasta nosotros, de tal manera que comprendemos aquello de: «La palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques» (1L), para, luego, con la alegría del salmista cantar: «proclamaré su grandeza dando gracias» (Sal).

La solidaridad rompe distancias.

En un episodio inmediatamente anterior al que se nos presenta este día, nos encontramos con un hecho que ayuda a iluminar mejor nuestra meditación: los discípulos «entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén» (Lc 9,52-53).

Así de grande era la animosidad que existía entre los pueblos judío y samaritano.

Recordemos que, posterior a eso, «cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?”. Pero él se dio vuelta y los reprendió» (Lc 9,54-55).

Es que no tendría coherencia su mensaje de amor a todos si se alinease con esas actitudes patrioteras de unos contra otros.

Pues bien, teniendo presente esto, veamos que en este fragmento se le pregunta a Jesús «para ponerlo a prueba» un tema “teológico”, a lo que Jesús responde correctamente, refiriendo a su interlocutor hacia la Biblia: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».

Todo sigue brillantemente en concordancia con la fe en el Dios de su pueblo, cuando el doctor resume espléndidamente lo central de la Palabra: «Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”».

El Maestro valida esta reflexión. Pero, aquí viene lo que motiva la consulta original: «¿Y quién es mi prójimo?».

Ocurría que los religiosos y las autoridades de su tiempo, en general, restringían esa palabra exclusivamente a las personas que pertenecían al “pueblo elegido”, pero Jesús ampliaba demasiado el arco de las personas a quienes favorecer.

Esa era la prueba.

Jesús, para responder y argumentar, elabora una parábola decidora. En ella una persona, un compatriota de ambos, es asaltado, quedando herido en el camino. Ni el sacerdote, ni el levita (representantes de la religión, hermanos de fe y de patria -es decir, teóricamente, prójimos suyos-) hicieron nada por él; ambos lo vieron y siguieron su camino.

Quien sí hizo algo fue su “enemigo”.


Con esto, el Maestro señala que compartir religión o nacionalidad no dice necesariamente mucho acerca de nada. Lo que hace realmente cercanas a las personas es la solidaridad fraterna por quien sea que lo necesite.

Por todo ello, no hay espacio para la duda: quien, de verdad, quiera «heredar la Vida eterna» -la Vida que vale, según la óptica del Reino de Dios-, debe imitar al samaritano de esta historia, portándose como prójimo de quien, legalmente, no lo era: «Ve, y procede tú de la misma manera».

 

Tenemos suficientemente claro que es de la esencia del creyente amar al prójimo, pero, como el doctor de la Ley, nos gustaría que nos fijaran límites acerca de quienes debemos considerar de esta manera. Tú, Señor, buscas eliminar fronteras y barreras entre nosotros. Ojalá sepamos hacer lo mismo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender del samaritano a ser buenos prójimos, cada vez más y cada vez mejor,

Miguel.

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